lunes, 20 de octubre de 2008

INTEGRAR LA SEXUALIDAD


Frente a falsos eslóganes como "busca tu equilibrio en la sexualidad" y frente a afirmaciones en el sentido de que tan sólo se puede estar en equilibrio con la práctica sexual vamos a aportar algunos conocimientos legados por la sabiduría de la tradición y la moderna psicología relacionados con esta área de la personalidad.

Hemos de liberar todo lo referente a la sexualidad del tabú que ha predominado en la tradición de la iglesia, consciente o inconscientemente.

En el pansexualismo actual no cuenta el espíritu para nada y la tendencia es a valorar a una persona pos sus éxitos en este campo. En la parte opuesta se sitúa la tendencia a demonizar la sexualidad.

Una espiritualidad genuina debe seguir una vía intermedia conciliando ambas falsificaciones en una interpretación equilibrada. El que excluye la sexualidad del ámbito de lo espiritual se condena a vivir anquilosado y seco. El que pretende sublimarla con bonitas palabras queda dividido en desacuerdo interior.

En la vida espiritual existen dos caminos para la integración de la sexualidad. Uno es el camino del matrimonio que pasa por el placer de la unión sexual destinada a la procreación o entendida como aspiración a la unión con el Creador como suma felicidad y que en la unión total de la pareja -cuerpo, alma y espíritu- es como un prólogo, una aproximación. Vivir de forma libre y responsable, dialogal, la sexualidad no significa, o no debe significar, una búsqueda ansiosa del placer. Significa descubrir en esa unión el camino hacia Dios y estimularse a proseguir en el camino hacía la felicidad, que no hay que confundir con el placer.

El Dr. H. Jellouschek, discípulo de Jüng piensa que:

"El potencial de placer en la relación sexual puede ser gratificante durante un corto periodo de tiempo pero jamás satisfacción permanente. El ansia de Dios supera y excede cualquier satisfacción posible del amor humano. La relación sexual puede tener la función de mantener viva la esperanza en el camino hacia el infinito."

En el matrimonio no se trata de una experiencia frívola de la sexualidad hasta agotar todas sus posibilidades, sino del placer de una unión que transforma la sexualidad en un preludio de unión espiritual.

En este intento hay que dar vía libre a la sexualidad y en matrimonios de intensa vida espiritual es seguro que se manifestará con absoluta espontaneidad. La energía sexual es vital. Si se la congela o reprime queda el ser humano reducido a la mitad. Un cristiano, o en general un aspirante a la vida espiritual, no tiene motivo alguno para tener miedo a la sexualidad. Por el contrario, debe elevar el placer y transformarlo en vida, en vitalidad en el cuerpo y en satisfacción provisional e imperfecta del anhelo de identificación con el Creador.

El que libremente ha elegido el celibato, siendo consciente de que posee ese carisma, y de las dificultades - no menores que en el camino del matrimonio- que encontrará para vivirlo tiene otra forma de vivir la sexualidad.

El celibato voluntario exige la integración de la sexualidad en la vida espiritual. No se trata en modo alguno de una separación o represión sino de una transformación consciente de la sexualidad en eros. El eros es un poderoso fertilizante de la vida espiritual. Cuando la corriente erótica llega a conectar con Dios, automáticamente se hace muchísimo más intensa la vida espiritual. En torno al ser humano de intensa vida en el Espíritu aparecen diversas formas de fertilidad espiritual con gran abundancia de frutos.

La transformación de la sexualidad en eros es igualmente una condición inexcusable en la mística. Lo erótico es necesario para dar el paso a la mística verdadera.

Si en el estado de la vida consagrada -monjes, sacerdotes, monjas, seglares comprometidos, etc- en la actualidad existen tan pocos místicos, en gran medida, se debe al hecho de haber saltado por encima de todo eros y de toda energía erótica.

En las vidas de los místicos encontramos ejemplos sublimes de transformación del eros en experiencia amorosa con Dios. El místico se deja amar intensamente por Dios y le corresponde. Llega así a una unión total.

Así Teresa de Avila en su trato con Gracián, en Francisco de Asis con Clara, En Benito con Escolástica, etc.

El que ha elegido conscientemente el celibato no debe caer en la tentación de reprimir la sexualidad y su transformación en eros. Debe preguntarse en que dirección fluye su energía erótica. A quien ama. Y como se manifiesta exteriormente esta inclinación amorosa. En la forma de expresar el amor a los demás se deja traducir la vitalidad de la vida espiritual.

Nunca vio Teresa de Avila en el eros un elemento turbador en sus relaciones con Dios. Por el contrario fue una energía revitalizadora. El gran amor a Gracián no la desvió en el camino hacia Dios. Muy al contrario, la centro en el camino hacia una relación muy íntima con Dios. Le enseño a amar a Dios en una dimensión mucho más profunda de la que se da en el amor humano. Pero el amor humano sirve de escuela y de guía.

El célibe tiene un problema. ¿Cómo puedo transformar la sexualidad en erotismo al servicio de la vida espiritual?. La respuesta no es someterla a control espiritual ni en intentar dominarla por voluntarismo y disciplina sino comprenderla y sentirla en su totalidad para descubrir su finalidad.

La pregunta sería: ¿qué es lo que realmente busco o a que se orienta mi sexualidad?. Hemos de buscar en ella una mayor vitalidad, buscamos una entrega a los demás, a la que nos abandonamos y en la que nos sentimos totalmente presentes, pletóricos de vida, en la verdad completa de nuestro ser.

Las esperanzas vinculadas con la sexualidad están muy por encima de toda verificación real en esta vida, incluso en las personas casadas.

En el placer de la experiencia sexual se comprende que una sexualidad vivida no es posible sin la complementariedad del otro y que la unión sexual en los casados tiene como último objetivo el de llevar a Dios - sino, estamos en un puro comportamiento animal- lo mismo que la renuncia voluntaria en los célibes.

Los místicos se han apropiado, con toda razón, de la terminología erótica como punto de referencia para orientarse a Dios como expresión y símbolo de la profunda aspiración del espíritu a unirse con El.

Nunca negaron los místicos la realidad sexual ni prescindieron de ella. Lo que hicieron fue considerarla en su finalidad de conjunto y orientarla a la unión con el Creador.

Cuando se estudian los escritos de los autores místicos como Eckart, Hildegarda, Stein, Teresa, etc. se está palpando una espiritualidad que rezuma vitalidad, humanismo, libertad, amplitud de miras, ternura, alegría, profunda paz...

Hay una enorme energía en la sexualidad trasformada en erotismo. Hace posible aceptar el amor que Dios nos tiene incondicionalmente y corresponderle amándonos a nosotros mismos para amar con profundidad en el servicio intenso y desinteresado a los demás.

José Antonio Sha

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