martes, 31 de mayo de 2011

PARA MEDITAR Y TOMARLO EN SERIO



¿UTILIZAS TU DINERO DE UN MODO RESPONSABLE?
TU ESPIRITUALIDAD HA DE SERVIR PARA LA REALIDAD DE CADA DIA

lunes, 30 de mayo de 2011

UN FRAILE VESTIDO DE CARDENAL

Conversaciones con Carlos Amigo Vallejo

Larra Lomas, Luis E.

portada

Valoración

valoraciónvaloraciónvaloraciónvaloraciónvaloración

Un fraile vestido de cardenal es un libro-entrevista al Cardenal Carlos Amigo, Arzobispo Emérito de Sevilla, realizado por el franciscano conventual y periodista Luis Esteban Larra en el que se plantea un amplio abanico de temas, sin cuestionario previo y sin censura posterior. El Cardenal Amigo responde a cuestiones actuales que inciden en la convivencia de la sociedad de hoy, como son la relación entre la fe y la razón, el Evangelio y la cultura, el papel de la Iglesia y de los católicos en la vida política, el diálogo interreligioso, el lugar de Dios en el mundo actual o el escándalo de los abusos sexuales. Y lo hace, además, desde el diálogo, tendiendo puentes y encontrando espacios comunes, sin renunciar a la firmeza de sus principios y convicciones, a los valores que le da la fe y utilizando siempre un tono coloquial y espontáneo; en definitiva, hablando alto y claro.

Datos técnicos


  • Colección: CAMINOS
  • Materia: ESPIRITUALIDAD
  • Tema: IGLESIA ACTUAL
  • Formato: 15,5 x 21 cm.
  • Páginas: 272
  • ISBN: 9788428538466

viernes, 27 de mayo de 2011

El Castor (The Beaver)

El Castor (The Beaver)

Título original: The Beaver
Director: Jodie Foster
País: EEUU
Año: 2011
Género: Drama
Fotografía: Hagen Bogdanski
Guión: Kyle Killen
Reparto: Mel Gibson, Jodie Foster, Jennifer Lawrence, Anton Yelchin, Riley Thomas Stewart, Cherry Jones, Zachary Booth, Michael Rivera
Música: Marcelo Zarvos
Duración: 91 min.
Montaje: Lynzee Klingman
Distribuye: Aurum
Fecha de estreno en España: 27/05/2011

Sinopsis

El castor (The beaver) cuenta la historia de un hombre inmerso en un viaje para redescubrir a su familia y reanudar su vida. Acosado por sus propios demonios, Walter Black fue en otro tiempo un ejecutivo de éxito de la industria juguetera y un hombre de familia, que ahora sufre una grave depresión. Intente lo que intente, Walter no parece encontrar nada que le permita retomar el rumbo de su vida, hasta que irrumpe en ella una marioneta con forma de castor.

Críticas

[Maria Dolores Valdés. Cinemanet]

Tras A casa por vacaciones y El pequeño Tate, Jodie Foster vuelve a ponerse detrás de las cámaras para dirigir esta película basada en el guión de Kyle Killen (debutante en estas lides tras algunos relatos cortos y guiones para televisión). Como protagonistas la misma Jodie Foster y Mel Gibson que reaparece en la gran pantalla con un papel bastante complejo que interpreta de manera soberbia, con el punto justo de humor que la historia necesitaba, estando también a la altura el resto del reparto en el que se encuentran Jennifer Lawrence (Winter´s Bone), Antón Yelchin (Star Trek XI y Terminator Salvation) o el niño Riley Thomas Stewart (Zohan: Licencia para peinar ), confirmando a Jodie Foster como una gran directora de actores.

Aunque el punto de partida es la depresión que sufre el personaje interpretado por Mel Gibson, y en este sentido puede adolecer de cierta falta de empatía con la gente que padece esta enfermedad, lo cierto es que no quiere hacer un retrato de la misma, ni de sus causas ni de sus tratamientos o posibilidades de curación. Pese a reflejar unos síntomas inequívocos, en este hombre enfermo o al borde de la locura estamos representados todos en la medida en que de una forma u otra no somos capaces de afrontar una situación y nos venimos abajo… así nos presenta de manera fabulada o metafórica la historia de un hombre que ha perdido la autoestima (quizá por no poder asumir los retos profesionales) y una familia que se desmorona al no poder superar la situación, con los problemas que esto conlleva, tanto en el matrimonio como la relación con los hijos.

Y para contar esta peculiar historia utiliza a una marioneta con forma de castor, que será la que ayude a Walter (Mel Gibson) a encontrarse a sí mismo tanto a nivel profesional como familiar…eso sí, en todo momento debe ir con la marioneta y hablar por ella, a modo de ventrílocuo, de tal manera que llega a adquirir proporciones de personaje auténtico, a pesar de que en ningún momento se utiliza la animación ni se oculta que es Walter quien está hablando. En este sentido recuerda a Lars y una chica de verdad más que a la clásica El invisible Harvey, aunque de alguna manera tiene similitudes con ambas.

Pese a lo peculiar de la historia los temas que trata son profundos, haciendo especial hincapié en los problemas de comunicación en el matrimonio y en las relaciones paterno-filiales, la necesidad de aceptarnos a nosotros mismos o el hecho de reconocer que todos necesitamos ayuda y amor de los demás, primando el de la familia, así como la presencia del sufrimiento y la preparación para afrontarlo como un punto más en la educación.

Todo ello se consigue con unos exteriores a la medida de la historia, un vestuario muy cuidado hasta en los mínimos detalles y unos primeros planos que inciden en las vivencias de los personajes, en sus dramas y luchas interiores para salir adelante. Se sustenta en unas interpretaciones sobresalientes, que en todo momento consiguen hacer creíble la historia.

Por tanto esta fábula familiar, nos hace pensar en que la autoestima es importante y necesaria, pero sin llegar al extremo del excesivo amor a uno mismo donde los demás pasan a un segundo plano y el triunfo profesional o social se convierte en un objetivo en sí mismo, primando el egoísmo y trastocando el orden de prioridades que da valor a lo realmente importante y que debe existir para lograr la felicidad.

[deCine21]

Una terapia peligrosa

Walter Black debería ser feliz… pero no lo es. Casado, con dos hijos, dirige una empresa juguetera… y está sumido en una profunda depresión. Después de intentarlo todo para arreglar las cosas, Meredith, su esposa, le ha dejado. Refugiado en el alcohol y con ideas suicidas, llega una inesperada tabla de salvación: la marioneta de un castor, perpetuamente unida a su mano, y gracias a la cual logra expresarse, conectar con los demás y consigo mismo. Pero la línea que separa una curiosa terapia y la locura puede ser muy tenue.

Notable regreso a la dirección de la actriz Jodie Foster, quince años después de A casa por vacaciones. Quizá le falta un punto de emoción genuina a su film, pero demuestra gran oficio, y el deseo siempre loable de abordar cuestiones de entidad. Como en sus otras películas como directora, se reserva además un papel coprotagonista. Y de nuevo reincide en un tema común a gran parte de su filmografía -piénsese en títulos como El silencio de los corderos, Nell, El pequeño Tate…-, el problema de la comunicación con los demás, y singularmente con los seres más queridos, la propia familia. Cuenta para ello con un guión de Kylle Killen, con varios puntos de interés. Desde luego, es original el punto de partida, el otro yo de Walter volcado en la marioneta del castor, donde se logra un difícil equilibrio entre lo dramático y lo cómico, lo surrealista e incluso lo terrorífico. También tiene interés la subtrama del hijo adolescente, Porter, que rechaza a su padre, con el que presenta similitudes que lejos de agradarle le producen temor. La soledad, el autoengaño, la herencia genética, el conocimiento propio, la humildad para dejarse ayuda, las modas, el impacto de los medios de comunicación, son ideas que enriquecen la trama.

La película presenta un subtexto indudable, la formidable interpretación que entrega Mel Gibson de su personaje tiene una base en su propia vida, sus muy aireados por la prensa problemas personales, y se nota para bien; su trabajo es poderoso, tanto al mostrar el dolor y las contradicciones de Walter, como en su intereactuación con la marioneta, el actor se diría que es un experto ventrilocuo. También se advierte, como en sus anteriores filmes manejando la cámara, que Foster es una buena directora de actores. Está su propio trabajo, por supuesto, un papel difícil el de esposa que no quiere tirar la toalla, que debe ser sobrio y contenido. Pero también el de Rhiley Thomas Stewart, el hijo pequeño, y el de los adolescentes Anton Yelchin y Jennifer Lawrence, que encarnan bien la idea de buscar un lugar en el mundo.

jueves, 26 de mayo de 2011

ALEGRIA


Juan 15, 9-11

Como el Padre me amó, también yo os he amado. Permaneced en mi amor.
Si cumplís mis mandamientos, permanecereis en mi amor, como yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he dicho esto para que mi alegría sea la vuestra, y esa alegría sea perfecta.

Leer el comentario del Evangelio por :
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
Jesús, La Palabra para ser hablada, c. 12

«Os he dicho esto para que...reboséis de alegría»

La alegría es una necesidad y una fuerza para nosotros, también psíquicamente. Una hermana que cultiva el espíritu de alegría siente menos la fatiga y está cada día dispuesta a hacer el bien. Una hermana rebosante de alegría predica sin predicar. Una hermana alegre es como el rayo de sol del amor de Dios, la esperanza de la alegría eterna, la llama de un amor ardiente.
La alegría es una de las mejores garantías contra la tentación. El diablo es portador de temor y barro, toda ocasión para lanzárnoslo es buena para él. Un corazón alegre sabe cómo se ha de proteger.

lunes, 16 de mayo de 2011

UN PENSAMIENTO



EL QUE AMA DE VERDAD ES COMO EL ARBOL QUE CUBRE DE FLORES LA MANO QUE LO SACUDE

JUAN PABLO II



Amó a Cristo y entendió al hombre

Sería inútil el intento de contener la riquísima existencia de Juan Pablo II en un artículo periodístico. No obstante, pienso que, en el título de estas consideraciones, se condensan las coordenadas que enmarcaron su vida, que le condujeron a surcar el planeta, a hacerse presente en organismos internacionales, a preocuparse por los desheredados de este mundo, a rezar con personas de diversas religiones en Asís, a vivir con pasión el ecumenismo, a pedir perdón —nadie lo hizo así— en nombre de la Iglesia de todos los tiempos, a ser un anciano fascinante para los jóvenes, a morir siendo el más llorado de los muertos.

Podría hacerse una lista interminable, pero abandonaría mi propuesta. Abrió su pontificado con unas palabras que recorrieron el mundo no sabemos con qué fortuna, pero que comenzaron a construir cristianos más seguros en época de incertidumbres. Y si todavía nos enmascaramos en la moda pasajera, tal vez seamos más leales recordando aquellas frases: "¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!"

"Abrid los confines de los estados a su poder salvador, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo sabe qué hay dentro del hombre. Sólo Él lo sabe". Veintiséis años después, una multitud le despidió en directo o a través de los medios de comunicación, entre sobrecogida y temerosa por la orfandad, confortada por su herencia y con una certeza convertida en clamor: ¡Santo ya!

Juan Pablo II fue un enamorado de Cristo, viéndolo Dios hecho hombre que ama y comprende al hombre. Cuántas veces repitió aquellas frases que él mismo había contribuido a elaborar en el Concilio: el hombre es la única criatura que Dios ha querido por sí misma; el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado; en cierto sentido, al hacerse hombre, Dios se ha encarnado en cada hombre. No cabe un concepto más alto del ser humano, ni de las posibilidades de su trabajo, de la investigación, del altísimo valor de la razón, de la libertad, de todos los derechos humanos.

En su primera encíclica —"Redemptor Hominis"—, Cristo y el hombre se dan la mano. "la Iglesia —escribía— no puede abandonar al hombre, cuya suerte, es decir, la elección, la llamada, el nacimiento y la muerte, la salvación o la perdición, están tan estrecha e indisolublemente unidas a Cristo". Todo hombre, cada hombre, no una humanidad abstracta y difusa, interesa a Cristo, se explica en Cristo y, por tanto, cada persona importa mucho a la Iglesia, que ha de ser Cristo en la historia. Su última encíclica volvió a Cristo: en la Eucaristía, anclaje y alimento de la humanidad.

En incontables ocasiones utilizó esta expresión: "la verdad sobre el hombre", que si hubiésemos entendido y vivido mejor, tal vez nos habría librado del apocalipsis actual: guerras incontables, injusticias hechas norma, la mentira y la codicia ruina de nuestras economías, el hambre de muchos y la opulencia de no sé de cuántos… No obstante, cayó el muro de Berlín, cesaron muchas dictaduras, se hizo más justicia al holocausto y a los mártires del marxismo, fuimos más conscientes del bien de la ecología, se despejaron luchas entre fe y ciencia…

Pero, ¿y la conducta cristiana fruto de la vida nueva traída por Jesús? ¿Acaso esa sucinta enumeración no muestra el fracaso de Cristo? No. Cristo ha creado hombres verdaderamente libres. Y ese hombre, que ha progresado en muchos aspectos -también religiosos-, sigue viviendo en demasiadas ocasiones como si esa libertad fuera gozar de la vida sin más, en lugar de constituir el empeño por buscar la verdad y el bien, que nos hacen a nosotros mismos verdaderos y buenos, como predicó el Papa actual en Colonia.

La beatificación de Juan Pablo II es una ocasión especial para recuperar esa verdad sobre el hombre, incluido el riesgo que Dios ha corrido con nuestra libertad. Esa verdad es que la persona humana es imagen de Dios, que ha caído, pero que ha sido redimida, que está inclinada al pecado, pero que vive en continua aspiración a la verdad, al bien, a la belleza, a la justicia, al amor, como también se lee en "Redemptor Hominis".

El gran peligro del hombre es alejarse de esa imagen del Creador en busca de una inútil y suicida autonomía respecto a Él. Siendo cardenal de Cracovia, decía el Papa Grande que, perdido el Creador, la criatura se diluye. "El que a vosotros oye, a mí me oye", dijo Jesús. No escuchamos a Cristo en sus pastores —el Papa y los obispos con él—, presuntuosos de construir la fe y el hombre a nuestra medida. A mi parecer ahí reside el origen de tantos males, aunque algunos los entiendan sinceramente como liberación. Antes liberación de la propiedad privada; ahora libertad sexual. Las dos con su verdad y las dos con su error.

Este primero de mayo es un gran momento para la reflexión de estadistas y pueblo, de eclesiásticos y fieles: Cristo sabe qué hay dentro del hombre. Sólo Él lo sabe.

martes, 10 de mayo de 2011

ESPIRITUALIDAD Y ORGANIZACIONES "INICIATICAS"


El regreso salvaje de la espiritualidad o la necesidad de pertenencia flexible a una organización iniciática.


Hoy parece que muchos están interesados en esto de la espiritualidad y también parece que más que nunca esta espiritualidad se vive de formas muy diversas. Esto en principio debería alegrarnos, pero también me genera dudas.

Y es que creo que este fenómeno del regreso de la espiritualidad es, por ahora, una realidad ambigua, ya que puede dar lugar a diversos resultados; pienso que, por un lado, puede ayudarnos a vivir en plenitud saliendo de reduccionismos, pero sospecho que también puede llevar al renacer de la irracionalidad más delirante o del fanatismo fundamentalista más grosero. No creo que esto fuera para alegrarse.
En cualquier caso, lo que parece que cada vez es más evidente es que el modelo tecnocrático, logocéntrico y economicista en el que vivimos es insostenible y debe ser superado.
No es extraño, por tanto, que cada vez más personas tengan experiencias “espirituales” y busquen cómo integrarlas en sus vidas de un modo adecuado. Aquí hay diversidad de “soluciones”.
Para muchos está superado el tiempo de las instituciones religiosas o espirituales, sólo se fían de la búsqueda personal y de la propia experiencia. A partir de ella, interpretan las tradiciones religiosas, las mezclan, las alaban o descalifican según sus criterios.
Otros dicen estar ligados a una tradición sin ninguna práctica, sin atender a las mínimas reglas de pertenencia a esa tradición o sin aceptar los elementos fundamentales de la misma.
No dudo que puedan darse en algunos casos verdaderas experiencias espirituales humanas y humanizadoras entre quienes optan por esta vía, pero no creo que sea el camino más recomendable.
Recorrer el mundo “espiritual” exige tener un hilo de Ariadna para que el subjetivismo y el narcisismo no se traguen todo el “trabajo” y, sin la ayuda de una organización espiritual y una tradición, esto es muy difícil. Lo más fácil será caer en el “narcisismo espiritual”, lo que se llama en el zen la enfermedad zen (quietismo en el cristianismo), que se caracteriza por creerse ya uno “iluminado” por su experiencia y sin necesidad de someterse a las reglas y las enseñanzas de las instituciones y organizaciones espirituales tradicionales.

Otros huyendo de este peligro del narcisismo espiritual buscan evitarlo ingresando en organizaciones espirituales a las que consideran el único lugar válido para vivir la espiritualidad. La organización se ensalza por encima de todo y el sometimiento extremo a las autoridades de esa organización es para ellos el punto central para no equivocarse en su camino. El narcisismo espiritual se refleja aquí identificándose con la organización que tiene toda la verdad y no puede errar en ningún caso. Al identificarme con la institución, cuanto más la ensalzo, más me estoy ensalzando yo mismo. La organización nada tiene que aprender ni debe adaptarse a las personas y a los tiempos, sino al contrario. No se busca la espiritualidad como una experiencia personal transformadora sino como una forma de identificación personal, una ideología que les dé identidad y protagonismo frente a los demás que están en el error o nos persiguen (son inferiores). Se mata así la persona y su espiritualidad y se sustituye por el robot religioso uniformado bajo un mismo patrón, que obtiene el caramelo de creerse en la verdad y ser superior. Unos buscan su identidad comprando coches o mediante buena ropa, otros buscan llenar su vacío interior con etiquetas religiosas que los distingan.

También están aquellos que desprecian las religiones y buscan una espiritualidad más madura, el esoterismo. Para ellos, las religiones son todas expresiones de una misma Tradición Primordial y conducen a la misma experiencia. Las religiones viven la espiritualidad de modo deformado e inmaduro, son infantiles. Habría pues que unirse a un grupo esotérico que nos diera la verdadera experiencia sólo reservada a una élite.
Creo que esta forma de pensar olvida que cada religión es una experiencia única e intransferible, si bien haya elementos comunes y que permiten estar en armonía, enriquecerse mutuamente y entenderse.

Desde mi punto de vista, la división exotérico (externo y masivo) y esotérico (interno y elitista) debe ser superada. El centro de las tradiciones no es el esoterismo sino la mística (que nada tiene que ver con el misticismo sentimental) o dimensión monástica. La experiencia espiritual no es en último término la iluminación, aunque suponga una experiencia iluminadora, sino un estilo de vida que ve en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo sencillo, en lo pobre y feo el lugar por excelencia del misterio. Es la llamada pobreza fecunda cisterciense.

Somos seres incompletos, fragmentados, “caídos” y por nosotros solos no podemos salir de nuestra situación. Necesitamos una “bendición”, la “gracia”, la “influencia espiritual” venida de más allá del mundo humano para salir de nuestra situación, peor que se “encarne” en nuestro mundo mediante una realidad física y material. Esto es lo que hacen las instituciones religiosas y espirituales, ser cadenas de esta influencia y encarnarla en el mundo. Naturalmente la influencia espiritual se daría también más allá de las instituciones religiosas o espirituales.

Creo, por tanto, en la necesidad de incorporarse a una institución religiosa u organización espiritual, haciéndolo de modo flexible, asumiendo lo esencial de su doctrina y de sus reglas y, a la vez, recreando la tradición recibida, sin traicionarla, a partir de la experiencia personal de la verdad espiritual que esta tradición porta.
Formar parte de una tradición nunca puede suponer perder la propia personalidad asumiendo un modelo prefabricado, ni renunciar al modo personal de vivir esa tradición. Las instituciones u organizaciones espirituales deben ser, por ello, plurales y, a vez, a través de una serie de referencias comunes, permitir vivir armonizadas todas sus sensibilidades. Querer uniformar demasiado será matar la tradición, tanto como olvidar los elementos comunes y caer en un puro subjetivismo narcisista. Ambos errores acechan al caminante.