martes, 8 de febrero de 2011

JESUS Y LA INQUISICION.


JESÚS Y LA INQUISICIÓN

Carta abierta a José Antonio Pagola

“La Congregación para la Doctrina de la Fe, originalmente llamada Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, ha abierto un proceso contra el libro 'Jesús. Aproximación histórica', del teólogo vasco José Antonio Pagola, para establecer si es conforme con la doctrina de la Iglesia, pese a que la edición revisada de la obra, la novena, lleva el 'nihil obstat' (nada que oponer) y el Imprimatur del exobispo de San Sebastián, Juan María Uriarte” (El Correo, 30.01.11).

“La Congregación para la Doctrina de la Fe abre una causa a José Antonio Pagola por su libro sobre Jesús” (Religión Digital, 30.01.11).

Querido José Antonio:

Antes que nada, quiero expresarte mi cercanía, comprensión y apoyo afectuoso, con el deseo de que te ayude a sostener la confianza que, como tú conoces bien, constituyó uno de los rasgos característicos de Jesús.

Apoyado en esa misma confianza de fondo, no puedo dejar de sentir, sin embargo, en estos momentos en que te escribo, pena y tristeza: pena por todo lo que esta situación pueda repercutir dolorosamente en ti; tristeza, porque no logro entender esas actitudes de sospecha, juicio y condena por parte de quienes –aunque sean autoridad- se dicen seguidores de Jesús.

Cuando parecía que, finalmente, se había impuesto el sentido común –la elemental cordura-, nos llega la noticia de que la Congregación para la Doctrina de la Fe ha decidido abrir un proceso a tu libro. ¡Pobre religión la que necesita de un sistema inquisitorial para protegerse! No puede ser, ciertamente, la religión de Jesús, sino, justo al contrario, la de sus verdugos. De hecho, él fue la primera víctima de una institución similar.

1. El evangelio desenmascara a los inquisidores

Hay un texto, tan iluminador como olvidado, en el evangelio de Marcos, en el que esto queda patente. Dice así:

Entró [Jesús] de nuevo en la sinagoga y había allí un hombre que tenía la mano atrofiada. Lo estaban espiando para ver si lo curaba en sábado, y tener así un motivo para acusarlo. Jesús dijo entonces al hombre de la mano atrofiada:

-Levántate y ponte ahí en medio.

Y a ellos les preguntó:

-¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?

Ellos permanecieron callados. Mirándoles con ira y apenado por la dureza de su corazón, dijo al hombre:

-Extiende la mano.

Él la extendió y su mano quedó restablecida.

En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para planear el modo de acabar con él” (evangelio de Marcos 3,1-6).

Espionaje, acusación, silencio retorcido, confabulación y planes de muerte: ¿qué religión es ésa que potencia tales actitudes, frente a un hombre inocente, que no hace sino reconocer la importancia del ser humano por encima de la ley del sábado? Sin embargo, para la autoridad religiosa eso era “escandalizar”.

Sabes mejor que yo que la autoridad religiosa condenó a Jesús, porque no soportaba su actitud libre ni su mensaje liberador en cuestiones “decisivas” para la religión como la ley del sábado, las tradiciones, las normas de pureza…; tampoco podía tolerar su crítica a la autoridad religiosa y a los judíos “piadosos”; le resultaba escandalosa su solidaridad con los marginados y “pecadores”; y se vio radicalmente cuestionada cuando Jesús profirió su denuncia contra el templo…

Cualquier lector del evangelio, que no se acerca a él de un modo rutinario, se ve forzado a preguntarse: ¿A qué se pudo deber tanta animadversión y hostilidad hacia Jesús por parte de la autoridad religiosa? Tengo para mí que la respuesta incluye un doble nivel: en el más aparente, la autoridad buscaba defender la “ortodoxia” y proteger la tradición recibida; en el menos visible, pero quizás más decisivo, lo que parecía mover realmente a la autoridad no era otra cosa que el miedo a verse cuestionada. Eso no significa afirmar una “maldad” especial en sacerdotes, escribas y senadores. Probablemente, ellos mismos eran inconscientes de sus motivos ocultos e incluso podían creer que estaban actuando en cumplimiento de la voluntad de Dios. Por eso, llegaron a provocar la ejecución de Jesús, pensando que así daban gloria a Dios.

Pero la realidad era la que era: si todo yo (o ego) necesita tener razón y no lleva bien sentirse cuestionado, el yo revestido de poder, acostumbrado a dirigir y controlar las conciencias –a verse a sí mismo como la “conciencia moral” de los individuos y de la sociedad- no tolerará jamás el cuestionamiento de su doctrina. Y si el yo, además de verse revestido de poder, es religioso, encontrará fácilmente un manto de “justificación divina” para todas sus actuaciones.

2. El yo y sus estratagemas: la búsqueda de poder, el miedo a la inseguridad, el mecanismo de justificación y la condena del disenso.

Si venimos a hoy, querido José Antonio, me parece que las cosas no han cambiado mucho. Siguen cumpliéndose las leyes de la sociología y de la psicología…, y los yoes (o egos) siguen funcionando prácticamente del mismo modo que hace dos mil años.

También hoy la autoridad religiosa dice actuar para mantener la ortodoxia y asegurar la tradición recibida (“para proteger la fe de los sencillos”). Y también hoy es posible que actúe de buena fe, creyendo cumplir la voluntad de Dios. Pero también hoy reclama un papel de “conciencia rectora”, que le impide aceptar la libre discusión y la discrepancia.

En definitiva, hoy como entonces, lo que se halla en juego es el poder –en la acepción amplia de la palabra- y su correlativo miedo a perderlo –lo que el yo leería como inseguridad vital-, aunque todo eso se justifique diciendo que se quiere prevenir el “escándalo”.

¿Acaso Jesús, con sus palabras y sus comportamientos, no “escandalizó” a la “gente sencilla” de Galilea? Indudablemente –hasta el punto de que ello le valió la muerte-, pero lo considerado como “escándalo” a los ojos de la autoridad religiosa, era en realidad liberación y vida. De tu libro se ha dicho que podía hacer daño; pero lo que la gente manifiesta es que le ayuda a creer y a vivir.

Sospecho sinceramente que lo que molesta a los censores no es que pueda hacer daño, sino que su propia interpretación se ve cuestionada. Y eso siempre provoca inseguridad. Quien ha puesto la seguridad en las ideas no puede tolerar que nadie las critique; ni siquiera que las formule de otro modo diferente.

Por eso, José Antonio, me da la impresión de que se vuelve a repetir contigo –como con tantos otros- lo que hicieron con el Maestro de Nazaret en aquella sinagoga de Cafarnaún: espiar, acechar, condenar…, con la única diferencia de que ahora lo hacen quienes dicen seguir a Jesús. Pero el motivo es el mismo: la “doctrina” de los censores o inquisidores se ve cuestionada.

3. Cuando un idioma condena a otro

Recurramos a una imagen sencilla. Todos los humanos, cuando hablamos, lo hacemos necesariamente dentro de un idioma lingüístico. Y a nadie, excepto a algún fanático, se le ocurre decir que un idioma es “superior” o “mejor” que otro; son, sencillamente, diferentes.

De un modo similar, siempre que pensamos, lo hacemos forzosamente dentro de un “idioma cultural”, es decir, dentro de un marco o a través de un filtro: es lo que se llama un paradigma.

Y así como no podemos entender al que habla un idioma que nos es desconocido, tampoco entenderemos a quien piensa en el marco de un paradigma que desconocemos.

La mentira del motivo condenatorio radica justamente en eso: el que habla un idioma condena al que habla otro diferente, sencillamente porque no lo conoce. Más aún, porque ha identificado a su idioma con la verdad; ello hace que descalifique a cualquier otro idioma, no sólo como “diferente”, sino como “falso”. Es el colmo de la arrogancia humana, y nace que la incapacidad de tomar distancia de las propias creencias. En el fondo, late una inmensa inseguridad: es ésta precisamente la que conduce a la confusión –grave y peligrosa- que hace tomar las propias “creencias” (idioma) como si fueran “la verdad” (contenido).

Esto no significa, en absoluto, caer en el relativismo (que, además de ser insostenible intelectualmente, conduce al nihilismo y al suicidio colectivo). Pero el rechazo del mismo no puede ser excusa para afirmar el absolutismo dogmático –como suele hacer cierta autoridad religiosa- de quien mantiene la pretensión, tan arrogante como errónea, de poseer la verdad.

Entre ambos extremos, tan insostenibles como peligrosos en sus consecuencias, se sitúa el “justo medio” que afirma que el conocer humano siempre es relativo porque, al ser situado, dice relación necesariamente a un tiempo y a un espacio. ¡Qué bien nos haría tener presente el verso de Machado!: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla; la tuya, guárdatela”.

Porque, en definitiva, éste es el pretencioso engaño en el que cae la autoridad religiosa, una y otra vez: toma como “la verdad” lo que no es sino “su interpretación”. Lo que esto revela es sólo una cosa: que quien lo hace se halla en un nivel mítico de conciencia (que confunde “su visión” con “la verdad”, olvidando algo que hoy nos resulta elemental: que todo conocimiento es ya interpretación).

4. Cuando el evangelio se lee a la luz del catecismo

Lo que yo veo en tu libro, apreciado y querido José Antonio, es sólo fidelidad al evangelio, y me pregunto qué hace que otras personas más inteligentes que yo puedan ver exactamente lo contrario.

Para esa pregunta, sólo tengo una respuesta: probablemente con toda su buena fe, lo que les ocurre es que leen el evangelio desde el catecismo posterior.

Ese catecismo –tan arraigado en el imaginario colectivo católico y, con frecuencia, tan lejano al evangelio- hace de filtro que condiciona la lectura. Cuando no ha habido un estudio serio que permite tomar distancia de las “doctrinas” recibidas, aquéllas quedan erigidas en juez supremo y definitivo de cualquier otro planteamiento teológico.

Aquel catecismo –imperante hasta mediados del siglo pasado, como la teología que se enseñaba en los seminarios por aquellas fechas, en la que parecen apoyarse tus detractores- estaba formulado en un paradigma premoderno e incluso en un nivel mítico de conciencia: ¡se comprende así que dijera lo que decía y en la forma en que lo hacía! Era su “idioma”…

Lo injusto es que se confundió lo que era sólo un “idioma” con la verdad última. Y por eso, cuando alguien, por fidelidad, se ve llevado a “traducir” el contenido a un nuevo idioma, rápidamente es condenado y descalificado. Y no se advierte de la incoherencia e injusticia que supone condenar un “idioma” desde otro…

Pero no sólo eso: al leer el evangelio desde el catecismo –o, lo que es lo mismo, al leer a Jesús desde la religión-, se pierde su novedad, su frescor y su vitalidad. La originalidad de Jesús –tremenda paradoja- queda aguada por la doctrina religiosa que él mismo denunció. ¿Podremos algún día dejar de usar la religión para domesticar el evangelio? ¿Tendremos el coraje de acoger su novedad y ser coherentes con ella, aun a riesgo de que caigan nuestros esquemas “religiosos”, nuestro afán de seguridad y la búsqueda de poder?

5. ¿Inquisidores en nombre de Jesús?

Puedo comprender las “leyes” que operan en el nivel mítico de conciencia, así como los condicionamientos psicológicos y los engaños que se derivan de la identificación con el yo (o ego), de la que venimos (o en la que nos encontramos). Con todo, me produce tristeza comprobar que entre los que se llaman seguidores de Jesús se usen prácticas características de quienes lo persiguieron y acabaron ejecutándolo.

¿Cómo se puede, en nombre de Jesús –el gran crítico de la religión y, en concreto, de la autoridad religiosa-, asumir actitudes de juicio y condena? ¿Alguien puede imaginarse al Maestro de Nazaret condenando a las personas por sus ideas? En el evangelio, únicamente hay una cosa que Jesús condena: la hipocresía de la autoridad, particularmente cuando la usa para imponerse sobre las personas.

No; Jesús no era teólogo, ni vino a hacer “creyentes”. Quería –nada más y nada menos- que hacernos un poco más “humanos”; buscaba ayudarnos a “ver”. Pero es esto precisamente lo que una mentalidad autoritaria no puede permitir: para ella, todo tiene que seguir siendo “como siempre ha sido”.

La conclusión a la que llega cualquier lector “neutral” del evangelio me parece clara: hoy también Jesús volvería a ser condenado por la autoridad religiosa (aunque se llame “cristiana”). La práctica del Nazareno –tan olvidada en los círculos “religiosos”- proclama algo radicalmente subversivo: en un conflicto entre condenadores y condenados, a Jesús se le encontrará siempre de parte de estos últimos. Esto me lleva a pensar que un “inquisidor” podrá ser muy “religioso”, incluso muy “católico”, pero no cristiano.

Concluyendo… Mantener la confianza y evitar las trampas del yo

Querido José Antonio: sé que eres un hombre bueno y fiel, coherente, íntegro y entregado, como Jesús.

Permíteme que termine con una llamada a mantener la confianza y con una invitación, que me hago a mí mismo, a la vez que las deseo para ti.

Ten confianza… y apóyate en ella. Tu “yo” podrá sufrir con toda esta situación –tanto más absurda e hiriente porque viene de quienes se dicen seguidores de Jesús-, pero quien tú eres no será afectado por nada de ella. Lo que realmente somos se halla a salvo de cualquier vaivén. Por eso, respira hondo, ven al momento presente… y toma distancia: tanto de los “ruidos” exteriores que puedan llegarte en forma de condena, como del propio yo que fácilmente nos introduce en la confusión y el sufrimiento.

Y la invitación: toda crisis es oportunidad de crecimiento. Si lo vivimos bien, el “núcleo” de todo dolor es fortaleza y vida. Por eso me parece que somos invitados a trascender el yo, sus “juegos” y sus trampas. Somos infinitamente más que él; la nuestra es una “Identidad compartida”, en la que nos encontramos con el propio Jesús, con quien estamos no-separados. Porque, más allá de la aparente (falsa) separación que establece la mente, tú y yo, tú y quienes te acosan y condenan, Jesús y nosotros, nosotros y todos los seres… somos No-dos.

En esa “Unidad compartida” o No-dualidad, sin separación ni distancia, recibe un abrazo agradecido y afectuoso,

Enrique Martinez Lozano

lunes, 7 de febrero de 2011

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Hu-Song, filosofo de Oriente, contó a sus discípulos la siguiente historia:
"... Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada . Pasó algún tiempo, y uno de ellos logró encender una pequeña tea. Pero la luz que daba era tan escasa que aun así no se podía ver nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendieran su propia tea y así compartiendo la llama con todos la caverna se iluminó".

Uno de los discípulos pregunto a Hu-Song:
¿Qué nos enseña, maestro, este relato?
Y Hu-Song contestó : Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario la hace crecer.