lunes, 28 de diciembre de 2009

Evangelio de Juan 1, 1-18


En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.

Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.

En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.

Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:

¾ Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo”.

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

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A Dios nadie lo ha visto jamás”. A la mente humana no le gustan los misterios: tan limitada como es –apenas alcanza a conocer el cuatro por ciento de la realidad que la rodea-, prefiere aquello que puede tocar y medir.

Por otro lado, sin embargo, le encanta embarcarse en alambicadas especulaciones, con la inaudita pretensión de explicarlo todo.

Entre ambas tendencias, se mueve además la necesidad de seguridad, tan característica del yo, y que lo lleva –entre otras cosas- a querer controlar todo desde la mente.

Mezclado todo ello, es comprensible que se produzcan resultados extremos, igualmente desajustados: desde la negación de todo lo que no sea mensurable (es el cientificismo chato), hasta una forma de hablar del Misterio que lo objetiva –lo convierte en un “Objeto”- y, por tanto, lo cosifica.

Frente a este último riesgo, en el que suelen caer con facilidad las personas religiosas, nos previene esta frase del llamado Prólogo del cuarto evangelio: “A Dios nadie lo ha visto jamás”.

Sin duda, el razonar sobre Dios termina, antes o después, generando ateísmo. Porque el dios pensado no podrá ser, debido a la propia estructura de la mente, sino un “objeto mental”.

Por eso, resulta siempre oportuna la advertencia de Raimon Panikkar: “No deberíamos hacer una caricatura del símbolo Dios”. Incluso el papa Benedicto XVI, convertido en uno de los mayores defensores de la razón en la discusión religiosa actual, siendo profesor de teología en 1969, escribió algo que parece mucho más ajustado: “Todo intento de aprehender a Dios en conceptos humanos lleva al absurdo. En rigor, sólo podemos hablar de Él cuando renunciamos a comprender y lo dejamos tranquilo”.

Lo que vengo diciendo no significa, obviamente, abogar por el irracionalismo. La razón crítica constituye un logro definitivo de la Modernidad, que haremos bien en no descuidar nunca. En ella, encontramos una herramienta que nos permite desenmascarar cualquier planteamiento dogmático o comportamiento irracional.

Pero, paralelamente, es preciso reconocer que la mente no sólo no agota el conocimiento –hay un conocer no-mental o transmental-, sino que se revela radicalmente incapaz para hablar del Misterio, por una razón simple: éste la trasciende. (Pedirle a la mente que capte el Misterio es como pedirle al ojo que “vea” o entienda conceptos abstractos).

En su estudio sobre los místicos sufíes, E. Galindo escribe: Toda expresión sobre Dios tiene que ser heterodoxa..., porque Dios no se deja apresar ni menos expresar exhaustivamente por ninguna formulación humana. Dios desborda infinitamente toda ortodoxia” (E. GALINDO, La experiencia del fuego. Itinerario de los sufíes hacia Dios por los textos, Verbo Divino, Estella 1994).

Y muchos siglos antes, uno de los Padres de la Iglesia, Gregorio Nacianzeno había sido todavía más explícito: “Nuestros conceptos crean ídolos, sólo el «sobrecogimiento» presiente algo más”.

En resumen: A nuestra mente le parece que, por el hecho de decir “Dios”, ya sabe lo que dice. Pero ese dios así nombrado puede que no sea sino una creación a medida de la propia mente. Me parece que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el Dios habitual es un Dios proyectado y, por eso mismo, “colocado ahí fuera”. Con lo cual, nombrando a Dios, hemos fracturado la Unidad que es.

Si esto es así, ¿qué criterio nos queda? El de la experiencia mística (espiritual o transpersonal) y el de la práctica. A ese Dios que no podemos pensar, sí podemos experimentarlo –en el silencio y el vacío de la mente- y vivirlo. A eso apunta precisamente el segundo término de la frase del Prólogo: “El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.

Como le gusta decir a José Mª Castillo, la afirmación nuclear de la fe cristiana no es “Jesús es Dios”, sino más bien “Dios es Jesús”. Lo que conocemos es el predicado de la frase. En él, en Jesús, atisbamos lo que Dios sea.

La tradición cristiana reconoce a Jesús como el “Rostro” de Dios. Su decir y su hacer constituyen criterios con los que desenmascarar las proyecciones habituales de las personas religiosas. Por eso, no es extraño que, en Jesús, aparezca un Dios desconcertante, inesperado, que rompe los esquemas “religiosos” y se manifiesta como Amor gratuito e incondicional, parcial con los más débiles y crítico de cualquier forma de dominación.

Jesús habla poco de “Dios”; su mensaje gira más bien torno al “Reino de Dios”, es decir, a la Unidad de Dios en todo y en todos que, acogida, da como resultado un mundo nuevo, caracterizado por la fraternidad.

En esa misma línea, lo que Jesús hace es vivir –practicar- a Dios. O mejor aún: permite que Dios se viva en él. Por eso, precisamente es “rostro” y manifestación de Dios: porque “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre (J. Sulivan).

Y cuando se deja vivir a Dios, el ser humano se vivencia como bondad. Es exactamente lo que ocurrió en Jesús, que “pasó por la vida haciendo el bien” (Libro de los Hechos de los Apóstoles 10,38).

Jesús está “en el seno del Padre”, es decir, participa de la vida misma de Dios; es Dios expresándose en forma humana. Pero esto mismo que decimos de él, podemos afirmarlo de todos y cada uno de nosotros. Es toda la realidad la que está “en el seno del Padre”, sin dualidad posible.

Decía antes que, debido a su propia estructura, la mente es dualista, por lo que, incluso cuando nombra a Dios, establece separación. Y una vez fracturada la Unidad, nuestra propia identidad se nos vuelve problemática, al percibirnos como seres separados frente a los otros e incluso frente a Dios. Hemos olvidado nuestra verdadera Identidad, unitaria y compartida, que sencillamente se expresa y manifiesta en infinidad de formas.

Tal como han insistido los místicos, decir “yo y Dios” es romper la Unidad divina. Por el contrario, tanto la experiencia de Dios como el conocimiento del verdadero “Sí mismo” excluyen toda dualidad.

Nuestra mente nos hace creer que somos “yoes” que, temporalmente, tienen vida. Su limitación la confunde y le oculta que, en realidad, somos Vida, la única Vida divina –“que está en el seno del Padre”- que “temporalmente” se expresa y manifiesta en cada uno de los seres.


Enrique Martinez

Muere Edward Schillebeeckx, teólogo en la frontera



Nacido en 1914, fue una de las personalidades más influyentes en la renovación del cristianismo durante la segunda mitad del siglo XX

diciembre murió, a los 95 años, Edward Schillebeeckx, el teólogo católico más prestigioso del siglo XX, junto con Karl Rahner, y una de las personalidades más influyentes en la renovación del cristianismo durante toda la segunda mitad del siglo pasado. Ha sido protagonista en los momentos más importantes de la historia reciente de la teología, de la vida de la Iglesia holandesa y de la Iglesia católica.

Nació en 1914 en Amberes, metrópoli de la Bélgica flamenca en el seno de una familia muy religiosa de 14 hermanos. Hasta los 18 años estudió en un colegio de jesuitas, donde recibió una rigurosa formación basada en los clásicos. A los 19 años ingresó en la Orden de los Dominicos. ¿Qué es lo que le atrajo de la Orden dominicana por optar por ella como estilo de vida? Él mismo responde: la apertura al mundo, la dedicación al estudio, el trabajo de investigación y la teología centrada en la predicación. Y a fe que él mismo hizo realidad estas cuatro características en su vida religiosa, en su actividad intelectual y en su manera de estar en el mundo.

Tras el noviciado, estudió filosofía en Gante y teología en Lovaina con una orientación tomista clásica, que él renovaría durante los primeros años de docencia. Después de la Segunda Guerra Mundial fue a Francia para hacer el doctorado en Le Salchoir y estudiar en la Sorbona. En Salchoir se encontró con dos de los más prestigiosos teólogos dominicos: Marie-Dominique Chenu (1895-1990), sancionado entonces por el Santo Oficio, e Yves-Marie Mª Congar (1904-1995), igualmente sancionado en la década de los cincuenta del siglo pasado. En La Sorbona siguió las enseñanzas de los filósofos Le Senne, Lavelle, Wahl y Gilson.

De vuelta a Lovaina en 1947, inició su carrera docente en teología dogmática con el objetivo de renovar el pensamiento tomista, anclado en la más cerrada neoescolástica, y de abrirlo a las nuevas corrientes filosóficas. Los escritos de este periodo, que alcanza hasta principios de los sesenta, se caracterizan por el método histórico frente al dogmatismo de manual, entonces imperante, y por el perspectivismo gnoseológico, que buscaba una síntesis entre la fenomenología y el tomismo.

Teólogo de confianza del episcopado holandés, entonces progresista, fue su asesor en el Concilio Vaticano II y uno de los principales inspiradores -e incluso redactores- de sus documentos renovadores, especialmente en lo referente a la eclesiología y al diálogo de la Iglesia con el mundo. Es proverbial a este respecto su afirmación "Fuera del mundo no hay salvación", que contrasta con el aforismo excluyente "Fuera de la Iglesia no hay salvación". Para mantener el espíritu conciliar y desarrollar una teología en sintonía con los cambios profundos promovidos por el Vaticano II creó en 1965, junto con Congar, Rahner, Metz, Küng y otros teólogos progresistas la Revista Internacional de Teología Concilium, que todavía sigue editándose en ocho idiomas.

Fue asimismo uno de los principales redactores del polémico Catecismo holandés, que presentaba los grandes temas del cristianismo, -incluso los más conflictivos, como la doctrina del pecado original- con un estilo vibrante, un lenguaje moderno y en actitud de diálogo con las nuevas corrientes culturales.

A lo largo de su extenso magisterio teológico y de su amplia obra ha sido procesado tres veces por la Congregación de la Fe (antiguo Santo Oficio): en 1968, a propósito de algunos ensayos teológicos centrados en la secularización y el cristianismo; en 1979, por su libro Jesús. La historia de un Viviente, la mejor cristología del siglo XX; y en 1984 por su libro El ministerio eclesial, donde justificaba la presidencia de la eucaristía por parte de un ministro extraordinario no ordenado. De los tres salió ileso e incluso airoso. En las respectivas sesiones del juicio celebradas en el Vaticano logró desmontar las afirmaciones de sus inquisidores con brillante, argumental finura.

Schillebeeckx ha muerto y la sensación que tenemos los teólogos y las teólogas que nos movemos en su línea de hermenéutica crítica es de orfandad, sólo superada con la lectura de sus obras que seguirán iluminando el itinerario del cristianismo del siglo XXI por la senda del diálogo con las culturas de nuestro tiempo y del compromiso ético por la justicia, con el evangelio de Jesús de Nazaret como referente.

jueves, 24 de diciembre de 2009

CHISTE DE MINGOTE



YO PENSABA ABORTAR, PERO PEPE, QUE ES MAS PRACTICO, ME ACONSEJO DEJAR NACER AL NIÑO Y LUEGO DEDICARLO A MEDICO ABORTISTA, DE LOS QUE
GANAN TANTISIMO DINERO MINGOTE

LA CARRERA DE SAPOS


Era una vez una carrera de sapos. El objetivo era llegar a lo alto de una gran torre. Había en el lugar una gran multitud. Mucha gente para vibrar y gritar por ellos. Comenzó la competencia. Pero como la multitud no creía que pudieran alcanzar la cima de aquella torre, lo que más se escuchaba era "Qué pena !!! Esos sapos no lo van a conseguir ...no lo van a conseguir..." Los sapitos comenzaron a desistir. Pero había uno que persistía y continuaba subiendo en busca de la cima La multitud continuaba gritando: "... Qué pena !!! Ustedes no lo van a conseguir!..." Y los sapitos estaban dándose por vencidos salvo por aquel sapito que seguía y seguía tranquilo y ahora cada vez más con más fuerza. Ya llegando el final de la competición todos desistieron, menos ese sapito que curiosamente, en contra de todos, seguía y pudo.llegar a la cima con todo su esfuerzo. Los otros querían saber qué le había pasado. Un sapito le fue a preguntar cómo el había conseguido concluir la prueba. Y descubrieron que... ¡era sordo! ...No permitas que personas con pésimos hábitos de ser negativos derrumben las mejores y más sabias esperanzas de tu corazón! Recuerda siempre: el poder que tienen las palabras que escuchas o veas. Por lo tanto, preocúpate siempre de ser ¡POSITIVO ! Sé siempre "sordo" cuando alguien te dice que no puedes realizar tus sueños.

lunes, 21 de diciembre de 2009

LUCAS, 2 41-52


Domingo dentro de Navidad

Fiesta de la Sagrada Familia

27 diciembre 2009

Evangelio de Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.

Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:

¾ Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.

El les contestó:

¾ ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa [las cosas] de mi Padre?

Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.

El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

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Nos encontramos ante un texto que guarda mucha similitud con relatos legendarios de personajes famosos de la antigüedad, a los que se les atribuía, ya desde niños, unos conocimientos especiales. Episodios como éste se cuentan de Ciro, Alejandro, Epicuro, Solón, Cicerón… Parece que, de acuerdo con esa costumbre, Lucas ha construido un relato con el que busca subrayar la sabiduría de Jesús niño. (Algunos apócrifos hacen construcciones semejantes y lo presentan discutiendo sobre astronomía, física o medicina).

A eso debe apuntar también la edad (“doce años”) –los niños no estaban obligados a ir al templo antes de los 14 años- y la postura: estar sentado denota situarse en un plano de igualdad con los doctores de la Ley; los discípulos estaban a los pies del maestro.

En el texto griego, la respuesta que da Jesús a sus padres no contiene la palabra “casa”, por lo que los exegetas prefieren traducir como “las cosas” o “los asuntos” de mi Padre. Lucas estaría pensando en sus lectores, a quienes envía un mensaje que considera importante: lo fundamental consiste en ocuparse en la voluntad del Padre.

El relato coloca también en un primer plano el hecho de que sus padres no lo comprendieran, poniendo en labios de María una queja angustiada, y en los de Jesús una reacción de sorpresa.

No cabe duda de que, en la tradición cristiana, ha costado reconocer que Jesús no fue comprendido por su propia familia. Por eso mismo, no se sabía bien qué hacer con aquel texto inequívoco del evangelio de Marcos, según el cual sus familiares “fueron para llevárselo, pues decían que estaba trastornado” (3,21); o con aquel otro en el que muestra a sus familiares, su madre incluida, “fuera” de la comunidad de discípulos (3,31); o con la sorprendente respuesta de Jesús a quienes le hablan de su madre y sus hermanos: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando entonces a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»” (3,33-35).

Los textos más originales no ocultan que Jesús sufrió la incomprensión de su propia familia, aunque quizás, posteriormente, fueran aproximándose más a él, como lo demuestra el hecho de que uno de sus hermanos, Santiago, llegara a ser el primer líder de la comunidad de los discípulos de Jerusalén.

Por otro lado, desde la perspectiva de la época, no era difícil entender aquella incomprensión. Jesús, no sólo había roto algunos tabúes intocables al dejar la familia y el trabajo para convertirse en un hombre marginal, como maestro itinerante, sino que, por sus enfrentamientos con la autoridad religiosa se hacía sospechoso de situarse contra la Ley y, lo que es más grave, constituía un peligro real para toda su familia, que podría sufrir las represalias de la autoridad.

Además de la incomprensión de su propia familia, a la tradición cristiana le ha costado reconocer el hecho de que Jesús “crecía”.

En un nivel de conciencia mítico, “divinidad” y “humanidad” aparecían como realidades antagónicas, hasta el punto de que cada una de ellas se afirmaba por oposición a la otra: a más divino, menos humano; y a la inversa.

Lo que ocurrió con ello es que, por proteger la divinidad de Jesús, se cayó, quizás de una manera no buscada, en la negación práctica de su realidad humana. Así se pudieron llegar a decir cosas extravagantes sobre él, como que poseía un conocimiento universal o que en él no pudo haber un proceso creciente de autoconciencia. No hace todavía muchos años, el debate sobre la conciencia que Jesús tenía de sí mismo y de su misión era una de las cuestiones cristológicas más debatidas. Y aún hoy, en no pocos sectores cristianos, se sigue sosteniendo una idea de la divinidad de Jesús que devalúa su realidad humana.

Detrás de ese planteamiento –como todos, hijo de su tiempo y de un nivel de conciencia determinado-, se esconde una trampa que es la que hace imposible una reformulación menos inadecuada: el dualismo o, por decirlo con más propiedad, un modelo de cognición dualista.

Es ese modelo, que ha imperado en la filosofía y la teología de Occidente, y que se nos ha impuesto como si fuera el único posible, el que terminó confundiéndonos.

Para ese modelo de conocer, todo está separado de todo, incluso enfrentado. Aplicado a la teología, implica pensar a Dios como un Ser separado –en último término, como un Objeto- frente a la realidad mundana y habitando un cielo distante, aunque paralelo al mundo.

Eso ocurre porque previamente se había reducido el “conocer” al “pensar”. Y la mente se había constituido en árbitro supremo. Con ello, la trampa estaba servida, porque es la propia mente la que es dualista. A partir de ahí, todo lo demás son consecuencias. Es decir, una vez aceptado el presupuesto, tácito e incuestionable, de que la única aproximación válida a la realidad era a través de la mente, se habían cerrado las puertas para cualquier otro tipo de conocimiento. Y, al mismo tiempo, se había sancionado definitivamente el dualismo, en todos los órdenes del conocer.

Con esos presupuestos nunca cuestionados, hablar de la divinidad y humanidad en Jesús era una tarea tan imposible como tratar de mezclar el agua con el aceite. No sólo por los estrechos límites de la mente, sino por el dualismo antagónico que se daba por válido.

Se comprende entonces que, ante el temor de que lo “divino” en Jesús resultara negado, la autoridad religiosa –y la gran tradición cristiana- terminaran oscureciendo –negando, en la práctica- algo tan inexorablemente humano como el crecimiento personal y el despliegue progresivo de la conciencia de sí.

Una vez más, venimos a constatar algo profundamente significativo: una vez que tomamos distancia de aquel modelo que habíamos considerado como absolutamente válido, descubrimos que los grandes dilemas a los que conducía no eran en realidad sino pseudoproblemas.

Cuando se considera definitiva la dualidad sujeto/objeto –ése ha sido el presupuesto de la filosofía (y teología) occidental-, empiezan a surgir problemas irresolubles: la relación del ser humano con el mundo, con los otros, con Dios… y hasta consigo mismo. Para aquella filosofía, ¡el sujeto mismo termina siendo objetivado, convertido en “objeto”!

Sin embargo, como decía más arriba, basta tomar distancia de ese modelo, para percibir que era él mismo el que generaba esos falsos problemas.

Superado o trascendido el modelo dualista, todo empieza a percibirse un modo nuevo, no-dual, en el que nada está separado de nada. Si nos ceñimos a nuestro tema, significa reconocer que lo divino y lo humano no constituyen dos realidades antagónicas, sino expresiones distintas de la Realidad única. O si se prefiere –el que se nos queda siempre y necesariamente corto es el lenguaje-, lo que existe es Dios expresándose en lo mundano, pero sin ninguna dualidad; es decir, no “pensando” a un Dios que “se expresa” en “lo mundano”. No; es algo infinitamente más sutil y misterioso, que no podemos expresar sino a través de la negación: Dios y el mundo son no-dos.

¿Y Jesús? Tan divino como humano: o tan divino precisamente por tan humano; y a la inversa. Por decirlo con una expresión de J. Sulivan, “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre”.

Enrique Martinez

EL CORAZON PERFECTO


Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que el poseía el corazón mas hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en el ni marcas ni rasguños. Si, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto, al verse admirado el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón mas hermoso de todo el vasto lugar. De pronto un anciano se acerco y dijo: "¿Por qué dices eso, si tu corazón no es ni tan, aproximadamente, tan hermoso como el mío? Sorprendidos la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, este estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y estos habían sido reemplazados por otros que no encastraban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió, ¿Cómo puede el decir que su corazón es más hermoso? pensaron El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echo a reir. -"Debes estar bromeando," -dijo. -"Compara tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor." "Es cierto," dijo el anciano, "tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo... Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregue todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido "Hubo oportunidades, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos - dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día -tal vez- regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón." "¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?" El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con el tapo la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes. El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho mas hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.

PARA ESTAS NAVIDADES Y PARA SIEMPRE DESEO QUE TODOS LOS QUE VISITAIS ESTE BLOG DISFRUTEIS DE AMOR, PAZ INTERIOR Y ALEGRÍA EN BUENAS RELACIONES CON VUESTROS SERES QUERIDOS.


JOSE ANTONIO

Evangelio según San Lucas 1,39-45


En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".

Comentario del Evangelio por
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad

«María se puso en camino»

El regocijo y el gozo eran la fuerza de Nuestra Señora. Fue su hijo quien hizo de ella la presurosa sirvienta de Dios, porque desde que entró en ella «se fue a toda prisa». Solamente el gozo podía darle la fuerza para marchar a toda prisa más allá de las colinas de Judea y convertirse en la servidora de su prima. Esto sirve igualmente para nosotras; igual que ella debemos ser las sirvientas del Señor y cada día, después de la santa comunión, apresurarnos para ir más allá de las dificultades que nos encontremos al ofrecer con todo nuestro corazón nuestro servicio a los pobres. Dar Jesús a los pobres en tanto que sirvientas del Señor. El gozo es la oración, el gozo es la fuerza, el gozo es el amor, es una red de amor gracias a la cual podréis alcanzar a las almas. «Al que da de buena gana lo ama Dios» (2C 9,7). El que da gozosamente, da más. Si en el trabajo encontráis dificultades y las aceptáis con gozo, con una amplia sonrisa, en esto, como en muchas otras cosas, daréis prueba de que vuestras obras son buenas y el Padre será glorificado en ellas. La mejor manera de mostrar vuestro agradecimiento a Dios y a los hombres es aceptándolo todo con gozo. Un corazón gozoso proviene de un corazón que arde en amor.

jueves, 17 de diciembre de 2009

COMO SER CRISTIANO


Difusion de Teología Popular” ha editado varios libros, en los que se recoge aquélla forma de entender el Mensaje de Jesús y que, en su día, fueron difundidos en carpetillas.
El primer libro que sale es ” Cómo ser cristiano”, de José M. Castillo. Este libro consta de dos tomos.
El primer tomo(179 páginas) , recoge en diez temas,las siguientes materias:Israel y la Biblia, La Biblia palabra de Dios, los grandes momentos de la Historia de la Salvación y Jesús(Su Evangelio, Su Proyecto, Su tarea, Su personalidad, Su muerte y Su resurrección).

El segundo tomo(191 páginas), recoge en trece temas, las siguientes materias: La Comunidad, Celebración y Sacramentos y Cómo ser cristiano( El seguimiento, las Bienaventuranzas, Actitudes fundamentales del discípulo, Cristianos en la sociedad y Cristianos en el mundo).

El libro está escrito con una pedagogía excelente. Y así, cada tema consta de: -Presentación -Objetivos -Contenido -Resumen del tema -Preguntas para dialogar sobre el tema.

El libro está escrito con tal claridad y sencillez, que “despierta”al seguimiento de Jesús.

El libro es útil para todos: El Papa, Arzobispos, Obispos, Sacerdotes ,Religiosos/as, Laicos/as,Catequistas y para cualquier persona que quiera profundizar en el único Hombre plenamente humano que nos indica , con sus hechos y dichos ,cómo es Dios y su designio sobre los que le prestan su adhesión.

El precio de cada tomo es de10 euros.

Todos los que tengáis interés en adquirir dicho libro, podéis poneros en contacto con Jaime Pérez Barco en esta dirección :jaimebarco@yahoo.es

Tel:600410349

lunes, 14 de diciembre de 2009

LA RELIGION DEL AMOR


Mi corazón puede adoptar todas las formas.

Es pasto para las gacelas.

Y monasterio para monjes cristianos.

Y templo para ídolos.

Y la Kaaba del peregrino.

Y las tablas de la Torá y el libro del Corán.

Yo sígo la religión del Amor.

Cualquiera sea el camino

que recorran los camellos

esa es mi religión y mi Fe.


Ibn el Arabi

viernes, 11 de diciembre de 2009

SAN PABLO Y LAS MUJERES


Estamos celebrando el “Año de San Pablo” y no pocas veces he escuchado, sobre todo a mujeres, el afirmar que San Pablo era “anti-feminista”, “misógino” y “enemigo del sexo femenino”. Esa idea, tan generalizada, es totalmente falsa e injusta. San Pablo, más bien, es el gran promotor de los laicos y particularmente de las mujeres, como trataremos de probarlo en este pequeño trabajo divulgador. ¡Ojalá que, a raíz del “Año Paulino”, los responsables de nuestra Iglesia vieran en San Pablo el gran apóstol del laicado, masculino y femenino, y tratasen de imitarlo!

Ya Santa Teresa de Jesús se vio frecuentemente criticada en su gran labor de reformadora cuando le exigían “recogimiento, penitencia y la oración”. Sus críticos se basaban en el pasaje de San Pablo en el que se dice :“Las mujeres en la Iglesia deben permanecer calladas”. La santa, muy conocedora de los escritos paulinos, les contestaba diciéndoles que no se basasen en un pasaje aislado de San Pablo sino que deberían conocer todo el conjunto de su doctrina y su metodología misionera. Sin duda se refería a los testimonios sobre la praxis apostólica y, sobre todo, a las importantes responsabilidades que San Pablo depositó en las mujeres.

Las mujeres con las que San Pablo va tomando contacto, según el testimonio de los “Hechos de los Apóstoles” y de sus Epístolas, despliegan muchas y muy variadas actividades misioneras. Sin embargo, antes de referirnos a toda la relación de San Pablo con las mujeres, a las cuales da responsabilidades y funciones de mando y de dirección, veamos las observaciones y las críticas que se le hacen en relación a su conducta con el mundo femenino.

Los textos del conflicto ( 1 Cor 11, 2-16 y 14,34-5)

Las críticas, sobre todo femeninas, a San Pablo se basan en esos dos textos de la Primera Carta a los Corintios.

En primer lugar debemos aclarar que lo que se dice en el segundo pasaje ( 1 Cor 1,34-35) exigiendo a las mujeres que se callen en las asambleas de los cristianos. Los exégetas más calificados juzgan que ese texto es interpolado. Fue introducido en la Epístola de Pablo cuando él ya había muerto, en momentos en que el antifeminismo tomaba fuerza, como lo podemos ver en la Primera Epístola de Timoteo ( 2,12.) Esta Epístola, como las 3 llamadas “pastorales”, marcadas con un claro patriarcalismo, no son de San Pablo, como lo acepta ya la crítica universal. Las encabezaron con el nombre de Pablo por el prestigio y la alta estima que de él tenían.

El notable grado de igualdad entre hombres y mujeres que se dio en las iglesias fundadas por San Pablo lamentablemente no duró muchos años. Vemos en las Cartas Pastorales, publicadas pocos años después, cómo las mujeres son reducidas al silencio. Un silencio que iba a durar a lo largo de los siglos hasta nuestros días.

En las Iglesias paulinas había mujeres que dirigían las asambleas de oración, mujeres profetas ( 1 Cor 11,3-5), diaconisas (Rom 16,1) y líderes femeninos capaces de explicar “con mayor exactitud el camino de Dios” como lo hizo Prisca con relación a un misionero de tanta influencia como era Apolo ( Hch 18,26.).

Aunque el principio de la igualdad total de todos los fieles se seguía afirmando, sin embargo, la cultura patriarcal y los prejuicios ancestrales contra las mujeres volvieron a hacerse muy presentes en la praxis diaria de todas las comunidades cristianas.

En el caso que nos presenta 1 Cor 11, 2-16, se trata de un conflicto totalmente intranscendente para nuestra mentalidad actual pero que, en aquel tiempo, revestía gran importancia, tanto en la cultura judía como en la griega. Estaba en relación con la obligación que tenían todas las mujeres de cubrirse la cabeza con un velo en las asambleas y los actos religiosos públicos.

Podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿por qué algunas mujeres cristianas de Corinto tomaron la iniciativa de quitarse el velo en las reuniones y asambleas religiosas? Con toda probabilidad la causa fue la nueva libertad de que estaban gozando las comunidades cristianas de entonces, y que el mismo Pablo favorecía y animaba, lo que llevó a aquellas mujeres a realizar este gesto de desafío a las costumbres establecidas.

De hecho, las mujeres de las comunidades de Pablo tenían mucha más libertad y protagonismo que las mujeres que actualmente participan en nuestra Iglesia: eran líderes reconocidas y respetadas y colaboradoras en primera línea en el apostolado.

Era algo totalmente nuevo e inaudito para las costumbres de entonces el que las mujeres de las comunidades de San Pablo rompieran con esas normas antifeministas. Las mujeres cristianas de Corinto quizás fueron demasiado lejos, provocando la reacción de los elementos más conservadores de la comunidad.

Es evidente que los argumentos que expresa Pablo contra este grupo de mujeres hoy no los podemos aceptar, ya que se basan en la dependencia de la mujer con respeto al hombre y manifiestan inferioridad del sexo femenino.

San Pablo cede, en este caso, ante las corrientes machistas de su tiempo, que estaban presentes tanto en la mentalidad judía, como en la griega.

Lo curioso de este pasaje es que Pablo no parece muy convencido de sus propios argumentos, por eso da marcha atrás en la mitad de su reflexión diciendo “Si bien, para el Señor, no hay mujer sin varón, ni varón sin mujer” y, “si la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer y ambos proceden de Dios” (1 Cor 11,11)…

Es evidente que todo este conflicto estaba relacionado con la unión entre la cultura tradicional y la novedad de evangelio predicado por San Pablo. Una tensión que todavía hoy sigue en la propia Iglesia. ( La Biblia de Nuestro Pueblo” Nota al pie de texto. Pag. 2117 y 1283).

La lectura de esta carta a los fieles de la Iglesia de Corinto revela que el objetivo fundamental de la misma, es el afrontar los conflictos que ponían en grave amenaza la fraternidad que debía reinar siempre, sobre todos en las comunidades inspiradas en la metodología de Pablo.

Los conflictos en la Iglesia de Corinto eran varios y estaban relacionados con la predicación de Apolo, con las tensiones entre pobres y ricos y con el problema de los carismas. A todo esto se añadía, como algo muy grave, el que un grupo de mujeres optaran por no ponerse el velo en los actos religiosos.

El Apóstol da por supuesto que hombre y mujer participan en pie de igualdad en la celebración: ambos rezan y profetizan ( 11,45) pero vemos que Pablo cede, para evitar el escándalo que se estaba produciendo como consecuencia de la ruptura de ciertas costumbres sociales por parte de estas mujeres de la comunidad. Pablo se da cuenta de que su primer mensaje de libertad provoca unos movimientos peligrosos para la fraternidad del grupo y esto le hace volverse más cauto.

Listado de las mujeres más activas y con mayores responsabilidades en las comunidades cristianas paulinas

San Pablo ya había afirmado en la Epístola a los Gálatas (3,28 ) “Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús”

Si recorremos las páginas del libro de los “Hechos” y las Epístolas de Pablo, una de los datos más sorprendentes es la misión evangelizadora, activa y responsable, que se les da a la mujeres.

Señalamos algunos nombres de mayor influencia:

Febe (Rom 16,1-2) es una cristiana de origen griego. Parece que gozaba de una confortable situación económica, lo que explica sus viajes y su disponibilidad a ayudar económicamente a las comunidades cristianas. Pablo la llama “nuestra hermana, nuestra colaboradora”. Le da los mismos títulos que a Timoteo y a Tito.

Pablo comunica a la comunidad de Centreas que ella era “diaconisa”que es el mismo título que Pablo se atribuye a sí mismo y otros, como Timoteo y Tito. El Apóstol les recomienda para que “la reciban en el señor, como corresponde a los santos, ayudándola en todo lo que necesite de ustedes. Ella ha protegido a muchos hermanos y también a mí”.

Priscila o Prisca aparece citada seis veces. Su marido, llamado Áquila, era un hombre muy influyente y gran colaborador en la misión. Sin embargo, al citar a ambos consortes, Pablo pone varias veces el nombre de la mujer en primer lugar. Pablo dice de este matrimonio “expuso la cabeza por mí” ( Rom 16,3). ´

Junia. A ella y a su marido Andrónico les dice Pablo que son “apóstoles insignes”. Era el título que recibían los Doce y algunos grandes colaboradores como Tito y Epafrodito. San Pablo se rodea siempre de colaboradores y colaboradoras que van a constituirse en enviados oficiales de la comunidad.

Lidia era comerciante en telas preciosas, como la púrpura. Había establecido relaciones comerciales con algunos judíos aunque ella era de origen gentil. Pablo se alojó en su casa.

María, Trifona, Trifosa y Pérsida (Rom 16 6-12) se dice de ellas que “trabajaron duramente por nosotros o por el Señor” Es muy posible que desempeñasen alguna función importante como líderes locales.

Apfia ( Flm. 1,1-2) es mencionada en la Carta a Filemón. Pablo la llama “hermana” igual que a Febe y por esa razón ha de interpretarse que era una estrecha colaboradora de Pablo.

Evodia y Síntique (Flp 4,2) Dice de ellas que son dos mujeres que “ han luchado por el evangelio a mi lado”.

La madre de Rufo (Rm 16,3) de la que dice Pablo “ también es madre mía”.

Hay otras muchas mujeres de las cuales sólo conocemos el nombre como Julia y Olimpia. También nos costa de la existencia de grupos de mujeres anónimas que colaboran directamente en la labor evangelizadora como el grupo que existía en Filipos (Hch 16, 13,) o las mujeres que se juntan para despedir a Pablo en Tiro (Hch 21, 5) o las cuatro hijas de Felipe, el predicador del evangelio, que tenían el don de la profecía ( Hch 21 ,8) o el conjunto de mujeres de la alta sociedad de Berea (Hch 17,1).

Es sorprendente que en la Epístola a los Romanos, en la última página, Pablo cite nominalmente a doce mujeres, todas ellas muy unidas al apóstol como colaboradoras, como bienhechoras o como diaconisas. De todas ellas afirma: “Han trabajado mucho por el Señor.”

Llama la atención que Pablo envía esta carta tan importante a los cristianos de Roma cuando todavía él no conocía Roma. Esto nos indica que el conocimiento que Pablo tenía de los cristianos de Roma, y en especial de las mujeres, no era, por lo tanto, una relación de pura amistad basada en sentimientos, sino en la praxis misional de la cual Pablo era la expresión más dinámica y eficaz.

La praxis misionera de Pablo, confiriendo importantes responsabilidades apostólicas a mujeres, a pesar la visión tradicional opuesta, es una llamada a dejarnos cuestionar y a apostar por una Iglesia menos patriarcal y más integradora.

Es desde una participación de la mujer mucho más acogedora y con funciones importantes desde donde puede venir una auténtica renovación de nuestra Iglesia. ( Sal Terrae, Junkal Guevara. Oct. 2008 p. 123 y s.)

Gregorio Iriarte

jueves, 10 de diciembre de 2009

LUCAS 3, 10-18


Evangelio de Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: Entonces, ¿qué hacemos?

El contestó:

El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.

Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:

Maestro, ¿qué hacemos nosotros?

El les contestó:

No exijáis más de lo establecido.

Unos militares le preguntaron:¿Qué hacemos nosotros?

El les contestó:

No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.

El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:

Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en su mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.

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La figura de Juan el Bautista planteó problemas al cristianismo primitivo. Sus discípulos habrían de continuar durante bastante tiempo, e incluso el libro de Los Hechos de los Apóstoles constata su presencia (18,25; 19,3). Pretendían que Juan era superior a Jesús, ya que éste se había hecho bautizar por aquél.

Para salir al paso de esta dificultad, Lucas menciona el bautismo de Jesús, una vez que el Bautista había sido ya encarcelado (3,20-21).

En el relato de hoy, Juan aparece como un “maestro de moral” y predecesor del Mesías Jesús, que –como se encarga de subrayar el autor del evangelio, dentro de la polémica ya citada- es “el que puede más que yo”.

En las respuestas que da el Bautista a los diferentes grupos de personas que se le acercan –la gente, los publicanos, los militares-, algunos exegetas opinan que en realidad Lucas estaría pensando en los destinatarios de su propio escrito. Es decir, se trataría de normas éticas para los primeros cristianos de la comunidad lucana.

Otro detalle característico de la predicación del Bautista es la insistencia en el pecado y en la dureza del juicio divino. Aquí se refiere al Mesías como aquél que viene a “quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. Un poco antes, había hablado del “hacha puesta a la raíz de los árboles”, recalcando que “todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado al fuego” (4,9).

No parece extraño que más tarde, viendo cuál era el mensaje y la actitud de Jesús, quedara perplejo y le enviara discípulos desde la prisión para preguntarle: “¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?” (7,19). Al parecer, el comportamiento del maestro de Nazaret no encajaba con la idea que él se había hecho.

La notable divergencia entre ambos maestros puede sintetizarse en una sola palabra: gratuidad. El centro de la predicación de Jesús no es el pecado del que convertirse, sino la buena noticia de un Dios que es derroche de amor gratuito e incondicional.

Por eso, en Jesús se nos muestra alguien que no va buscando pecadores que convertir, sino personas necesitadas a quienes ayudar. La diferencia es crucial y tendría que hacernos replantear si, como Iglesia, en ocasiones no parecemos ser más seguidores de Juan que de Jesús. La pregunta, también para nosotros, es simple: ¿Vamos por el mundo viendo pecados o atentos a las necesidades de los seres humanos?

Es comprensible que quien pone su atención en los pecados se convierta en juez y termine amenazando y dictando sentencia condenatoria –¡qué triste espectáculo el de las recientes amenazas de pecado y excomunión por parte de algunos obispos entre nosotros…!-. Por el contrario, quien busca ayudar, se sitúa como servidor y vive la comprensión y el perdón.

Lo que ocurre es que, para el ego, pocas cosas hay que le otorguen tanta sensación de existir como el juicio sobre los otros. Quien juzga se ha colocado ya un peldaño por encima de quien es juzgado. Si tenemos en cuenta que lo que el yo busca es la autoafirmación a cualquier precio y el destacar sobre los otros, su adicción al juicio es fácil de entender.

De nada servirá la contundencia de las palabras de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados” (6,37); “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?” (6,41). Es imposible estar identificado con el yo y no juzgar.

Pero todavía hay más. Arrogarse el poder de dictaminar acerca de lo que es “pecado” confiere a la persona o al grupo un inusitado y enorme poder: el poder sobre lo más íntimo de la persona, la conciencia.

No se descubre nada nuevo al afirmar que ha sido ahí donde muchas veces se ha asentado el autoritarismo religioso: pecado, culpabilidad, condenación, angustia… Demasiados factores afectando a fibras muy sensibles de la persona como para que no se cayera, frecuentemente, en la dominación de las conciencias.

Pues bien, frente a todo ello, ¿qué tenemos que hacer?

La respuesta de Jesús a la pregunta del Bautista desconcertado fue la siguiente: “Los ciegos ven, los tullidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia; y dichoso el que no se escandaliza de mí” (7,22-23). No se menciona el pecado, ni la amenaza, ni nada que ellos “debieran” hacer… Jesús pone el acento en lo que él mismo hace al servicio de los necesitados, y termina llamando “dichoso” a quien, en esa forma de ser y de hacer, es capaz de descubrir el “modo de ser” de Dios.

Esta última parte de la respuesta es sabia. Jesús sabe que la persona “religiosa” se escandaliza fácilmente cuando le “tocan” su idea de Dios. Quien ha puesto su seguridad en conceptos no puede permitir verlos cuestionados, porque con ellos caería su propia seguridad. Por su parte, la autoridad tampoco puede permitir que se discrepe de su doctrina, porque ve amenazado su propio estatus. ¿Qué hacer? Catalogar la discrepancia como escándalo y aplicar al discrepante el sambenito de “escandalizar a la gente sencilla”.

La postura de Jesús parece otra. Por un lado, sabe que únicamente se cae “lo que estaba edificado sobre arena” (evangelio de Mateo 7,24-27): quien apoya la fe en la experiencia no teme la discrepancia. En segundo lugar, entiende que el escándalo está en otra parte: en buscar los primeros puestos y despreciar a los pequeños (evangelio de Marcos 9,35-37; 10,13-16; 10,42-45).

Por lo demás, en el sentido en que habitualmente se usa el termino “escandalizar”, habría que decir que el propio Jesús fue un gran escandalizador. Se enfrentó a la imagen de Dios que predicaba la autoridad religiosa del Templo y denunció sus “valores” más intocables: La Ley, el Templo, las tradiciones, las normas de pureza…

Rafael Aguirre escribe: “Jesús, que aparece siempre rodeado de gente y que no excluye a nadie, que acoge a pecadores y publicanos, sin embargo mantiene una polémica durísima con las autoridades religiosas… Les dice que su religiosidad es una forma de ceguera, y su oración, hipocresía (Mt 6,5) y fuente de explotación (Mc 12,40); que usan a Dios como subterfugio para no hacer el bien debido al prójimo (Mc 7,9-13); que ponen la Ley por delante de los hombres (Mc 2,23-28); que utilizan el Templo para enriquecerse y legitimar la injusticia (Mc 11,15-17); que encubren bajo capa de religiosidad sus mezquindades y pecados (Mt 23,37); que se vanaglorian de su integridad religiosa para despreciar a los demás (Lc 18,9-14); que se preocupan de los diezmos más insignificantes y se olvidan de la fe, de la misericordia y de la justicia (Lc 1,42). En otras palabras, Jesús les dice que el suyo no es el Dios de la vida, sino un ídolo de muerte[1].

Este comportamiento escandalizó a quienes no estaban dispuestos a modificar su imagen de Dios ni a renunciar a sus intereses, desencadenando un conflicto mortal que acabaría en la cruz.

Pero lo que no cambió fue la fidelidad de Jesús: a Dios, enfrentándose a una religión que lo había domesticado y deformado, y al ser humano como valor primero.

Vivir así favorece que podamos “ver” cada vez más el Rostro de Dios en todo lo que es: eso es también vivir en “Adviento”.


Enrique Martinez


[1] R. AGUIRRE – C. BERNABÉ – C. GIL, Qué se sabe de Jesús de Nazaret, Verbo Divino, Estella 2009, p.154.