viernes, 11 de diciembre de 2009

SAN PABLO Y LAS MUJERES


Estamos celebrando el “Año de San Pablo” y no pocas veces he escuchado, sobre todo a mujeres, el afirmar que San Pablo era “anti-feminista”, “misógino” y “enemigo del sexo femenino”. Esa idea, tan generalizada, es totalmente falsa e injusta. San Pablo, más bien, es el gran promotor de los laicos y particularmente de las mujeres, como trataremos de probarlo en este pequeño trabajo divulgador. ¡Ojalá que, a raíz del “Año Paulino”, los responsables de nuestra Iglesia vieran en San Pablo el gran apóstol del laicado, masculino y femenino, y tratasen de imitarlo!

Ya Santa Teresa de Jesús se vio frecuentemente criticada en su gran labor de reformadora cuando le exigían “recogimiento, penitencia y la oración”. Sus críticos se basaban en el pasaje de San Pablo en el que se dice :“Las mujeres en la Iglesia deben permanecer calladas”. La santa, muy conocedora de los escritos paulinos, les contestaba diciéndoles que no se basasen en un pasaje aislado de San Pablo sino que deberían conocer todo el conjunto de su doctrina y su metodología misionera. Sin duda se refería a los testimonios sobre la praxis apostólica y, sobre todo, a las importantes responsabilidades que San Pablo depositó en las mujeres.

Las mujeres con las que San Pablo va tomando contacto, según el testimonio de los “Hechos de los Apóstoles” y de sus Epístolas, despliegan muchas y muy variadas actividades misioneras. Sin embargo, antes de referirnos a toda la relación de San Pablo con las mujeres, a las cuales da responsabilidades y funciones de mando y de dirección, veamos las observaciones y las críticas que se le hacen en relación a su conducta con el mundo femenino.

Los textos del conflicto ( 1 Cor 11, 2-16 y 14,34-5)

Las críticas, sobre todo femeninas, a San Pablo se basan en esos dos textos de la Primera Carta a los Corintios.

En primer lugar debemos aclarar que lo que se dice en el segundo pasaje ( 1 Cor 1,34-35) exigiendo a las mujeres que se callen en las asambleas de los cristianos. Los exégetas más calificados juzgan que ese texto es interpolado. Fue introducido en la Epístola de Pablo cuando él ya había muerto, en momentos en que el antifeminismo tomaba fuerza, como lo podemos ver en la Primera Epístola de Timoteo ( 2,12.) Esta Epístola, como las 3 llamadas “pastorales”, marcadas con un claro patriarcalismo, no son de San Pablo, como lo acepta ya la crítica universal. Las encabezaron con el nombre de Pablo por el prestigio y la alta estima que de él tenían.

El notable grado de igualdad entre hombres y mujeres que se dio en las iglesias fundadas por San Pablo lamentablemente no duró muchos años. Vemos en las Cartas Pastorales, publicadas pocos años después, cómo las mujeres son reducidas al silencio. Un silencio que iba a durar a lo largo de los siglos hasta nuestros días.

En las Iglesias paulinas había mujeres que dirigían las asambleas de oración, mujeres profetas ( 1 Cor 11,3-5), diaconisas (Rom 16,1) y líderes femeninos capaces de explicar “con mayor exactitud el camino de Dios” como lo hizo Prisca con relación a un misionero de tanta influencia como era Apolo ( Hch 18,26.).

Aunque el principio de la igualdad total de todos los fieles se seguía afirmando, sin embargo, la cultura patriarcal y los prejuicios ancestrales contra las mujeres volvieron a hacerse muy presentes en la praxis diaria de todas las comunidades cristianas.

En el caso que nos presenta 1 Cor 11, 2-16, se trata de un conflicto totalmente intranscendente para nuestra mentalidad actual pero que, en aquel tiempo, revestía gran importancia, tanto en la cultura judía como en la griega. Estaba en relación con la obligación que tenían todas las mujeres de cubrirse la cabeza con un velo en las asambleas y los actos religiosos públicos.

Podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿por qué algunas mujeres cristianas de Corinto tomaron la iniciativa de quitarse el velo en las reuniones y asambleas religiosas? Con toda probabilidad la causa fue la nueva libertad de que estaban gozando las comunidades cristianas de entonces, y que el mismo Pablo favorecía y animaba, lo que llevó a aquellas mujeres a realizar este gesto de desafío a las costumbres establecidas.

De hecho, las mujeres de las comunidades de Pablo tenían mucha más libertad y protagonismo que las mujeres que actualmente participan en nuestra Iglesia: eran líderes reconocidas y respetadas y colaboradoras en primera línea en el apostolado.

Era algo totalmente nuevo e inaudito para las costumbres de entonces el que las mujeres de las comunidades de San Pablo rompieran con esas normas antifeministas. Las mujeres cristianas de Corinto quizás fueron demasiado lejos, provocando la reacción de los elementos más conservadores de la comunidad.

Es evidente que los argumentos que expresa Pablo contra este grupo de mujeres hoy no los podemos aceptar, ya que se basan en la dependencia de la mujer con respeto al hombre y manifiestan inferioridad del sexo femenino.

San Pablo cede, en este caso, ante las corrientes machistas de su tiempo, que estaban presentes tanto en la mentalidad judía, como en la griega.

Lo curioso de este pasaje es que Pablo no parece muy convencido de sus propios argumentos, por eso da marcha atrás en la mitad de su reflexión diciendo “Si bien, para el Señor, no hay mujer sin varón, ni varón sin mujer” y, “si la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer y ambos proceden de Dios” (1 Cor 11,11)…

Es evidente que todo este conflicto estaba relacionado con la unión entre la cultura tradicional y la novedad de evangelio predicado por San Pablo. Una tensión que todavía hoy sigue en la propia Iglesia. ( La Biblia de Nuestro Pueblo” Nota al pie de texto. Pag. 2117 y 1283).

La lectura de esta carta a los fieles de la Iglesia de Corinto revela que el objetivo fundamental de la misma, es el afrontar los conflictos que ponían en grave amenaza la fraternidad que debía reinar siempre, sobre todos en las comunidades inspiradas en la metodología de Pablo.

Los conflictos en la Iglesia de Corinto eran varios y estaban relacionados con la predicación de Apolo, con las tensiones entre pobres y ricos y con el problema de los carismas. A todo esto se añadía, como algo muy grave, el que un grupo de mujeres optaran por no ponerse el velo en los actos religiosos.

El Apóstol da por supuesto que hombre y mujer participan en pie de igualdad en la celebración: ambos rezan y profetizan ( 11,45) pero vemos que Pablo cede, para evitar el escándalo que se estaba produciendo como consecuencia de la ruptura de ciertas costumbres sociales por parte de estas mujeres de la comunidad. Pablo se da cuenta de que su primer mensaje de libertad provoca unos movimientos peligrosos para la fraternidad del grupo y esto le hace volverse más cauto.

Listado de las mujeres más activas y con mayores responsabilidades en las comunidades cristianas paulinas

San Pablo ya había afirmado en la Epístola a los Gálatas (3,28 ) “Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús”

Si recorremos las páginas del libro de los “Hechos” y las Epístolas de Pablo, una de los datos más sorprendentes es la misión evangelizadora, activa y responsable, que se les da a la mujeres.

Señalamos algunos nombres de mayor influencia:

Febe (Rom 16,1-2) es una cristiana de origen griego. Parece que gozaba de una confortable situación económica, lo que explica sus viajes y su disponibilidad a ayudar económicamente a las comunidades cristianas. Pablo la llama “nuestra hermana, nuestra colaboradora”. Le da los mismos títulos que a Timoteo y a Tito.

Pablo comunica a la comunidad de Centreas que ella era “diaconisa”que es el mismo título que Pablo se atribuye a sí mismo y otros, como Timoteo y Tito. El Apóstol les recomienda para que “la reciban en el señor, como corresponde a los santos, ayudándola en todo lo que necesite de ustedes. Ella ha protegido a muchos hermanos y también a mí”.

Priscila o Prisca aparece citada seis veces. Su marido, llamado Áquila, era un hombre muy influyente y gran colaborador en la misión. Sin embargo, al citar a ambos consortes, Pablo pone varias veces el nombre de la mujer en primer lugar. Pablo dice de este matrimonio “expuso la cabeza por mí” ( Rom 16,3). ´

Junia. A ella y a su marido Andrónico les dice Pablo que son “apóstoles insignes”. Era el título que recibían los Doce y algunos grandes colaboradores como Tito y Epafrodito. San Pablo se rodea siempre de colaboradores y colaboradoras que van a constituirse en enviados oficiales de la comunidad.

Lidia era comerciante en telas preciosas, como la púrpura. Había establecido relaciones comerciales con algunos judíos aunque ella era de origen gentil. Pablo se alojó en su casa.

María, Trifona, Trifosa y Pérsida (Rom 16 6-12) se dice de ellas que “trabajaron duramente por nosotros o por el Señor” Es muy posible que desempeñasen alguna función importante como líderes locales.

Apfia ( Flm. 1,1-2) es mencionada en la Carta a Filemón. Pablo la llama “hermana” igual que a Febe y por esa razón ha de interpretarse que era una estrecha colaboradora de Pablo.

Evodia y Síntique (Flp 4,2) Dice de ellas que son dos mujeres que “ han luchado por el evangelio a mi lado”.

La madre de Rufo (Rm 16,3) de la que dice Pablo “ también es madre mía”.

Hay otras muchas mujeres de las cuales sólo conocemos el nombre como Julia y Olimpia. También nos costa de la existencia de grupos de mujeres anónimas que colaboran directamente en la labor evangelizadora como el grupo que existía en Filipos (Hch 16, 13,) o las mujeres que se juntan para despedir a Pablo en Tiro (Hch 21, 5) o las cuatro hijas de Felipe, el predicador del evangelio, que tenían el don de la profecía ( Hch 21 ,8) o el conjunto de mujeres de la alta sociedad de Berea (Hch 17,1).

Es sorprendente que en la Epístola a los Romanos, en la última página, Pablo cite nominalmente a doce mujeres, todas ellas muy unidas al apóstol como colaboradoras, como bienhechoras o como diaconisas. De todas ellas afirma: “Han trabajado mucho por el Señor.”

Llama la atención que Pablo envía esta carta tan importante a los cristianos de Roma cuando todavía él no conocía Roma. Esto nos indica que el conocimiento que Pablo tenía de los cristianos de Roma, y en especial de las mujeres, no era, por lo tanto, una relación de pura amistad basada en sentimientos, sino en la praxis misional de la cual Pablo era la expresión más dinámica y eficaz.

La praxis misionera de Pablo, confiriendo importantes responsabilidades apostólicas a mujeres, a pesar la visión tradicional opuesta, es una llamada a dejarnos cuestionar y a apostar por una Iglesia menos patriarcal y más integradora.

Es desde una participación de la mujer mucho más acogedora y con funciones importantes desde donde puede venir una auténtica renovación de nuestra Iglesia. ( Sal Terrae, Junkal Guevara. Oct. 2008 p. 123 y s.)

Gregorio Iriarte

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