martes, 26 de julio de 2011

Evangelio de Mateo 14, 13-21



Domingo XVIII Tiempo Ordinario

31 julio 2011

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.

Al desembarcar, vio Jesús el gentío, sintió compasión y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:

— Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.

Jesús les replicó:

— No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.

Ellos le replicaron:

— Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.

Les dijo:

— Traédmelos.

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

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ALIMENTO PARA TODOS

Al menos en tres ocasiones, Mateo habla de alguna “retirada” de Jesús: en medio de una discusión con los fariseos (12,9), si bien en esa circunstancia no se trata de una huida, ya que vuelve a insistir en su mensaje, incluso dentro de la sinagoga; ante la noticia de la muerte del Bautista a manos del rey de Herodes (14,13); y tras un nuevo enfrentamiento con los fariseos y doctores de la ley, a propósito de las tradiciones (15,21).

Sin duda, la ejecución del Bautista era un aviso grave de peligro, y así debió entenderlo Jesús, que se aleja a un lugar “tranquilo y apartado”. Parece seguro que el profeta de Nazaret fue bien consciente, desde muy pronto, de la amenaza que se cernía sobre él: no sólo por el enfrentamiento hostil por parte de la autoridad religiosa, sino porque conocía bien la historia de su pueblo, en la que no pocos profetas habían acabado su vida de un modo trágico. De pronto, era como si esa amenaza tomara cuerpo a partir de lo que sucedido con Juan. A diferencia de lo que hará en su último viaje a Jerusalén, del que le intentarán disuadir, en este momento decide huir.

La circunstancia va a servir al evangelista para poner de manifiesto la actitud de Jesús ante la gente –que resaltará más, debido al contraste con la que adoptan los discípulos-.

En el texto, Jesús es presentado como compasión, salud y alimento. Pero todo nace de la compasión: la conmoción ante el sufrimiento, que se traduce en ayuda eficaz. No se trata de una “lástima” pasajera, ni de un mero movimiento voluntarista, sino de algo mucho más profundo que nace de la comprensión: cuando acallamos el runruneo de los pensamientos y el vaivén de los sentimientos, emerge la Quietud que somos y aparece el Núcleo de lo Real, que se muestra como Amor y Compasión.

Todo se manifiesta con una admirable coherencia: el núcleo de lo real constituye nuestra “identidad compartida”. Al experimentarlo, empezamos a notar que todo nos afecta como si nos ocurriera a nosotros mismos. Es similar a lo que sentimos en nuestro cuerpo: cuando nos duele un dedo, no lo vemos como algo “ajeno” que tal vez sería bueno socorrer. Al contrario, no dudamos un solo instante que ese dedo es también cuerpo, por lo que la persona entera se moviliza en su favor.

Esto parece indicar que únicamente viviremos la compasión y creceremos en humanidad en la medida en que, gracias a la transformación de la conciencia, nos hagamos conscientes de nuestra identidad más profunda. Cuando dejemos de percibirnos como “células individuales”, aisladas una de otra, cuando no enfrentadas, y seamos capaces de reconocernos como “organismo”, en el que cada célula ocupa su lugar.

Frente a la actitud de los discípulos –que, desde una conciencia egoica, son partidarios de que cada cual “se busque la vida” por su cuenta-, Jesús asume el problema como propio y los compromete en la búsqueda de una solución. Salta a la vista que Jesús no se vive como “célula aislada”, sino como “conciencia unitaria”: no se encuentra encerrado en los límites de su “yo individual”, sino que es consciente de la identidad ilimitada en la que nos encontramos con todos y con todo, en la no-dualidad.

Y en este marco Mateo narra el relato conocido como “multiplicación de los panes”. ¿Cuál es el trasfondo histórico del mismo? No podremos saberlo con seguridad. Probablemente, se halle detrás el recuerdo de las comidas de Jesús con la gente; o incluso el magnetismo de su personalidad, que provocaba fácilmente un movimiento a compartir… Porque el texto no habla de “multiplicar” comida, sino de “dividirla”: cuando se comparte, suele sobrar.

El texto, sin embargo, deja claras dos cosas: una referencia a la eucaristía –usando la fórmula técnica: tomar el pan, alzar los ojos al cielo, pronunciar la bendición, partir los panes y repartirlos- y el trasfondo bíblico del relato –una cuestión muy importante en el evangelio de Mateo-.

En efecto, la hierba –una alusión directa a las “verdes praderas”, del Salmo 23-, los cincodoce cestos, los cinco mil hombres… -tanto el cinco como el doce son números que representan al pueblo judío- le evocan inmediatamente al lector la tradición del Éxodo y el alimento del maná. Como Yhwh en el desierto, Jesús alimenta al nuevo pueblo. panes, los

No sólo eso. Detrás del relato de Mateo, no es difícil adivinar tampoco las figuras de Elías y de Eliseo. El primero había proporcionado pan y aceite que no se acababan (Libro 1 de los Reyes 17,7-16); el segundo había dado de comer milagrosamente a cien hombres (2 Reyes 4,42-44). Muy por encima de ellos, Mateo viene a proclamar a Jesús como el Mesías: no alimenta a “cien hombres”, sino a “cinco mil”, es decir, a la totalidad del pueblo (si el número cinco representa al pueblo, al multiplicarlo por mil se intensifica la idea de “totalidad”).

La referencia a la eucaristía podría ofrecernos una clave importante sobre el modo de celebrarla: no tanto como el “santo sacrificio de la Misa” –una expresión cuyo origen hay que buscar en influjos posteriores ajenos al evangelio-, sino como la celebración de la Unidad que somos, de cuya conciencia brota una compasión activa. No se trata, por tanto, de un rito cerrado –exclusivo para los cristianos-, sino de una celebración inclusiva, en el Abrazo de la No-dualidad, que es así, simultáneamente, celebrado y potenciado.

La constatación de tanta injusticia, hambre y desigualdad en nuestro mundo constituye un acicate más para salir de la modorra del ego y abrirnos a comprender la Unidad que somos.

Hoy resuena también con fuerza la palabra de Jesús: “Dadles vosotros de comer”. La nueva hambruna que azota a Somalia y a toda la región del Cuerno de África nos hace constatar, una vez más, la injusticia de nuestro sistema socioeconómico, constituye una llamada al compartir y espolea la urgencia de crecer en conciencia, que haga posible un nuevo modo de relacionarnos, un nuevo sistema económico y un orden internacional más humano.

Indudablemente, la aproximación al evangelio y a la figura de Jesús renueva nuestra manera de creer. Conectamos con su novedad y frescor, con su espíritu de “buena noticia” para todos, al tiempo que, al contacto con la conciencia del propio Jesús, nos abrimos cada vez más a experimentar aquella “identidad unitaria” en la que él se vivía, y que descubrimos compartir con él. Por eso lo celebramos, lo agradecemos y lo vivimos como “espejo” nítido de lo que somos todos.

Enrique Martinez

miércoles, 20 de julio de 2011

UN BUEN LIBRO

INTELIGENCIAS MULTIPLES

Intereses y aficiones

portada

Valoración

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No hay una sola inteligencia, una persona puede demostrar destrezas y capacidades en cierta área sin que ocurra lo mismo en otras. A esto es a lo que se llama inteligencias múltiples. Con la convicción de que el desarrollo de los diferentes tipos de inteligencia permite y favorece la adquisición de valores y el desarrollo armónico de la personalidad, la autora plantea propuestas educativas que, además de fomentar la formación de la inteligencia, son una herramienta para el entretenimiento y la educación para el tiempo libre y el ocio. A través de los diferentes capítulos del libro se presentan las diferentes inteligencias, los recursos y las experiencias más relevantes para la aplicación y la práctica educativa. Incluye ejemplos prácticos.

Datos técnicos


  • Colección: PSICOLOGIA Y EDUCACION
  • Materia: PSICOLOGIA
  • Tema: EDUCACION
  • Formato: 16,5 x 23 cm.
  • Páginas: 235
  • ISBN: 9788428538411
  • EDICIONES SAN PABLO
  • 14€

viernes, 15 de julio de 2011

EL ARTE DE REGALAR








































La sorpresa diaria




Aunque no parezca, la rutina de todos los días está plagada de regalos, llena de gestos imperceptibles para los ojos del hombre común, atraído por las superficialidades y enajenado de los momentos de reflexión. El día a día se suele presentar como una tormenta de obsequios que no moja ni salpica a aquellos que prefieren mirar al suelo y conformarse con su mezquina realidad. Para descubrir hace falta detenerse al menos un momento y tener tiempo para agradecer. Allí comenzará el itinerario de nuestra felicidad.

El regalo de la oración de los seres queridos, esos que rezan al amparo de una luz solitaria en el rincón de una Iglesia mientras nosotros trabajamos. El regalo de una sonrisa de padre, al llegar a su hogar extenuado por el día agobiante de trabajo y de pesadas cargas, pero que siempre tiene a mano un gesto conciliador y que apaga cualquier intento de amargura en quien lo recibe. El regalo de la madre entregada por los suyos, que no escatima esfuerzos ni recursos para reconfortar oportunamente a los suyos.

El regalo del asiento cedido en un medio de transporte al ocasional necesitado del reposo; el regalo del comentario omitido ante una ofensa llena de sin sentido; el silencio ante la acusación injusta y la plegaria escondida por el pobre calumniador; el regalo del perdón ante cosas que parecen imperdonables; el regalo de la paciencia de quien nos quiere ante un nuevo repertorio de nuestros defectos más dominantes, que abrumarían con facilidad a cualquiera que se dejara llevar por el egoísmo de pensar en su perfectibilidad y se considerase extranjero en el mundo de las falencias humanas.

Regalar es un arte, pero dejarse regalar también lo es. Es admitir la necesidad de ayuda, de consuelo, de perdón; hacerse cargo de la realidad personal y concebir que está siempre incompleta si nos falta quien nos quiera. Dice el genial escritor francés André Maurois: “Si regalar es un arte, recibir es otro, no menos difícil. Quien, cuando recibe un regalo bien elegido, es incapaz de imaginar las prolongadas reflexiones y las pacientes gestiones de quien hace el regalo, no sabrá agradecerlo como merece” . Y la cita vale tanto para los regalos materiales como para los que son para el alma.

Regalar es un arte. El arte de desprenderse del asfixiante clima de egoísmo que suele ser el camino preferido que toma una y otra vez nuestro aburrido pensamiento. Regalar es despojarse de criterios propios frente a lo intrascendente y otorgar credibilidad ante lo que es muy válido aunque nos parezca diferente y reprobable. Y regalarse a uno mismo la el hábito de saber perdonarnos, de darnos otro oportunidad una y otra vez.

A veces, el regalo es doblemente excitante por lo inesperado. No esperemos a que el homenajeado cumpla años para decirle que le queremos, que lo llevamos en el corazón, que pensamos en él, que no concebimos la vida sin su ayuda y que es lo más valioso que tenemos a nuestro lado. No esperemos a que los seres queridos descansen para siempre y recién entonces decir todo lo que por falso pudor o cobardía no les quisimos decir. Regalemos ahora, sin escatimar esfuerzos, sin ahorrar gestos de amor, de comprensión. Regalemos generosamente, sin intenciones efectistas, sin esperar el agradecimiento. Habremos hecho, sin saberlo, mucho bien.

jueves, 14 de julio de 2011

.Evangelio según San Mateo 11,28-30.


Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.

Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".

Leer el comentario del Evangelio por
Beato Juan van Ruysbroeck (1293-1381), canónigo regular
Los siete peldaños de la escala espiritual, c. 4

«Cargad con mi yugo; llegad a ser mis discípulos»

Por la humildad vivimos con Dios y Dios vive con nosotros en una paz verdadera; en ella se encuentra el fundamento vivo de la santidad. Se puede comparar a una fuente de donde surgen cuatro ríos de virtudes y de vida eterna (cf Gn 2,10)... El primer río que brota de un suelo realmente humilde es la obediencia...; el oído se hace humilde para escuchar las palabras de verdad y de vida que brotan de la sabiduría de Dios, mientras que las manos están siempre dispuestas a cumplir su muy amada voluntad... Cristo, la Sabiduría de Dios, se ha hecho pobre para que nosotros lleguemos a ser ricos (2Co 8,9), se ha convertido en siervo para hacernos reinar, murió finalmente para darnos la vida... Para que sepamos cómo saber y servir, nos dice: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».
En efecto, la delicadeza es el segundo río de virtudes que brota del suelo de la humildad. «Bienaventurado el manso, porque poseerá la tierra» (Mt 5,4), es decir su alma y su cuerpo, están en paz. Pues en el hombre suave y humilde descansa el Espíritu del Señor; y cuando nuestro espíritu se eleva y une con el Espíritu de Dios, llevamos el yugo de Cristo, que es agradable y suave, y llevamos su carga ligera...
De esta mansedumbre íntima brota un tercer río que consiste en vivirlo todo con paciencia. Por la tribulación y el sufrimiento el Señor nos visita. Si recibimos estos envíos con un corazón gozoso, viene Él mismo, ya que dijo por su profeta: "Estoy con él en la tribulación: lo libraré y glorificaré» (Sal. 90,15)...
El cuarto y último río de vida humilde es el abandono de la propia voluntad y de toda búsqueda personal. Este río toma su fuente en el sufrimiento llevado pacientemente. El hombre humilde...renuncie a su propia voluntad y abandónese espontáneamente en las manos de Dios. Llegando a ser una sola voluntad y una sola libertad con la voluntad divina... Y este es el contenido mismo de la humildad... La voluntad de Dios, que es la libertad, incluso, que nos quita el espíritu de temor y nos hace libres, liberados y vacíos de nosotros mismos... Dios nos da, entonces, el Espíritu de los elegidos que nos hace gritar con el Hijo: «Abba, Padre» (Rm 8,15).

martes, 5 de julio de 2011

Evangelio de Mateo 13, 1-23


Evangelio de Mateo 13, 1-23

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla.

Les habló mucho rato en parábolas:

— Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.

Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.

Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.

El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.

El que tenga oídos que oiga.

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:

— ¿Por qué les hablas en parábolas?

El les contestó:

A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías:

Oiréis con los oídos sin entender;

miraréis con los ojos sin ver;

porque está embotado el corazón de este pueblo,

son duros de oído, han cerrado los ojos;

para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,

ni entender con el corazón,

ni convertirse para que yo los cure”.

Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador:

Si uno escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.

Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe.

Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril.

Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o setenta o treinta por uno.

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DIOS ES ASÍ

De los cinco grandes discursos en los que Mateo condensa el mensaje de Jesús, el tercero ocupa el capítulo 13 de su evangelio y es conocido como el “discurso parabólico”, porque en él se han reunido las parábolas del Maestro.

Se trata de siete narraciones, tomadas de la tradición y agrupadas en un solo bloque: el sembrador, la cizaña en el trigo, la mostaza, la levadura, el tesoro en el campo, el mercader de perlas y la red.

El objetivo que pretende el evangelista, en este tercer discurso, es mostrar a Jesús como maestro: de hecho, empieza el mismo insistiendo –por dos veces- en que “Jesús se sentó”: sentarse equivale a enseñar (o, en otros contextos, a juzgar: quien se “sienta” es el maestro o el juez).

Tal como ha llegado a nosotros, en el relato completo pueden distinguirse claramente tres partes: una parábola breve, una explicación más extensa y un “intermedio” en el que se intenta explicar por qué el mensaje se Jesús, el maestro, no fue acogido por el pueblo judío.

Una lectura atenta, que observa fácilmente la diferencia de estilo y de acentos, busca dar razón de cada una de esas tres partes.

De toda la narración, habría que atribuir al propio Jesús probablemente la parábola original (13,3-9), sin más explicaciones. La parábola es un relato provocativo y abierto, que espera una respuesta del propio oyente o lector.

Lo característico de la parábola parece ser un doble mensaje: el derroche del sembrador y la certeza de una cosecha sobreabundante. Por una parte, el relato muestra un interés manifiesto por subrayar el comportamiento del sembrador que, sin importarle el resultado, siembra por doquier, incluso en lugares donde se sabe que la semilla no podrá germinar, como los caminos o las zarzas…

La parábola original habla, antes que nada, de Dios como Gratuidad, Exceso y Derroche… Podemos adivinar, entre líneas, el gesto de Jesús diciendo: “Dios es así”. ¡Tantas veces lo hemos empequeñecido, al hacerlo “de los nuestros”, reduciéndolo a un gran Legislador o pervirtiéndolo con rasgos amenazadores o incluso crueles…! Dios es Donación permanente y gratuita: sólo sabe y sólo puede dar. Eso es lo que “constituye” su ser: no es un “Individuo” separado, creado a nuestra imagen; es un “Darse” permanentemente –más verbo que sustantivo-, que en todo se manifiesta.

Me gusta contar una anécdota entrañable y sabia. En una ocasión, en el grupo de catequesis, una niña preguntó a la catequista: “Señorita, ¿por qué Dios es siempre Dios, y no podemos serlo una cada semana?”. (Cuando uno ha crecido con una imagen antropomórfica de Dios, y lo imagina como un “Ser separado”, es inevitable que aparezcan interrogantes como los que plantean los adolescentes en clase de religión: “¿Y a Dios quién lo creó?; ¿cómo nació?; ¿quién le puso ese nombre?; ¿por qué lo llamamos así?...”). Pues bien, aquella catequista, tras el “susto” inicial, contestó a la niña: “El día en que tú seas amor, y nada más que amor, serás Dios”. No podía haber dado una respuesta mejor. Dios es “ser-donación” –todos nuestros conceptos y palabras se quedan irremediablemente muy pobres-, Dinamismo sabio, luminoso y amoroso, Fuente de todo lo que es y en quien somos, sin ninguna distancia, separación ni costura.

Este es, a mi parecer, el Dios del que habla Jesús. Un Dios que es “siembra” permanente: ésta es la Buena Noticia, el “evangelio” del Maestro de Nazaret.

El segundo rasgo que acentúa la parábola es sólo una consecuencia: el fruto terminará siendo también un exceso. Para una tierra como Palestina, en la que, por entonces, una cosecha del siete por uno era considerada excelente, hablar de un rendimiento del treinta, sesenta o cien, equivalía a desbordar la previsión más optimista, una “exageración” conscientemente provocativa.

Para que eso se dé –parece concluir la parábola-, sólo hace falta “oír”: “el que tenga oídos, que oiga”. Hace falta abrir los ojos, caer en la cuenta… Tomar un poco de distancia de nuestra mente, venir al presente… y reconocer la Quietud y el Misterio de todo lo que es.

Es indudable que, dentro de cada uno de nosotros, sigue habiendo “caminos” endurecidos, “terrenos pedregosos” con apenas fondo, “zarzas” asfixiantes y reductoras… Empecemos por reconocerlo y aceptarlo, reconciliémonos con toda nuestra realidad interior, abrazándola con humildad. De ese modo, al crecer en unificación –integrando también los aspectos más oscuros y vulnerables de nuestra propia sombra-, se estará disponiendo un buen “humus”, la “tierra buena” –que no está hecha de perfeccionismos, sino de humildad-, en la que la semilla brotará por sí misma.

En la tercera parte de su relato (13,18-23), lo que hace Mateo es “aplicar” la parábola a la situación de su propia comunidad. De este modo, se modifica en cierto sentido el acento: de ser prioritariamente “buena noticia”, anuncio gozoso de la Realidad de Dios y afirmación de confianza incondicional, se transforma en “exhortación moral” dirigida a cada discípulo.

Este modo de hacer, no sólo es legítimo, sino que resulta imprescindible cuando una persona o comunidad trata de “aplicarse” a sí misma una determinada enseñanza. Pero me parece importante no olvidar que eso tiene un “coste”: la parábola se transforma en alegoría, desplazando el sentido original, que nunca deberíamos olvidar.

Finalmente, la segunda parte (13,10-17) constituye una especie de “intermedio”, en el que se aborda una cuestión candente para una comunidad judeocristiana, como la de Mateo: ¿Cómo es posible que nuestro propio pueblo, el “pueblo elegido”, pueblo de las promesas de Dios, no haya aceptado a Jesús? Sin duda, fue uno de los mayores enigmas para aquellas primeras comunidades.

En búsqueda de una respuesta, encontraron, entre otros, el texto de Isaías 6,9-10, que cita expresamente Mateo. Usando un recurso familiar en toda la tradición bíblica –“miran y no ven; oyen y no entienden; tienen el corazón endurecido”-, se achaca al “endurecimiento” del propio pueblo su incapacidad para acoger el evangelio.

Y ahí se introduce un dicho usual en la época: “Al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Más allá del significado original de esas palabras, en una cultura diferente a la nuestra, para nosotros encierran una sabiduría, que se convierte en invitación a estar atentos.

El “Exceso” o “Derroche” de todo lo que es nos alcanzará en la medida en que nos abramos a él. En tanto en cuando nos abrimos a la verdad de quienes somos, más allá de las “etiquetas” y “sueños” de nuestra mente, percibiremos la sobreabundancia del Misterio (“tendremos de sobra”). Si, por el contrario, permanecemos recluidos en la identificación con nuestro ego, será irremediable que notemos cómo, día a día, se empobrece nuestra existencia.

De ese modo, para concluir, me parece ver en todo el relato la proclamación de una Buena Noticia que se convierte en Invitación vital: todo está ya; sólo necesitamos “verlo”. Ven al presente, acalla la mente y reconoce quién eres, cuando no te “piensas”.

Venimos de un pasado que había reducido nuestra identidad a la mente (“pienso, luego existo”, según la fórmula acuñada por el padre de la filosofía moderna). Necesitamos experimentar que no todo acaba ahí: ¡hay vida después de la mente! Más allá del pensamiento – aunque, evidentemente, asumida e integrada la razón crítica como uno de los grandes regalos de la modernidad, que nos previene contra la irracionalidad-, se halla un “No-lugar” –más allá de los “mapas”, el “Territorio”-, que constituye nuestra verdadera identidad.

Enrique Martinez