jueves, 28 de agosto de 2008

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD



La virtud de la humildad


La humildad es hija del conocimiento de si. Únicamente llegarán a comprenderla y vivirla quienes previamente han hecho un trabajo de auto-conocimiento. Guarda estrecha relación con el justo conocimiento de la realidad: humilde es quien conoce la verdad desnuda de las cosas, del mundo y de sí mismo. Quien pretenda continuar en el camino espiritual sin dar este paso construirá falsedades y castillos en el aire, fundará su vida espiritual sobre arena y no sobre roca. Resulta de todo punto imposible avanzar sin que la humildad se halle muy consolidada. Esta virtud es el cimiento del edificio de la vida espiritual, como nos advierte Teresa: "Todo este edificio es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo. Así que, hermanas, para que lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas y esclava suya, mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir; pues lo que hiciereis en esta caso, hacéis más por vos que por ellas, poniendo piedras tan firmes, que no os caiga el castillo" - Moradas, 7, 4-8-.
Las religiones para ser auténticas, han de remitir ineludiblemente al cielo sin dejar jamás de pisar tierra. Cualquier escapismo espiritual, por pequeño que parezca, cualquier interpretación del platonismo de matriz neoplatónica, cualquier huida al cielo para evitar la historia..., hunde al cristianismo en la ambigüedad, desvirtúa su esencia, y puede llevar al ser humano a la patología, no a su liberación, principal objetivo de un cristianismo sano. Estos peligros se evitan con la adquisición de la virtud de la humildad, que nos sujeta a la realidad:
"...el caminar que digo es con una grande humildad -Moradas 3-2,8-. ella será el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano que es Dios, a sanarnos" -Moradas 3-2,6-.
Pero llevar a cabo esta tarea exige un esfuerzo inevitable, que no es posible ahorrarle al caminante espiritual. La mayor dificultad seremos nosotros mismos, porque enfrentarnos a la realidad de las cosas y de nosotros mismos es con frecuencia difícil. Al hombre le ha costado siglos descubrir el valor del "yo", el sujeto, la individualidad. Y cuando lo ha conseguido no sabe que hacer con su hallazgo. O mejor dicho, le da pánico saberlo. Nos rodeamos de ruidos, rellenamos el tiempo libre de cualquier forma, buscamos mil y una evasiones a través de las drogas o los ansiolíticos. Todo con tal de evitar entrar en el sótano de nuestra vida. Inconscientemente optamos por la máscara, el autoengaño revestido de mil maneras de escapismo. En definitiva, vivimos alienados. No terminamos de entrar en el castillo habitado. Gracias a la necesidad de transformación personal, viajaremos a las profundidades del yo incluso teniendo de antemano la certeza de encontrar zonas negras.
Ocurre que un ser humano tiene un núcleo vital, un centro donde sucede lo esencial; allí convive el misterio de la vida, lo íntimo de la persona, la vida y el amor, las experiencias positivas y negativas. Lo mejor del hombre habita ese centro misterioso y desconocido incluso para nosotros mismos. Los cristianos tenemos la creencia de que se trata de un fondo habitado por la presencia misteriosa de Dios, que nos creo a imagen y semejanza de Cristo. Pero desde siempre hemos rodeado ese yo profundo de una empalizada a fin de protegerlo del exterior, porque debemos de sentirlo amenazado. La empalizada está formada por los miedos que hemos ido acumulando a lo largo de los años. Normalmente preferimos vivir en la periferia, en los arrabales del santuario. Por guardar las apariencias, por influjos de la sociedad o del pecado original, por educación...nos quedamos a vivir en las afueras del núcleo, donde mucho es apariencia, compulsión y máscara.
Las terceras moradas, a través de la oración de recogimiento y la adquisición de la virtud de la humildad, desean introducirnos en la profundidad hasta llegar a descubrir por experiencia tres cosas que pueden parecer antagónicas:
La grandeza de cada ser humano por haber sido creado y criado a semejanza de Dios.
Al mismo tiempo bajar al sótano del yo para desenmascarar las miserias, mirarlas de frente y aceptarlas.
Reconocer la diferencia entre la grandeza y la miseria.
Dicho de otra manera: la persona es sagrada, pero encierra mil limitaciones. El ser humano es lo más grande y al mismo tiempo lo más pobrecito. Todos. Hay personas que son conscientes de sus limitaciones y miserias; otras no. Estas últimas son muy peligrosas y pueden llegara hacer mucho daño al prójimo.
Humildes serán los que bajen a las profundidades del yo acompañados de Jesucristo y contemplen su grandeza y su miseria sin miedo. Porque la compañía de Jesús en este viaje ni amenaza ni condena. Sencillamente, acompaña amando. Una vez vista la realidad del yo, incluidas las telarañas del sótano, debemos aceptar lo que hay. Porque sólo podremos aceptar cambiar aquello que previamente hayamos aceptado o asumido. La realidad del yo profundo nos descubrirá nuestra miseria. Las aceptaremos y procuraremos ir por la vida sin máscaras. Con la ayuda de Dios, que va descubriéndonos el cielo en la tierra, con la compañía amorosa de Cristo y la oración de recogimiento, el caminante procurará aceptar la totalidad de su historia pasada y presente, dejándose mirar con amor por Jesucristo. A continuación pondrá los medios adecuados para ir progresando en la transformación personal de aquellas miserias que puedan cambiarse.
Las que no pueda cambiar, las pondrá a los pies de la Cruz de Cristo para que el haga lo que convenga. De ningún modo nos detendremos en las falsas salidas, como la resignación pasiva que tiende al victimismo, o la proyección sobre otros de nuestros males culpabilizándolos de nuestras miserias.
Aquellos que optan por la aceptación de la realidad no juzgan a nadie, porque se conocen. Una palabra resume el proceso: aceptar la realidad del yo.
El texto anterior está tomado del libro de ANTONIO MAS ARRONDO titulado ACERCAR EL CIELO
El libro, que recomiendo, es un texto de espiritualidad basado en la vida y obras de Teresa de Jesús. Auxiliado por la teología y antropología contemporáneas el autor propone un itinerario de vida espiritual para recorrer día a día lo más fielmente posible.
Los capítulos se articulan siguiendo el libro del CASTILLO INTERIOR. Con un lenguaje actual, sencillo, fácil, que lo sitúa en el siglo XXI, invita al lector a enriquecer su vida siguiendo la espiritualidad de una mujer tan apasionante como Teresa de Jesús.
ANTONIO MAS ARRONDO -Zaragoza 1.948- estudió Teología en las universidades de Lyón y Gregoriana de Roma, para doctorarse posteriormente en Burgos con un tema relacionado con las SÉPTIMAS MORADAS de Teresa de Jesús. La obra de Teresa de Jesús ha ocupado la mayor parte de sus publicaciones de libros y artículos especializados.
En estos últimos meses he tenido la dicha de ser alumno suyo y entablar una relación fraterna con el. Tenía verdadero interés pues algunas personas me habían hablado de su extraordinaria labor con prostitutas, asesinos, marginados, drogodependientes, alcohólicos etc. De modo que Antonio une su labor intelectual con la oración, la meditación y la acción en pro de los más necesitados de amor.
En un mundo cada vez más secularizado, en el que predomina el materialismo doctrinal, el individualismo, el consumismo, el hedonismo, etc. el libro y la labor de Antonio es de lo más encomiable.
José Antonio Sha.

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