lunes, 29 de junio de 2009

JUAN RAMON JIMENEZ: ¿MISTICO?


DIOS DESEADO Y DESEANTE
POEMA INÉDITO


Partimos de Dios
en busca de Dios,
sin saber qué buscamos.

El dios con minúscula,
el dios bajo cielo,
el cielo que es mar,
sobre aire que es cielo,
¡entre aire y marcielo,
y que es pleamar, y que es pleacielo!

El dios deseante,
el dios deseado,
-¡el dios deseado y deseante!-
me trae este Dios,
un dios Dios tan DIOS,
¡un dios: DIOS DIOS DIOS!
… que al cabo de todos los cabos,
que al borde de todos los bordes
un día encontramos.

Cada vez más suelto, y más desasido;
cada vez más libre, más ¡y más! ¡y más!
a una libertad de puertas de Dios.
Y entonces la puerta se abre… y ¡más libertad!

Estoy pasando la cuerda,
cuerda que Tú me has tendido,
Dios mío, mi dios, ¡Dios mío!
¡Dios mío, no soples, Dios!

Siento la inminencia del dios Dios,
del Dios con mayúscula,
-el que nos enseñaron cuando niños
y no aprendimos-.
¡Dios se me cierne en apretura de aire!

¡Se me está viniendo Dios
en inminencia de alma!
¡Se me está acercando Dios
en inminencia de amor!
¡Se me está llegando Dios
en inminencia de Dios!

El poema, de gran belleza, alcanza sin embargo un valor excepcional justamente por su contenido. Muchas de las interpretaciones del llamado dios juanramoniano quedan, con este poema, desacreditadas. Ello nos ofrece, a nuestro parecer, no sólo una extraordinaria clarificación de la idea de Dios en Juan Ramón Jiménez, tan debatida por los especialistas, idea que, por otra parte, nos reafirma en la interpretación que en nuestra edición dimos de ella tanto en la Introducción general como en los comentarios a cada uno de los poemas, sino que, además, exige, con cierta urgencia, un estudio completo, sistemático y definitivo sobre la idea de dios en nuestro poeta.
De un dios (con minúscula) del venir a un Dios (con mayúscula) en tierra de llegada: el cierre del círculo de la inmanencia, título que hemos dado a la presentación de este poema inédito. Lo inmanente, necesariamente definido como lo de suyo cerrado, como aquello que conforma íntimamente a todo ser vivo y que no puede ser pensado, expresado o representado (que sólo adivinamos en la mirada del animal, en expresión de Rilke), para poder(se) afirmar a sí mismo, (ser lo que es), pura cerrazón, necesita abrir(se) a lo que él nunca es, y en ese abrir(se), el hombre, único ser vivo capaz de reconocerse a sí mismo, se trasciende, es decir, se yergue en la luz, se reconoce siendo, pero para completarse en lo que (íntimamente) es, debe retornar a su inmanencia. Una tras-ascendencia que exige una tras-descendencia. En ese tras-descender, se completa en sí mismo en lo que él es, justamente un destino, es decir, ser en plenitud aquello que ya desde siempre se es. Sólo de este modo en efecto se cierra el círculo de la inmanencia. El Dios que el poeta asumió, por compromiso y tradición, en la niñez de su Moguer de España, ese Dios (con mayúscula) que le tiende un puente hacia una nueva desnudez, expresado vivamente en su libro Bonanza, es hallado al fin, en el exilio, como dios del venir, ese dios (con minúscula) que supone, desde la óptica de una desnudez que adelgaza de todo hecho y de toda representación, y que quiere recoger, allí donde el lenguaje bordea el ámbito de lo inexpresable, el simple acontecer, ese acontecer en el que el hombre y dios hallan mutua residencia, hogar compartido en la intimidad del ser pleno -y solo-, ese dios, lleno de inocencia primera, supone en efecto el retorno, por mor de la realización de una inmanencia siempre presente en él, a la inocencia de aquella niñez, de la del niñodiós que una vez fue en su Moguer de España, y dios (con minúscula) y Dios (con mayúscula) celebran ahí su encuentro. Todo lo que el poeta reclamó insistentemente como lo suyo de lo suyo propio: amor, Obra, destino, sucesión en belleza de eternidad permanentemente presentida, se resuelve, finalmente, en esa inocencia que la inmanencia -en la claridad de lo inminente- le ha reclamado desde siempre, y va así ahora -dios del venir en Dios de tierra de llegada-, en las penúltimas de su vida, hacia aquello que ya desde siempre le ha pertenecido.

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