miércoles, 10 de septiembre de 2008

PLENITUD ESPIRITUAL


El Espíritu es el que opera nuestra transformación. Recibimos ese Espíritu en el bautismo (1 Co, 12,12), pero podemos conquistarlo (Ef. 4,30) y podemos apagarlo (1 Tes. 5,19)
Podemos también entusiasmarnos con los dones y descubrir el crecimiento en madurez.Nuestra lucha no es tanto contra los enemigos materiales cuanto contra malas posiciones y malos espíritus.
Por esto debemos revestirnos de las armas de Dios.
Estas armas son: la coraza de la fe y de la caridad, casco de la esperanza, el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, el calzado del celo por el evangelio de la paz, el escudo de la fe, el casco de la salvación, la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios.Debemos despojarnos de las obras de las tinieblas, para revestirnos de la armadura de la Luz, que equivale a revestirnos de Jesús (Rom. 13,12-14)Se requiere siempre de nuestro esfuerzo para despojarnos del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de la concupiscencias y para revestirnos del hombre nuevo creado según Dios en la justicia y santidad verdaderas (Ef. 4,22-24)
Se requiere de nuestra voluntad para revestirnos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándonos unos a otros y perdonándonos mutuamente...
Sobre todo debemos revestirnos de amor, que es lo que nos une y completa todas las cosas (Col 3,12-14)
Este revestirnos de Cristo, aún de sus sentimientos más íntimos es lo que nos transforma, haciéndonos más y más como Cristo, reflejando en nosotros la gloria del Señor.
Hay colaboración nuestra, como hemos visto, pero sobre todo hay una acción del Espíritu de Jesús (2 Co 3,18)Los Frutos del EspírituLo que el hombre siembra, esto también cosechará. Si uno siembra lo que le agrada a la propia naturaleza, esa misma naturaleza le dará una cosecha de muerte. Pero si siembra lo que le agrada al Espíritu, el Espíritu le dará una cosecha de vida eterna.Vivan según el Espíritu que su cosecha o fruto es amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. (Gal. 5,16. 22-23)Si la fuente de nuestra vida es el Espíritu, debemos dejar que el Espíritu nos guíe entonces aparecerán estos frutos que sobrepasan nuestras fuerzas.Los nueve frutos del Espíritu Santo mencionados en la carta de Gal. 3,3 pueden distribuirse en tres grupos: los que nos refieren a Dios, los que nos refieren a nuestros hermanos, los que nos refieren a nosotros principalmente.1- Amor, paciencia y benignidad: Se refieren a nuestras relaciones con el prójimo.Amor: Se trata del amor que Jesús nos encomendó en la última cena: ‘‘Un mandamiento nuevo les doy a ustedes, que se amen unos a otros como yo los he amado’’Paciencia: Es una cualidad del amor cuando se enfrenta con una persona o cosa que lo hace sufrir.Benignidad: Es otra cualidad del amor y equivale a suavidad. Necesitamos esta suavidad fuerte en el trato con nuestros hermanos cuando Dios quiere actuar a través de nosotros para llevarlos a la virtud. La benignidad desarma al agresivo.2- Bondad, fe y humildad: Se refiere a nuestra relación con Dios.Bondad: Es la cualidad de estar lleno de bien, sin sombras del mal.‘‘El hombre bueno, saca cosas buenas de su corazón’’Fidelidad: Cualidad de cumplir lo prometido y de responder a lo que se espera de nosotros. La fidelidad de Dios es el fundamento de nuestra fe confiada. El Espíritu nos santifica en la fidelidad.Mansedumbre o Humildad: El humilde se acepta como es, en su pequeñez ante Dios.Un espíritu de mansedumbre y tranquilidad es de mucho aprecio a los ojos de Dios. (1 Pe. 3, 3-4)3- Alegría, paz y dominio propio: Estos tres frutos adornan al cristiano en sus relaciones con Dios y con los demás, pero se refieren más a uno mismo.Alegría: También se llama gozo, ya que no se trata de una alegría pasajera, sino de un sentido profundo de felicidad.(Mt. 5,12, Jn. 16,22, Lc. 15, 10, Jn. 15, 11; 17,13; Hech. 8,8; 13,52)Paz: El concepto de paz encierra la satisfacción de todas las aspiraciones humanas, la completa felicidad. Jesús ofrece esa felicidad en él. (Jn. 16,33)Dominio Propio: Se refiere al autocontrol y disciplina que necesita el cristiano para dominar los movimientos desordenados de sus instintos, sus sentimientos y pensamientos.
Los frutos del Espíritu Santo son manifestaciones de una plenitud de Jesús en nosotros, en esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros; en que nos ha dado su Espíritu.Estos frutos pertenecen a la satisfacción del cristiano a la acción de Dios que lo acerca a sí y transforma en imagen de su Hijo Divino.
Carlos Aldunate

No hay comentarios: