lunes, 22 de diciembre de 2008

LAS OTRAS NAVIDADES


Occidente sufre una epidemia de soledad. De una parte del mundo a otra, la cultura de la muerte ha traído consigo una auténtica cultura de la soledad. Millones de personas viven solas y sienten que no tienen a nadie

24 de diciembre. Nochebuena. Una mujer llama al Teléfono de la esperanza. Al voluntario que la atiende le cuenta que «soy de pueblo, de joven me vine a Madrid y me puse a fregar escaleras, de rodillas, como se hacía antes. Me quedé viuda joven, pero mis hijos me salieron muy inteligentes y pude darles estudios. Lógicamente, se han casado con personas de cultura, de buenas familias, y yo comprendo que soy una mujer de moño, de pueblo, sé que no puedo cenar con su familia, ¿pero no podrían venir ellos un día a pasar un rato conmigo y a darme un beso, en estas fechas en que yo, cuando ellos eran chiquillos, les cantaba villancicos y les decía que su padre está en el Cielo?» Es la experiencia de muchas personas que se sienten solas en nuestro país: en España viven su vida diaria en soledad dos millones y medio de personas, lo que hace que uno de cada seis hogares sea un hogar solitario. Pero la soledad no es sólo la ausencia de compañía, sino una sensación, un frío que se mete en el cuerpo y que ni siquiera se mitiga en estas fiestas de Navidad. Muchas veces sucede precisamente lo contrario, que la necesidad de compañía se acentúa en estos días; un dato significativo es que, entre el 25 de diciembre y el 1 de enero del año pasado, las entradas en los portales de contactos por Internet aumentaron hasta un 300%. La mitad de las llamadas que se reciben en el Teléfono de la esperanza (91 459 00 50) tiene que ver directamente con el problema de la soledad. El padre Pedro Madrid, de los Hermanos de San Juan de Dios y director de esta organización en Madrid, se refiere a la soledad como la peste de nuestros días, y afirma que «el no tener a nadie con quién hablar fácilmente desemboca en una depresión, y eso fácilmente conlleva fantasías de suicidio y conductas autodestructivas. Ésta es nuestra experiencia. Nosotros hablamos mucho de la muchedumbre solitaria, y es que en las grandes urbes nos encontramos más solos que nunca. Antes, en los pueblos, todo el mundo se conocía, había más vínculos afectivos, y ahora nos empobrecemos cada vez más a nivel afectivo. Si profundizamos, veremos junto a nosotros a muchas personas, incluso casadas y con hijos, que se sienten solas». Y se trata de algo que también afecta a la gente joven. «Detrás del botellón y del preservativo y de no sé cuántas cosas más -asegura el padre Madrid-, muchos jóvenes se encuentran, con mucha frecuencia, solos. ¿Pero cómo es posible encontrarse solo en medio de tanta gente? Pues sí que ocurre. Hay un aislamiento a nivel personal, que impide que me comunique adecuadamente con el otro. Y luego viene el aislamiento existencial, que me hace preguntarme qué sentido tiene mi vida. Me encuentro solo, me encuentro deprimido, y fantaseo con ideas de suicidio. Estamos sin gente cerca, sin núcleos afectivos fuertes».El fantasma de las Navidades presentes

En España, casi la mitad de los hogares solitarios los constituyen personas mayores de 65 años. En Madrid, uno de cuatro mayores vive solo, sin calefacción, sin familia ni amigos, y no percibe ninguna ayuda social. Ante este problema, son muchos los voluntarios que ofrecen su tiempo para aliviar la situación de estos ancianos. Desde la ONG Desarrollo y asistencia (Tel. 91 554 58 57), se organizan visitas a residencias de ancianos y a domicilios particulares, de modo que, una vez por semana, ofrecen a los mayores la posibilidad de participar en juegos y talleres, o bien les acompañan para hacer gestiones, ir al médico, tomar algo, o simplemente dar un paseo. El papel de los voluntarios se centra en hacerles compañía... La creatividad de algunos voluntarios les lleva a organizar pequeños talleres y tertulias que facilitan la amistad y conocimiento entre los residentes. Como ellos mismos dicen, «quieren esa familia que los ancianos no tienen o que no puede atenderles».En España, el 25% de la población dice sentirse solo con frecuencia, y el 40% reconoce no tener ningún amigo íntimo. Esta situación se agrava en Navidad. Mientras en muchas casas se brinda con champán, se felicitan la Navidad y se desean muchos bienes para el año que entra, el padre Madrid atiende el Teléfono de la esperanza en esas horas tan difíciles para muchos, como son Nochebuena y Nochevieja: «En estos días nos llaman muchas personas solas -afirma desde su experiencia-, que añoran otros tiempos en los que estaban rodeadas de gente. Ven el anuncio de los turrones y se dan cuenta de que nadie vuelve a casa por Navidad. Eso es mentira, dicen. En estos días se organizan muchas cenas y comidas, pero la gente nos llama diciendo que no tienen buenas relaciones. Muchos inmigrantes recuerda con nostalgia a la familia que han dejado allí, parejas rotas, hijos con padres enfermos a su cargo..., son fechas muy complicadas y difíciles. Estos días son especialmente emocionales, y muchas personas se encuentran solas, y pasan unas navidades horribles. Se da el mensaje de que hay que estar contento, que hay que estar feliz, y muchos no se ven así. Hay mucha gente que en Nochebuena cena, se acuesta y no quiere saber nada, porque estas fechas les acentúa su sensación de soledad».Vivir hacia los demás...

El psicólogo don Juan de Haro tiene una larga experiencia en su consulta acerca del problema de la soledad. «La gente no suele expresarlo directamente -afirma-, sino que te habla de un malestar que tiene después un trasfondo de soledad. No es simplemente que vivan solos, sino que sienten que no tienen la confianza para expresar lo que son. Ésta es una necesidad universal, que todos tenemos, pero hay gente que no ha encontrado personas en las que confiar y con las que comunicarse».También ha trabajado en programas de atención a mayores, y desde su experiencia afirma que el principal problema de esta población «es la soledad. Me llamó la atención, haciendo un recorrido de su historia, que las personas que se encontraban solas eran personas que, a lo largo de toda su vida, habían volcado su energía muy hacia adentro, viviendo más hacia ellos, gente muy volcada en el trabajo que luego, cuando se hacen mayores, se ven más solos. Me sorprendió mucho la situación de una mujer cuyo marido falleció repentinamente. Ellos no tenían hijos, pero me pareció impresionante la red de apoyo social y familiar que tenía, y entonces vi que este matrimonio habían sido unas personas de una gran gratuidad y de una gran entrega, y cuando eso se da, la gente corresponde». Según don Juan de Haro, la responsabilidad hay que buscarla en la persona misma, y huir de esa idea que dice que la culpa es de la sociedad: «Pienso que a la gente le falta atrevimiento para comunicar y para comunicarse. El miedo a no ser comprendido o a sentirse juzgado o rechazado es muy potente, y hace que la gente no se atreva a ponerse en juego y no comunique lo que uno es verdaderamente. Podemos irnos de copas con unos amiguetes, pero no podemos expresar un dolor, una inquietud o una preocupación».Hay una soledad real, que nace de no tener a nadie cerca, pero Juan de Haro afirma que «también hay una soledad que nosotros mismos nos creamos. Es un aislamiento que nos generamos nosotros alrededor. La palabra clave aquí es atrevimiento, atreverse a vincularse, a llamar por teléfono. Hay gente que tiene una dificultad muy grande de expresar que necesita ayuda, de pedir a gente que nos quiere que nos haga un favor. Porque si tú no te atreves a pedir, al otro no le das la posibilidad de ofrecerte su compañía. Entonces esa sensación de soledad uno la alimenta autoaislándose. La soledad -no siempre, porque hay personas que están objetivamente muy solas-, muchas veces es una barrera que nos ponemos nosotros».La mitad de las personas que llaman cada año al Teléfono de la esperanza reconocen hacerlo simplemente para hablar con alguien. El padre Pedro Madrid insiste también en la necesidad de humanizar las relaciones: «En estos días debemos expresarnos un afecto que frecuentemente no expresamos, porque lo damos por supuesto, pero no lo verbalizamos. Si tiene hijos, dígales que los quiere. Hay que entregar compañía, cercanía, proximidad, valorar lo positivo que tiene cada persona y olvidarnos de lo negativo, porque todos somos limitados y tenemos nuestros fallos. En estas fiestas nos reunimos no sólo para cenar, vamos a encontrarnos; el encuentro es lo más maravilloso que hay». Y también subraya la importancia de saber escuchar: «La soledad es mucha veces la manifestación de un problema anterior, más profundo. Debemos procurar escuchar de verdad. Es muy difícil escuchar, confundimos escuchar con oír. También tenemos que percibir qué sentimiento hay detrás de lo que nos dice el que nos habla. Y detrás de ese sentimiento hay una demanda concreta, y tenemos que responder también a esta demanda»....y también hacia el Otro

Pero esta escucha debe ir más allá. No sólo debe estar orientada hacia los demás, sino que también ha de estar disponible para poder escuchar al Otro. La hermana Julia, una religiosa católica estadounidense, al hablar en su blog acerca de la soledad, afirma: «La soledad es esa parte de mí que sólo Dios puede llenar. A veces trato de rellenarla con cosas que no son Dios -otras relaciones, mi trabajo, distracciones...- Estas cosas, en sí mismas, no son malas ni buenas, pero cuando las pongo en el lugar de Dios me convierto en una persona que sufre de soledad, porque he interpuesto cosas entre Dios y yo. La soledad es algo que puede ser muy relativo, desde el momento en que nos damos cuenta de que Dios está siempre ahí». Y el padre Jean-Pierre Longeat, prior del monasterio benedictino de Ligugé (Francia), en el libro Veinticuatro horas en la vida de un monje (ed. Kairós), escribe: «En Cristo, la vida atestigua la posibilidad de una relación amorosa entre los seres humanos. Ésta es la vía de la salvación, porque la vida sólo tiene sentido en relación con los demás. Nadie está condenado al aislamiento que se origina en la indiferencia individualista, que aboca a la angustia mórbida y acaba dejando siempre el amargo regusto de la muerte. Todos los hombres estamos llamados a conocer la verdadera justicia de vivir juntos en armonía, cosa que sólo ocurrirá si admitimos una cierta forma de trascendencia».

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

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