viernes, 15 de mayo de 2009

UN TESTIMONIO DE CONVERSION


Después de recorrer el sufismo, el budismo, taoísmo, el psicochamanismo e innumerables corrientes de la Nueva Era, Jacobo recibió por fin el Bautismo, la semana pasada. Para él, entrar en la Iglesia católica ha sido entrar en la realidad. En estas líneas cuenta su historia, y las razones de su interés por el cristianismo


Mi nombre es Jacobo, tengo 33 años y actualmente cubro una baja como maestro de Primaria en un colegio concertado de Madrid, dando clase a niños de 6 años. Llevo escasos meses en esta profesión. Inicié tardíamente los estudios de Magisterio y no les prestaba apenas atención; a la vez trabajaba como técnico ayudante de luz y sonido en un teatro de la Comunidad de Madrid, tan sólo los fines de semana, y no todos, y sólo durante ciertas temporadas. Realmente lo que hacía era justificarme ante mí, ante mi familia y ante los amigos y la sociedad, pues era incapaz de llevar una vida adulta, de afrontar la más mínima responsabilidad ni compromiso. Llevaba una vida de adolescente, huyendo constantemente de la vida real. Pero de la realidad no se puede huir; yo creía que huía, pero me metía en un pozo cada vez más oscuro y estaba cada vez más confuso. Yo me iba cocinando mi propia receta, me iba inventando la vida, la realidad, cogiendo un poquito de aquí y otro poco de allá, según mi gusto, mi apetencia: el hedonismo superficial, la pura apetencia, el placer inmediato, con unos toques de espiritualidad, pero espiritualidad barata. Y, así, pase por el sufismo, un poco de budismo, taoísmo, de psicochamanismo, pero sin entrar a fondo en nada, en parte por esa dinámica de picoteo, pero también porque, después de cierto tiempo, intuía que ahí no estaba lo que buscaba, lo que mi corazón anhelaba. Tan sólo profundicé algo más en la gnosis de G.I. Gurdjieff, personaje que, tras pasar por múltiples ramas del misticismo y el esoterismo de su época, las mezcló todas y se sacó de la manga un cóctel explosivo conocido como El Cuarto Camino, y que, en mi caso, en unos meses me ayudó a huir y dejar a mi novia, el trabajo, mis estudios y a mis propios padres. Todo este popurrí de Nueva Era aceleró el proceso, pero no era ésta la causa última. Mi vida ya hacía aguas por todos lados. Está claro que, ya antes, yo estaba tocado, muy confuso, dudaba absolutamente de todo y no tenía ni la mas mínima certeza acerca de esta vida: todo era relativo, todo dependía de cómo lo miraras.Algo había allíPor aquellas fechas yo ya había conocido en la universidad a un profesor y sacerdote, José Luis Almarza, que impartía una asignatura de libre configuración titulada Hecho religioso, hecho cristiano. En aquella época era la única asignatura a la que asistía. Este profesor en clase trabajaba un libro llamado El sentido religioso, de un tal Luigi Giussani. Yo ni me enteraba de lo que hablaba en sus clases, pero algo había en cómo hablaba, cómo se movía y como me trataba, que me atrajo. Y, después de sus clases, echándonos un cigarrillo (a los que él siempre invitaba), yo le contaba mi vida, charlábamos, y él se interesaba con verdadero afecto (aunque muchas veces sospechara de él) por mí y toda mi historia y circunstancia.Poco a poco abandoné -afortunadamente para mi mente, pero también para mi bolsillo- los grupos esotéricos, el Cuarto Camino, el psicochamanismo (un intento de perdonarte y curar tus heridas tú mismo); retomé los estudios de Magisterio, que tenía abandonados; fui recuperando poco a poco la relación con mis padres y comencé paulatinamente a ir entrando en la realidad, algo que para mí hoy es tarea de todos los días, pero es algo que no hago solo.Conocí una comunidadAsí, a través de José Luis comencé a conocer a un grupo de gente, no una secta, sino una comunidad eclesial, que vivía mirando a la cara a las cosas, para los que la vida, la realidad, no era un peso, un problema, sino una oportunidad; cada cosa, cada circunstancia, cada minuto, una oportunidad de aprender, de comprender, de entender un poco más la vida, su vida, la realidad. Y esto a través de cada cosa, de cada particular, sin tener que pasar antes por el aro de ninguna teoría, filosofía o ideología. Y te encontrabas con que, efectivamente, ponían (no imponían) palabras a todo lo que ocurría, que me entendían y me explicaban mejor que yo mismo; ya no tenía que forzar las cosas, pegar cuatro volteretas en el aire en mi cabeza, sino que sus palabras coincidían con lo que yo vivía, con lo que a mí me ocurría y me ocurre.Y comienzas a preguntarte de dónde viene esa capacidad de entender, de comprender las cosas, pero también de vivirlas, de vivir la vida como una auténtica aventura, con seriedad, pero con alegría... ¡Cómo no me voy a adherir a esto, cómo no va a ser razonable que acompañado de esta gente viva mi vida! ¡Y encima gratis! Y hay millones de cosas que no comprendo, que se me escapan, que incluso a veces me rechinan, con las que me peleo, que entran en conflicto con mis ideas, con mis apetencias, con lo que la gente piensa y como la mayoría vive (vivimos) la vida; con mi familia, con mis amigos, con los compañeros de trabajo. Parece que es ir contracorriente, pero es que esta corriente que parece que va en contra de todo está llena de inteligencia, de verdadero afecto, de pasión por la vida, de realismo, lo abraza todo, no deja nada fuera. ¿Acaso no es esto razonable? Adherirme a esto, ahora con el Bautismo, es lo más razonable e inteligente que yo he hecho en toda mi vida y sólo espero no olvidarme y darme cuenta de ello todos los días. Ven, Espíritu Santo.

Jacobo Gil Magallon

No hay comentarios: