viernes, 3 de septiembre de 2010

SAN AGUSTIN. POR BENEDICTO XVI

En la vida de cada uno, hay personas queridas, a las que nos sentimos particularmente cercanos; algunas están ya en los brazos de Dios. Es importante, sin embargo, tener también compañeros de viaje en nuestra vida cristiana: pienso en el director espiritual, en el confesor..., pero también en la Virgen y en los santos. Cada uno debería tener algún santo que le fuese familiar, para sentirle cercano con la oración y la intercesión, y para imitarlo. Quisiera invitaros a conocer más a los santos, empezando por aquel cuyo nombre lleváis.
Yo estoy unido de modo especial a algunas figuras de santos: entre éstas, además de san José y san Benito, de quienes llevo el nombre, está san Agustín, a quien tuve el gran don de conocer, por así decirlo, de cerca a través del estudio y la oración. Quisiera subrayar un aspecto de su experiencia, actual en nuestra época, en la que parece que el relativismo sea la verdad que debe guiar el pensamiento y los comportamientos.
La búsqueda constante de la Verdad es una de las características de fondo de su existencia. El suyo no fue un camino fácil, pero nunca se detuvo; supo mirar en lo íntimo de sí mismo y se dio cuenta de que esa Verdad, ese Dios que buscaba con sus fuerzas, era más íntimo a él que él mismo; había estado siempre a su lado, a la espera de poder entrar en su vida. San Agustín comprendió que no era él quien había encontrado la Verdad, sino que la propia Verdad, que es Dios, le persiguió y le encontró.
Las criaturas deben callar para que se produzca el silencio en el que Dios puede hablar. A veces, se tiene una especie de miedo al silencio, al recogimiento; a menudo se prefiere vivir sólo el momento fugaz; se prefiere vivir, porque parece más fácil, con superficialidad; se tiene miedo de buscar la Verdad, o quizás se tiene miedo de que la Verdad nos encuentre, y nos cambie la vida.
(25-VIII-2010)

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