jueves, 13 de mayo de 2010

DECLARACIONES DE BENEDICTO XVI


Juan Cejudo, miembro de MOCEOP y de Comunidades Cristianas Populares">Importantes declaraciones, aunque insuficientes, de Benedicto XVI en Portugal

Juan Cejudo, miembro de MOCEOP y de Comunidades Cristianas Populares">Juan Cejudo, miembro de MOCEOP y de Comunidades Cristianas Populares

El Blg de Juan Cejudo

Me han parecido muy interesantes las declaraciones de Benedicto XVI en Portugal donde reconoce (al contrario que no pocos cardenales y obispos) que los sufrimientos de la Iglesia vienen justo del “interior de la Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia”. Dice el Papa que “Eso lo hemos visto siempre, pero ahora lo vemos de una forma aterradora”.

No son campañas orquestadas desde el exterior por los medios de comunicación social como dicen algunos jerarcas más papistas que el Papa. Sino por los fallos terribles de importantes miembros de la Iglesia: obispos, sacerdotes y religiosos que han provocado daños inmensos a miles y miles de personas con casos de pederastia demostrados ante los tribunales.

Es verdad que Ratzinger este gran problema de los pecados de la Iglesia lo había visto mucho antes. Así lo afirma en la cita que González Faus hace de él en su folleto “Miedo a Jesús”:

“Hoy la Iglesia se ha convertido para muchos en el principal obstáculo para la fe. En ella sólo puede verse la lucha por el poder humano, el mezquino teatro de quienes con sus observaciones quieren absolutizar el cristianismo oficial y paralizar el verdadero espíritu del cristianismo”( “Miedo a Jesús” de José I. González Faus, sj. Cuadernos de Cristianismo y Justicia nº 163, pag. 29)

Sus palabras en Portugal han sido muy claras y directas:

“No solo de fuera vienen los ataques al Papa y a la Iglesia, sino que los sufrimientos de la Iglesia vienen justo del interior de la Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia”. “Eso lo hemos visto siempre, pero ahora lo vemos de una manera realmente aterradora: la mayor persecución a la Iglesia no viene de los enemigos de fuera, sino que nace del pecado de la Iglesia. Y la Iglesia tiene por tanto profunda necesidad de reaprender la penitencia, aceptar la purificación, aprender el perdón pero también la necesidad de (ofrecer) justicia. El perdón no sustituye a la justicia”. (El País, 11-5-2010)

Sorprende que lo que muchos venimos diciendo hace ya tiempo: que es la misma Iglesia el principal obstáculo para la fe de la gente, por su afán de poder y el absolutismo de sus posiciones que apaga el verdadero espíritu del cristianismo, ahora los obispos lo acepten simplemente porque es el Papa el que lo dice.

Aunque en esa sincera y valiente autocrítica que el Papa hace sobre los pecados de la Iglesia, él parece estar aludiendo tan sólo a los pecados de pederastia de obispos, sacerdotes y religiosos en muchos países del Mundo, sin cuestionar ni criticar otras cuestiones de la Iglesia, no menos importantes, que también están incidiendo de modo muy determinante en la lejanía de la gente de la fe.

Estas otras cuestiones, mucho más amplias y concretas, las ha señalado de modo muy reciente el teólogo Hans Küng, compañero de Ratzinger en su reciente “Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo” . Esta carta de Hans Küng ha sido apoyada y ampliada por la Asociación de Teólogos /as Juan XXIII en un comunicado difundido con motivo del V Aniversario del pontificado de Benedicto XVI.

Es el mismo Benedicto XVI, dice Hans Küng, responsable de que en estos 5 años se hayan desperdiciado magníficas oportunidades en diferentes ámbitos eclesiales: “el diálogo ecuménico e interreligioso, la reforma de la Iglesia, el ejercicio de la colegialidad, la incorrecta gestión de los abusos sexuales cometidos por obispos, sacerdotes y religiosos católicos, el mantenimiento del celibato, la prohibición del acceso a las mujeres al ministerio ordenado….”

La Asociación de teólogos propone medidas muy concretas que serían necesarias para una transformación evangélica de la Iglesia Católica. Estas son las medidas que ellos señalan:

1.- Activar y desarrollar el programa de reforma del Concilio Vaticano II

2.- La organización de la Iglesia es obsoleta que responde a esquemas de una monarquía absoluta. Sería necesario iniciar un proceso de democratización de la Iglesia con la participación de todos los creyentes.

3.- Los dirigentes de la Iglesia y todos los cristianos deben situarse en el mundo de la marginación y de la exclusión social.

4.- La Iglesia debe defender y fomentar la libertad de expresión, investigación y publicación de los teólogos y eliminar la censura eclesiástica.

5.- Que reconozca el derecho de reunión de todos los grupos y comunidades cristianas de cualquier signo o tendencia, no sólo las de signo conservador.

6.- Que el cristianismo no se identifique con los programas políticos y las organizaciones religiosas conservadoras.

7.- Que se levanten las sanciones impuestas a los teólogos y teólogas.

8.- El Papa debería pedir perdón por el encubrimiento y complicidad del Vaticano y muchos episcopados, en los casos de abusos sexuales de obipos, sacerdotes y religiosos.

9.-Que se deroguen los decretos del Papa y de la Curia Romana que ha impuesto el silencio durante décadas en los casos de abusos sexuales a menores, sin poner a los responsables en manos de la justicia.

10.- El pontificado de Benedicto XVI está agotado. Debiera presentar su dimisión.

11.- Que se facilite el acceso de la mujer al sacerdocio como ocurre en la mayoría de las iglesias cristianas.

12.- Que se suprima el celibato obligatorio para los sacerdotes.

No cabe duda que si la Iglesia afrontara todas estas cuestiones daría un gran paso para que su imagen y su credibilidad mejorara y también las posibilidades de acercamiento al hombre de hoy.
Pero para eso es necesario que un Papa más joven, de mentalidad más abierta, fuera capaz de afrontar de modo evangélico y valiente todos estos asuntos tan importantes para la modernización y puesta al día de una Iglesia, que durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, han dado marcha atrás en relación con el gran impulso renovador que dio el Papa Bueno, Juan XXIII, con la puesta en marcha del Concilio Vaticano II.

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