Agua de manantial
Nombre: Orar. Los primeros cristianos
Autor: Gabriel Larrauri
Editorial: Planeta Testimonio
Autor: Gabriel Larrauri
Editorial: Planeta Testimonio
Cuando se habla de las raíces cristianas de Europa, no se trata de una entelequia. En palabras de don Gabriel Larrauri, autor de Orar. Los primeros cristianos, «las raíces cristianas de Europa son ellos», los cristianos que, durante los primeros siglos de vida de la Iglesia, se lanzaron a predicar por todo el mundo la Buena Noticia de que el hombre ha sido redimido por un Dios encarnado, muerto y resucitado.
Incomprendidos en algunos casos y abiertamente perseguidos en muchos otros, consiguieron, con su presencia y testimonio cotidiano, que Tertuliano pudiera decir, a inicios del siglo III: «Somos de ayer y ya hemos llenado el orbe y todas vuestras cosas»: casas, ciudades, el ejército, el Senado... Todo ello, sin necesidad de planes pastorales o de evangelización.
El señor Larrauri, licenciado en Económicas y con una larga experiencia en la formación de jóvenes, se ha dedicado por afición a este tema, sobre el que ha recopilado gran cantidad de información en la web www.primeroscristianos.com -incluido, por ejemplo, cómo vivían la Pascua y otras fiestas, además de su día a día-. Ahora, ha dado un paso más, recogiendo gran parte de su pensamiento en este libro editado por Planeta Testimonio. La obra busca «hacernos presente el espíritu que ellos vivieron, tal como ellos mismos lo han contado»; es decir, que «los primeros escritores cristianos hablen directamente al lector» a través de «algunos de los tesoros que se encuentran en sus escritos, y que no son fácilmente conocidos por quienes no son especialistas».
En las 500 páginas del libro, se ofrece una amplia selección de citas, de diversos autores que vivieron desde finales del siglo I hasta el V -el último es san Agustín-. Para que no se queden simplemente en nombres, el libro incluye, al final, una breve nota biográfica de todos los autores reseñados, para situar su pensamiento en las circunstancias en las que vivieron sus vidas. La recopilación se completa con los escritos de personajes posteriores de relevancia en la Iglesia que han hablado sobre ellos. Entre ellas, destacan algunos fragmentos de las catequesis que Benedicto XVI dedicó a los Padres de la Iglesia, y que contribuyeron a reavivar el interés por ellos. Los textos, agrupados por temas, nos presentan qué pensaban nuestros padres de cuestiones tan diversas como el Bautismo, la persecución, la vida eterna, el apostolado, la penitencia, la caridad, la Virgen María o los ángeles.
En su inmediatez, «tienen un especial atractivo -subraya el autor- porque nos permiten captar el mensaje cristiano en sus fuentes originarias. Viajamos a los tiempos del nacimiento de la Iglesia. Nos permiten acercarnos a los primeros eslabones de esta fabulosa cadena que, a lo largo de la Historia, ha transformado el mundo».
Se podrá argüir, con verdad, que no se trata de grandes descubrimientos. En efecto, los cristianos que evangelizaron el Imperio Romano creían lo mismo que nosotros. Cristo es el mismo ayer, hoy, y siempre. Pero nunca es un mal momento para descubrir, precisamente, esta realidad, un rotundo mentís a quienes, desde el desconocimiento o la simplificación, manipulan los primeros siglos de la historia de la Iglesia para atacar su magisterio. Tampoco vendrá mal descubrir la frescura, la fuerza y el entusiasmo con los que vivían la fe quienes nos la transmitieron. Es muy cómodo, sí, conseguir agua fácilmente del grifo, pero a veces es necesario recordar lo que es beberla directamente de un manantial o un pozo.
Conocerlo no sólo servirá, además, para satisfacer la curiosidad histórica, pues todo lo que dijeron sobre ellos mismos y su fe tiene una gran vigencia: «Son un espejo en el que hoy en día un cristiano se puede ver reflejado, siendo consciente de las diferencias que existen entre una época y otra», explica don Gabriel, y añade que «fueron gente normal, que supo ser heroica; hombres y mujeres que, con su vida ordinaria, consiguieron cosas extraordinarias y que han dejado una huella profunda en la historia de la Humanidad». Invita, por ejemplo, a «considerar su coherencia, su valentía», incluso ante el martirio, que puede «llenarnos de fortaleza, a la vez que nos mueve a procurar defender la libertad» de quienes, en la actualidad, son perseguidos, «como lo hicieron los primeros apologistas cristianos» al denunciar «las injusticias que se cometían a su alrededor». O qué mejor para la nueva evangelización que «su ejemplo para trasformar el mundo desde dentro, sin aislarse, autoexcluirse o evadirse de la realidad diaria de la sociedad. Los primeros cristianos sabían que tenían un tesoro y querían comunicarlo a los demás: daban lo mejor que tenían».
Incomprendidos en algunos casos y abiertamente perseguidos en muchos otros, consiguieron, con su presencia y testimonio cotidiano, que Tertuliano pudiera decir, a inicios del siglo III: «Somos de ayer y ya hemos llenado el orbe y todas vuestras cosas»: casas, ciudades, el ejército, el Senado... Todo ello, sin necesidad de planes pastorales o de evangelización.
El señor Larrauri, licenciado en Económicas y con una larga experiencia en la formación de jóvenes, se ha dedicado por afición a este tema, sobre el que ha recopilado gran cantidad de información en la web www.primeroscristianos.com -incluido, por ejemplo, cómo vivían la Pascua y otras fiestas, además de su día a día-. Ahora, ha dado un paso más, recogiendo gran parte de su pensamiento en este libro editado por Planeta Testimonio. La obra busca «hacernos presente el espíritu que ellos vivieron, tal como ellos mismos lo han contado»; es decir, que «los primeros escritores cristianos hablen directamente al lector» a través de «algunos de los tesoros que se encuentran en sus escritos, y que no son fácilmente conocidos por quienes no son especialistas».
En las 500 páginas del libro, se ofrece una amplia selección de citas, de diversos autores que vivieron desde finales del siglo I hasta el V -el último es san Agustín-. Para que no se queden simplemente en nombres, el libro incluye, al final, una breve nota biográfica de todos los autores reseñados, para situar su pensamiento en las circunstancias en las que vivieron sus vidas. La recopilación se completa con los escritos de personajes posteriores de relevancia en la Iglesia que han hablado sobre ellos. Entre ellas, destacan algunos fragmentos de las catequesis que Benedicto XVI dedicó a los Padres de la Iglesia, y que contribuyeron a reavivar el interés por ellos. Los textos, agrupados por temas, nos presentan qué pensaban nuestros padres de cuestiones tan diversas como el Bautismo, la persecución, la vida eterna, el apostolado, la penitencia, la caridad, la Virgen María o los ángeles.
En su inmediatez, «tienen un especial atractivo -subraya el autor- porque nos permiten captar el mensaje cristiano en sus fuentes originarias. Viajamos a los tiempos del nacimiento de la Iglesia. Nos permiten acercarnos a los primeros eslabones de esta fabulosa cadena que, a lo largo de la Historia, ha transformado el mundo».
Se podrá argüir, con verdad, que no se trata de grandes descubrimientos. En efecto, los cristianos que evangelizaron el Imperio Romano creían lo mismo que nosotros. Cristo es el mismo ayer, hoy, y siempre. Pero nunca es un mal momento para descubrir, precisamente, esta realidad, un rotundo mentís a quienes, desde el desconocimiento o la simplificación, manipulan los primeros siglos de la historia de la Iglesia para atacar su magisterio. Tampoco vendrá mal descubrir la frescura, la fuerza y el entusiasmo con los que vivían la fe quienes nos la transmitieron. Es muy cómodo, sí, conseguir agua fácilmente del grifo, pero a veces es necesario recordar lo que es beberla directamente de un manantial o un pozo.
Conocerlo no sólo servirá, además, para satisfacer la curiosidad histórica, pues todo lo que dijeron sobre ellos mismos y su fe tiene una gran vigencia: «Son un espejo en el que hoy en día un cristiano se puede ver reflejado, siendo consciente de las diferencias que existen entre una época y otra», explica don Gabriel, y añade que «fueron gente normal, que supo ser heroica; hombres y mujeres que, con su vida ordinaria, consiguieron cosas extraordinarias y que han dejado una huella profunda en la historia de la Humanidad». Invita, por ejemplo, a «considerar su coherencia, su valentía», incluso ante el martirio, que puede «llenarnos de fortaleza, a la vez que nos mueve a procurar defender la libertad» de quienes, en la actualidad, son perseguidos, «como lo hicieron los primeros apologistas cristianos» al denunciar «las injusticias que se cometían a su alrededor». O qué mejor para la nueva evangelización que «su ejemplo para trasformar el mundo desde dentro, sin aislarse, autoexcluirse o evadirse de la realidad diaria de la sociedad. Los primeros cristianos sabían que tenían un tesoro y querían comunicarlo a los demás: daban lo mejor que tenían».
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