lunes, 18 de abril de 2011

LA ESPERANZA CRISTIANA


La brevedad y fugacidad de esta vida temporal de alegrías y penas, de amores y dolores, de salud y enfermedad, me trae a mi memoria las coplas que Jorge Manrique que escribió, en el siglo XV, con ocasión de la muerte de su padre, maestre de la orden religiosa y militar de Santiago: “recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se pasa la vida, como se viene la muerte tan callando; cuan presto se va el placer y cómo después de recordado da dolor, y como a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Si contemplamos, pues, nuestra vida temporal vemos se inicia cuando nacemos y termina cuando morimos. Pasa fugazmente pendiente de un hilo que en cualquier momento puede romperse por una muerte súbita debida a una enfermedad incurable o a un accidente inesperado, siendo breve aunque dure cien años. Es como un soplo o un instante siendo la muerte el paso del tiempo a la eternidad.

Jorge Manrique lo describe bellamente cuando dice: “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir…partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos, así que cuando morimos descansamos”. Nuestras vidas, pues, son semejantes a un río que nace, crece y discurre por su cauce y muere en la inmensidad del mar. Nacemos, crecemos y vivimos durante un tiempo ocupando un espacio en este mundo y morimos descansando en la eternidad.

Ahora bien, nos preguntamos ¿este descanso eterno personal es como el río en la inmensidad del mar que se mezcla y se confunde con las aguas de otros ríos no teniendo vida propia e individuad?; o por contrario, ¿ nuestro descanso eterno tiene vida personal propia e individual eterna, sin mezclarse y confundirse con otros seres?. Es decir, ¿nacemos para morir en la inmensidad del cosmos como el río muere en la inmensidad del mar?; o bien, ¿nacemos para vivir personalmente con nuestro mismo cuerpo y alma que tenemos, siendo la muerte el paso a la vida eterna?.

Por la fe cristiana, fundada en las Sagradas Escrituras y en la Tradición Patrística y Eclesiástica, creemos en la resurrección personal de los muertos y en la vida eterna. Concretamente, Job dice: “yo se que vive mi Redentor, y que yo he de resucitar de la tierra el último día, y de nuevo he ser revestido de esta piel mía y en mi carne veré a mi Dios” (Job, 19,23-27). Los profetas Daniel (12, 2), Ezequiel (37,1 y sigs) y los Macabeos (II, 7,1-14) afirman la resurrección personal de los muertos y la vida eterna.

El mismo Jesucristo declara: “como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así, el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna; y llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi voz, y saldrán los que han hecho el bien para una resurrección de vida y los que han hecho el mal para una resurrección de juicio” (Jn.5, 21-28). Con ocasión de la muerte de Lázaro, le dice a su hermana, Marta, que lloraba desconsolada: “Yo soy la resurrección y la vida, aquel que crea en mí, aunque haya muerto vivirá” (Jn 11, 25).

Los evangelistas Mateo (XX, 23 y sig.), Juan (11, 24) y las Actas de los Apóstoles (4, 2; 17, 18; 24, 2; 22, 6 y sigt., y 24, 15)) afirman tambien la resurrección personal de los muertos y su vida eterna. San Pablo, concretamente, manifiesta: “no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los demás sin esperanza, pues si creemos que Jesús murió, así también Dios tomará consigo a los que murieron en ÉL; pues el Señor, a una orden del cielo, a la voz del arcángel y al sonido de la trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero y después nosotros los que aun vivan seremos arrebatados en las nubes al encuentro con Dios en los aires y allí estaremos siempre con el Señor” (Tsln.4, 13-18).

Los Símbolos o Credos de la fe cristiana profesan: “creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”. Los Padres de la Iglesia así lo creen y los Concilios ecuménicos así lo expresan y así lo pide nuestra naturaleza. En este sentido, San Agustín de Hipona manifiesta: “Señor, nos hiciste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”

Ahora bien, a la pregunta ¿dónde, cuándo y cómo tendrá lugar la resurrección de los muertos y como será su vida eterna?. Los cristianos creemos que los difuntos resucitarán donde fueron enterrados, al final de los tiempos y con unos cuerpos nuevos semejantes y funcionales a los que tenemos ahora en la vida temporal, pero inmortales, incorruptibles, gloriosos, ágiles y sutiles. Dios que los creó, del mismo modo puede recomponerlos también.

¡Esta es la gran esperanza cristiana!.



CRISTO, MARIA, OS AMO.

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