jueves, 14 de enero de 2010

UN BUEN LIBRO


Parece claro que, en el ámbito religioso, nos hallamos en el centro de un cambio sin precedentes en la historia que conocemos. Las formas heredadas, consideradas sagradas e intocables durante siglos, han entrado en una crisis que se manifiesta irreversible. Porque no afecta únicamente a las “formas” como tales, sino que cuestiona la base misma en la que aquéllas se apoyaban.
Un cuestionamiento de tal envergadura no puede ser únicamente “religioso”. Más aún, lo que ocurre en este campo concreto no es sino consecuencia de la mutación cultural más amplia que nos ha correspondido vivir.
Una mutación cultural implica una modificación decisiva en nuestro modo de percibir, por lo que nos resulta absolutamente imposible volver a ver la realidad como antes la veíamos. Se ha modificado nada menos que el filtro a través del cual accedíamos a ella, el marco cultural o paradigma. Si entendemos un paradigma como un “idioma cultural”, habremos de concluir que nos toca “traducir” la percepción anterior a los moldes de la nueva.
Pero no es sólo el filtro; estamos asistiendo a lo que, según los pensadores más atentos, parece ser un cambio en el propio “modo de conocer”. Estamos pasando del modelo mental, cartesiano o dual a otro no-dual, que se abre camino cada vez más en las ciencias cognitivas y, poco a poco, en la conciencia colectiva. Este modelo no-dual de cognición está modificando, de un modo radical, lo que eran nuestros planteamientos previos, que considerábamos definitivamente adquiridos. No es extraño que, modificado el modo de percibir, se alteren también las “conclusiones” a las que habíamos llegado, sobre la base aquel propio modelo. Como tampoco lo es que encuentre resistencias por parte de aquellas posturas ancladas en el modelo anterior.

Dada la magnitud del cambio, a ningún cristiano debería extrañar que la propia cristología se viera involucrada en la necesidad de un replanteamiento en profundidad. Porque, formando parte de todo el discurso religioso, también la persona de Jesús se entendió, se leyó y se presentó -como no podía ser de otro modo- bajo un prisma mítico y heterónomo, y dentro del inevitable modelo dual que ha caracterizado el nivel mental-racional de conciencia.
Desde la nueva perspectiva no-dual, Jesús deja de ser percibido como un “salvador celeste” separado, para poder ser comprendido como el hombre que “vivió” y “realizó” el Misterio, de modo que puede llamarse con verdad “Hijo de Dios” y “Dios”. Más allá de cualquier “mapa” mental, vio y se ancló en el “Territorio” hacia el que todos los mapas -también los religiosos- apuntan.
Por eso mismo, Jesús constituye una invitación al ser humano para que -acallada la mente, silenciado el yo, en la Presencia luminosa y autoconsciente- pueda experimentar que estamos todos constituidos de la misma y única Realidad. Y que, al desidentificarnos del yo, accedemos a la Conciencia unitaria que se manifiesta como sabiduría y compasión.

Eso explica que el suyo sea un mensaje con el que fácil y gustosamente “sintoniza” cualquier persona. Porque pone vida y palabras a lo que todos, lo sepamos o no, somos y aspiramos a vivir, convirtiéndose así en “revelador” de nuestra más profunda realidad. Es portador de un mensaje transpersonal que nos pone en contacto con la verdad de Lo Que Es.

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