lunes, 9 de noviembre de 2009

¿POR QUÉ REZAR?


"Me preguntas: ¿por qué rezar?

Te contesto, para vivir. Porque, en efecto, para vivir de verdad hay que rezar. ¿Por qué? Porque vivir significa amar. Una vida sin amor no es vida. Es soledad vacía, es cárcel y es tristeza. Sólo quien ama vive de verdad. Y solamente ama quien se siente amado, alcanzado y transformado por el amor. Así como la planta no puede florecer y dar sus frutos si no recibe los rayos del sol, también el corazón humano no puede abrirse a la vida verdadera y plena si no es alcanzado por el amor. Ahora bien, el amor nace y vive del encuentro con el amor de Dios, el más grande y verdadero de todos los amores posibles; más aún: el amor que está más allá de cualquier definición que podamos dar y de todas nuestras posibilidades. Al rezar nos dejamos amar por Dios y nacemos al amor. Por lo tanto, quien ama vive en el tiempo y para la eternidad.
¿Y quién no reza? Quien no reza corre el riesgo de morir interiormente, porque tarde o temprano le faltará el aire para respirar, el calor para vivir, la luz para ver, el alimento para crecer y la alegría que da sentido a la existencia.
Me dices: ¡pero yo no sé rezar! Me preguntas: ¿cómo se reza? Te contesto: empieza por darle algo de tu tiempo a Dios. Al comienzo, no importará que ese tiempo sea mucho, sino que tú se lo des con fidelidad. Fija tú mismo un tiempo para darle cada día al Señor, y dalo con fidelidad, cotidianamente, cuando lo sientas y cuando no. Busca un lugar tranquilo, donde si es posible haya algún signo que remita a la presencia de Dios. Medita en silencio, invoca al Espíritu Santo para que sea él quien diga en ti: "Abbá, Padre". Llévale a Dios tu corazón, aunque esté confuso. No tengas miedo de decirle todo: tus dificultades y tu dolor, tu pecado y tu incredulidad, y también tu rebelión y tu oposición, si así lo sientes.
Abandonándolo todo en las manos de Dios. Recuerda que es Padre-Madre en el amor, que todo lo recibe, todo lo perdona, todo lo ilumina, todo lo salva. Escucha su silencio. No quieras recibir en seguida respuestas. Persevera. Como el profeta Elías, camina en el desierto hacia el monte de Dios. Y cuando te hayas acercado a él, no lo busques en el viento, en el temblor o en el fuego, en signos de fuerza o de grandeza, sino en la voz sutil del silencio. No pretendas poseerlo, deja en cambio que pase por tu vida y por tu corazón, que toque tu alma y se deje contemplar por ti aunque sólo sea de espaldas.Escucha la voz de su silencio. Escucha su Palabra de vida. Abre la Biblia y medita con amor. Deja que la palabra de Jesús hable al corazón de tu corazón. Lee los salmos, donde encontrarás expresado todo lo que querrías decirle. Escucha a los apóstoles y a los profetas. Enamórate de la historia de los patriarcas, del pueblo elegido y de la iglesia naciente. Cuando hayas escuchado la Palabra de Dios, sigue caminando por los senderos del silencio, dejando que el Espíritu te una a Cristo, Palabra eterna del Padre. Al comienzo, te podrá parecer que el tiempo es demasiado. Persevera con humildad, dándole a Dios todo el tiempo que logres darle, pero nunca menos de lo que estableciste poder darle cada día. Verás que, de cita en cita, tu fidelidad se verá premiada. Y advertirás que poco a poco crecerá en ti el gusto por la oración: lo que al inicio te parecía inalcanzable, se tornará cada vez más fácil y hermoso. Comprenderás que lo que cuenta no es obtener respuestas, sino ponerse a disposición de Dios. Y verás que todo lo que presentes en la oración poco a poco se irá transfigurando".

Bruno Forte

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