lunes, 15 de julio de 2013

LA ILUSIÓN DE DIOS (RESUMEN)







Sin ilusión no se puede vivir:
de ilusión tampoco (AOO).
ANDRES ORTIZ OSES. Filósofo. Catedrático emérito de la Universidad de Deusto

El creyente ostenta la ilusión positiva de Dios, afirmativa y afirmadora, mientras que el increyente ostenta la ilusión negativa de Dios, puesto que considera a este una ilusión falsa. El famoso libro de Richard Dawkins “El espejismo de Dios” (The God Delusion) critica la ilusión del creyente en Dios, caracterizándola y caricaturizándola como una dilusión o espejismo. El autor representa a los que han pasado de la ilusión a la desilusión de Dios, así como a los que han apostado o apostatado en favor de su disolución.

La posición de Dawkins revela un materialismo naturalista, el cual se opone a toda trascendencia, a todo Dios presuntamente creador de un universo que, en su opinión, no necesita del Dios porque se concrea a sí mismo. El propio Einstein no creía en un Dios personal, sino en una divinidad impersonal, asumiendo una especie de religiosidad cósmica. Pero es sobre todo contra el Dios controlador o fundamentalista, contra el que carga Dawkins en su alegato ateo, el cual paradójicamente desemboca en un fundamentalismo científico.

El problema radica en que Dawkins recoge la idea fundamentalista de Dios para atacarla a su vez de modo fundamentalista, al tiempo que recoge la idea de la religión dogmática y literal para atacarla dogmática y literalmente. De esta manera, su crítica a la religión dogmática tiene su validez, pero al precio de recaer en un dogmatismo científico anclado en la cerrazón, la cual resulta incapaz de abrirse y sobrepasar su razón materialista. Olvida nuestro científico que la ciencia se ancla en lo empírico-racional, mientras que la religión es un simbolismo axiológico y relacional, el cual trasciende el significado empírico en nombre de la apertura simbólica al sentido radical (que trasciende a las cosas radicadas).

Es verdad que Einstein desechaba todo Dios reducido o antropomórfico, y pensaba que la religión sin ciencia es ciega; pero también afirmaba que la ciencia sin religión resulta coja, sin duda porque junto a la razón se ubica el corazón como “co-razón” de nuestra propia razón. Fue otro judío, el mismísimo Marx, quien en su juventud romántica calificó la religión como el corazón de un mundo sin corazón, mientras que a su vez el respetable y respetado científico S.J. Gould, entre otros como nuestro F. J. Ayala, respeta la especificidad de la religión como búsqueda del significado no meramente dado empíricamente sino esencial, así pues el sentido existencial de lo real.

El auténtico homo religiosus no es un creyente al uso y abuso, sino un hombre religioso que no cree en ídolos, pero que deja abierta la puerta a la trascendencia para no recaer en cerrazón dogmática. Si tomamos tan en serio la evolución, parece un contrasentido no tomar tan en serio su apertura no sólo inmanente sino trascendente, ya que la evolución de la materia al hombre es ya trascendente.

Habría que cambiar la visión tradicional del Dios inmóvil, recogida por Dawkins del fundamentalismo religioso, y proyectar un Dios móvil e interior al mundo, a modo de interioridad de la exterioridad. Un tal Dios no dice verdad dogmática, sino sentido vital, no dice razón sino co-razón, no dice explicación abstracta sino implicación existencial.
Resulta intrigante que Dawkins hable finalmente de que hay que reconocer que, tanto el universo cósmico como nuestro mundo humano resultan “amigables”, amigabilidad que ha supuesto nada menos que el surgimiento de la vida (humana). Y bien, esa amigabilidad es un término que trasciende lo meramente empírico para expresar lo amable o amoroso, y es el propio Dawkins quien pone en correlación el instinto religioso con el instinto amoroso. En lo cual estamos de acuerdo, ya que proyectamos a Dios a través de nuestra experiencia de lo divino, simbolizado por el amor. En efecto, a través de la vivencia cuasi sagrada del amor experimentamos lo divino y lo personificamos en Dios, así como personificamos al antiamor en la figura o figuración del diablo. Se trata de símbolos radicales de nuestra experiencia humana del mundo, cuyo sentido resulta irreductible.

El libro de Dawkins asesta un duro golpe al dogmatismo religioso y a la creencia tradicional del Dios fundamentalista, pero por desgracia el autor recae a su vez en el dogmatismo científico y en un fundamentalismo antirreligioso. El gran fallo del libro está en caer en la trampa del literalismo religioso de la creencia en Dios, ignorando el simbolismo propio del lenguaje religioso. En este sentido, el empirismo de nuestro autor le juega una mala pasada, ya que parte del empirismo de la religión –su exterioridad-, sin enterarse de su auténtico sentido interior.

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