martes, 26 de julio de 2011

Evangelio de Mateo 14, 13-21



Domingo XVIII Tiempo Ordinario

31 julio 2011

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.

Al desembarcar, vio Jesús el gentío, sintió compasión y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:

— Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.

Jesús les replicó:

— No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.

Ellos le replicaron:

— Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.

Les dijo:

— Traédmelos.

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

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ALIMENTO PARA TODOS

Al menos en tres ocasiones, Mateo habla de alguna “retirada” de Jesús: en medio de una discusión con los fariseos (12,9), si bien en esa circunstancia no se trata de una huida, ya que vuelve a insistir en su mensaje, incluso dentro de la sinagoga; ante la noticia de la muerte del Bautista a manos del rey de Herodes (14,13); y tras un nuevo enfrentamiento con los fariseos y doctores de la ley, a propósito de las tradiciones (15,21).

Sin duda, la ejecución del Bautista era un aviso grave de peligro, y así debió entenderlo Jesús, que se aleja a un lugar “tranquilo y apartado”. Parece seguro que el profeta de Nazaret fue bien consciente, desde muy pronto, de la amenaza que se cernía sobre él: no sólo por el enfrentamiento hostil por parte de la autoridad religiosa, sino porque conocía bien la historia de su pueblo, en la que no pocos profetas habían acabado su vida de un modo trágico. De pronto, era como si esa amenaza tomara cuerpo a partir de lo que sucedido con Juan. A diferencia de lo que hará en su último viaje a Jerusalén, del que le intentarán disuadir, en este momento decide huir.

La circunstancia va a servir al evangelista para poner de manifiesto la actitud de Jesús ante la gente –que resaltará más, debido al contraste con la que adoptan los discípulos-.

En el texto, Jesús es presentado como compasión, salud y alimento. Pero todo nace de la compasión: la conmoción ante el sufrimiento, que se traduce en ayuda eficaz. No se trata de una “lástima” pasajera, ni de un mero movimiento voluntarista, sino de algo mucho más profundo que nace de la comprensión: cuando acallamos el runruneo de los pensamientos y el vaivén de los sentimientos, emerge la Quietud que somos y aparece el Núcleo de lo Real, que se muestra como Amor y Compasión.

Todo se manifiesta con una admirable coherencia: el núcleo de lo real constituye nuestra “identidad compartida”. Al experimentarlo, empezamos a notar que todo nos afecta como si nos ocurriera a nosotros mismos. Es similar a lo que sentimos en nuestro cuerpo: cuando nos duele un dedo, no lo vemos como algo “ajeno” que tal vez sería bueno socorrer. Al contrario, no dudamos un solo instante que ese dedo es también cuerpo, por lo que la persona entera se moviliza en su favor.

Esto parece indicar que únicamente viviremos la compasión y creceremos en humanidad en la medida en que, gracias a la transformación de la conciencia, nos hagamos conscientes de nuestra identidad más profunda. Cuando dejemos de percibirnos como “células individuales”, aisladas una de otra, cuando no enfrentadas, y seamos capaces de reconocernos como “organismo”, en el que cada célula ocupa su lugar.

Frente a la actitud de los discípulos –que, desde una conciencia egoica, son partidarios de que cada cual “se busque la vida” por su cuenta-, Jesús asume el problema como propio y los compromete en la búsqueda de una solución. Salta a la vista que Jesús no se vive como “célula aislada”, sino como “conciencia unitaria”: no se encuentra encerrado en los límites de su “yo individual”, sino que es consciente de la identidad ilimitada en la que nos encontramos con todos y con todo, en la no-dualidad.

Y en este marco Mateo narra el relato conocido como “multiplicación de los panes”. ¿Cuál es el trasfondo histórico del mismo? No podremos saberlo con seguridad. Probablemente, se halle detrás el recuerdo de las comidas de Jesús con la gente; o incluso el magnetismo de su personalidad, que provocaba fácilmente un movimiento a compartir… Porque el texto no habla de “multiplicar” comida, sino de “dividirla”: cuando se comparte, suele sobrar.

El texto, sin embargo, deja claras dos cosas: una referencia a la eucaristía –usando la fórmula técnica: tomar el pan, alzar los ojos al cielo, pronunciar la bendición, partir los panes y repartirlos- y el trasfondo bíblico del relato –una cuestión muy importante en el evangelio de Mateo-.

En efecto, la hierba –una alusión directa a las “verdes praderas”, del Salmo 23-, los cincodoce cestos, los cinco mil hombres… -tanto el cinco como el doce son números que representan al pueblo judío- le evocan inmediatamente al lector la tradición del Éxodo y el alimento del maná. Como Yhwh en el desierto, Jesús alimenta al nuevo pueblo. panes, los

No sólo eso. Detrás del relato de Mateo, no es difícil adivinar tampoco las figuras de Elías y de Eliseo. El primero había proporcionado pan y aceite que no se acababan (Libro 1 de los Reyes 17,7-16); el segundo había dado de comer milagrosamente a cien hombres (2 Reyes 4,42-44). Muy por encima de ellos, Mateo viene a proclamar a Jesús como el Mesías: no alimenta a “cien hombres”, sino a “cinco mil”, es decir, a la totalidad del pueblo (si el número cinco representa al pueblo, al multiplicarlo por mil se intensifica la idea de “totalidad”).

La referencia a la eucaristía podría ofrecernos una clave importante sobre el modo de celebrarla: no tanto como el “santo sacrificio de la Misa” –una expresión cuyo origen hay que buscar en influjos posteriores ajenos al evangelio-, sino como la celebración de la Unidad que somos, de cuya conciencia brota una compasión activa. No se trata, por tanto, de un rito cerrado –exclusivo para los cristianos-, sino de una celebración inclusiva, en el Abrazo de la No-dualidad, que es así, simultáneamente, celebrado y potenciado.

La constatación de tanta injusticia, hambre y desigualdad en nuestro mundo constituye un acicate más para salir de la modorra del ego y abrirnos a comprender la Unidad que somos.

Hoy resuena también con fuerza la palabra de Jesús: “Dadles vosotros de comer”. La nueva hambruna que azota a Somalia y a toda la región del Cuerno de África nos hace constatar, una vez más, la injusticia de nuestro sistema socioeconómico, constituye una llamada al compartir y espolea la urgencia de crecer en conciencia, que haga posible un nuevo modo de relacionarnos, un nuevo sistema económico y un orden internacional más humano.

Indudablemente, la aproximación al evangelio y a la figura de Jesús renueva nuestra manera de creer. Conectamos con su novedad y frescor, con su espíritu de “buena noticia” para todos, al tiempo que, al contacto con la conciencia del propio Jesús, nos abrimos cada vez más a experimentar aquella “identidad unitaria” en la que él se vivía, y que descubrimos compartir con él. Por eso lo celebramos, lo agradecemos y lo vivimos como “espejo” nítido de lo que somos todos.

Enrique Martinez

1 comentario:

Bloguerosconelpapa dijo...

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