La Iglesia es la fraternidad de los creyentes. A
muchos creyentes, a veces, nos cuesta aceptarla o
identificarnos con su imagen o con algunos de sus
mensajes. Pero, a pesar de todo, es nuestra Iglesia.
Los no creyentes, frecuentemente, ni siquiera llegan
a entenderla.
Cuando nos sentimos lejos, acercarnos al modo en
que se acercó Francisco de Asís a la Iglesia de su
tiempo puede ayudarnos. Él supo ver lo esencial de
la Iglesia: ser portadora de la Buena Noticia del
Evangelio y de Jesús. Supo distinguir la Iglesia como
don de Dios y como reflejo de la limitación humana.
Para él no se podía vivir el Evangelio sino en la Iglesia,
era su hogar, el ámbito donde se nutría su camino
espiritual. Su vocación de ser menor también le situó
en obediencia. Pero al mismo tiempo, se mantuvo fiel
a su vocación, que no era aceptada por buena parte
de las instancias jerárquicas de la Iglesia. Francisco
no fue ni desobediente ni sumiso ingenuo, fue, antes
que nada, discípulo de Jesús.
A nosotros, también nos toca hacer la síntesis y el
equilibrio entre fraternidad y libertad. No podemos
justificar lo injustificable, pero podemos mirar más
hondo: el tesoro oculto de la fe de la Iglesia y
agradecerlo. Nuestra fe se enraíza en la fe de la Iglesia.
Cuando dudo y me rebelo, su fe me sostiene. Los
grandes testigos de Dios, a lo largo de la historia, me
ayudan a recordarlo. Es muy fácil alejarnos e inventar
una fe a nuestra medida, por eso la importancia del
corazón de la Iglesia, con todas sus contradicciones.
Cuando vemos la realidad de esta institución, no
podemos olvidar que Jesús escogió a Pedro como jefe
de los discípulos, el que le negó tres veces. Cuando
Jesús nos dice que somos la sal de la tierra y la luz
del mundo, nos escandalizamos porque nos sentimos
poca cosa, pero tal y como somos nosotros es la Iglesia.
Si, como dice Pablo, somos colaboradores de Dios,
tenemos que agradecer el tesoro de la Iglesia: la fe
que recibimos; y trabajar para la Iglesia que queremos:
fraterna, pobre, igualitaria, en diálogo con el mundo
y pegada a Jesús y su Evangelio. Tenemos que trabajar
firme y fielmente para que en nuestra mirada a la
Iglesia puedan integrarse fraternidad, agradecimiento,
sentido crítico y colaboración.
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