martes, 16 de febrero de 2010

FRATERNIDAD EN LA IGLESIA


La Iglesia es la fraternidad de los creyentes. A

muchos creyentes, a veces, nos cuesta aceptarla o

identificarnos con su imagen o con algunos de sus

mensajes. Pero, a pesar de todo, es nuestra Iglesia.

Los no creyentes, frecuentemente, ni siquiera llegan

a entenderla.

Cuando nos sentimos lejos, acercarnos al modo en

que se acercó Francisco de Asís a la Iglesia de su

tiempo puede ayudarnos. Él supo ver lo esencial de

la Iglesia: ser portadora de la Buena Noticia del

Evangelio y de Jesús. Supo distinguir la Iglesia como

don de Dios y como reflejo de la limitación humana.

Para él no se podía vivir el Evangelio sino en la Iglesia,

era su hogar, el ámbito donde se nutría su camino

espiritual. Su vocación de ser menor también le situó

en obediencia. Pero al mismo tiempo, se mantuvo fiel

a su vocación, que no era aceptada por buena parte

de las instancias jerárquicas de la Iglesia. Francisco

no fue ni desobediente ni sumiso ingenuo, fue, antes

que nada, discípulo de Jesús.

A nosotros, también nos toca hacer la síntesis y el

equilibrio entre fraternidad y libertad. No podemos

justificar lo injustificable, pero podemos mirar más

hondo: el tesoro oculto de la fe de la Iglesia y

agradecerlo. Nuestra fe se enraíza en la fe de la Iglesia.

Cuando dudo y me rebelo, su fe me sostiene. Los

grandes testigos de Dios, a lo largo de la historia, me

ayudan a recordarlo. Es muy fácil alejarnos e inventar

una fe a nuestra medida, por eso la importancia del

corazón de la Iglesia, con todas sus contradicciones.

Cuando vemos la realidad de esta institución, no

podemos olvidar que Jesús escogió a Pedro como jefe

de los discípulos, el que le negó tres veces. Cuando

Jesús nos dice que somos la sal de la tierra y la luz

del mundo, nos escandalizamos porque nos sentimos

poca cosa, pero tal y como somos nosotros es la Iglesia.

Si, como dice Pablo, somos colaboradores de Dios,

tenemos que agradecer el tesoro de la Iglesia: la fe

que recibimos; y trabajar para la Iglesia que queremos:

fraterna, pobre, igualitaria, en diálogo con el mundo

y pegada a Jesús y su Evangelio. Tenemos que trabajar

firme y fielmente para que en nuestra mirada a la

Iglesia puedan integrarse fraternidad, agradecimiento,

sentido crítico y colaboración.

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