8 abril 2012
Evangelio de Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:
¾ Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo, camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
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CONECTADOS A LA VIDA
Debido a sus propios límites, la mente solo puede darnos respuestas reductoras. Para ella, nuestra identidad es el yo, y la vida es algo que tenemos. Mientras permanezcamos identificados con ella y queramos entender la realidad únicamente desde la razón, no podremos superar el engaño.
Todo se modifica, sin embargo, en cuanto salimos del modelo mental de conocer: la realidad deja de aparecer como una suma de objetos separados –la separación, en realidad, es un ilusión producida por la mente-, para mostrarse como el despliegue de la Vida en infinidad de formas.
Todo es Vida, que puede expresarse como vibración, conciencia, información, energía, materia… Lo cual no es sino una “extensión” de la célebre fórmula de Einstein: E = mc2 (“m” es masa, y “c” es la velocidad de la luz). Masa y energía no son sino la misma y única realidad, aunque en “condiciones” diferentes. ¡Con razón decía Max Planck, el padre de la física cuántica y premio Nobel de física en 1918, que “la materia como tal no existe”!
La vida no es algo que tenemos, sino lo que somos. Lo que tenemos, lo podemos perder; lo que somos, permanece.
Del mismo modo, mi identidad real no es el yo, tal como la mente creía, sino –otro nombre de la Vida- la Consciencia que me percibe. No soy nada de lo que puedo observar, sino Eso que observa. Para quien realmente soy –la Consciencia-, el yo –la estructura psicosomática, el organismo cuerpo-mente- no es nada más que un objeto, en el que, de una forma transitoria, se expresa la Consciencia que soy.
En otro marco de referencia, dentro de otras categorías culturales y religiosas, la fe cristiana en la resurrección viene a afirmar, de fondo, lo mismo. La resurrección de Jesús es la proclamación irrefrenable de que la muerte no es sino un “paso” en el que, paradójicamente, despertamos a la Vida que somos. Ni el aparente fracaso, ni la tortura, ni la muerte, ni la angustia de la cruz tienen la última palabra. La Vida que somos no muere jamás.
No es necesario, por tanto, esperar a la muerte física para morir, ni tampoco para resucitar. Si queremos vivir como resucitados –tal como vivió Jesús, que llegó a afirmar: “Yo soy la resurrección y la vida”-, necesitamos comprender la verdad de quienes somos. En la medida en que lo comprendemos, dejamos de vivir para el yo –vamos muriendo a él- y nos anclamos en nuestra verdadera identidad: la Consciencia ilimitada y compartida.
De ese modo, nos experimentamos conectados a la Fuente de todo lo que es y a la Vida que somos. En esto consiste la sabiduría y la liberación: en la conexión consciente al Misterio de la Vida, a Dios, sin ningún tipo de separación ni distancia; sin costuras.
Y desde aquí podemos volver al relato del evangelio de Juan. Se trata de un texto profundamente elaborado y cargado de simbolismo. En realidad, los llamados “relatos de apariciones” son, fundamentalmente, catequesis en torno a Jesús vencedor de la muerte y a la resurrección.
María Magdalena es símbolo de aquella comunidad que se movía entre la luz y la oscuridad. Todavía vive en torno al sepulcro (muerte); por eso, “aún estaba oscuro”. Pero, al mismo tiempo, empezaba a clarear (“al amanecer”) y “la losa estaba quitada” (la losa de la duda y la resignación fatalista). Todo parece anunciar algo definitivamente nuevo: es “el primer día de la semana”; se trata, nada menos, que de una nueva creación.
En la tradición cristiana, se ha presentado la resurrección como una “nueva creación” llevada a cabo por el poder de Dios, que actúa en la muerte como había actuado, según el relato del Génesis, en la creación del mundo. Desde un nivel de conciencia en el que la identidad se reduce al yo y en una concepción lineal de la historia, no podían expresarlo de otro modo: la vida es algo que nos espera más allá, en el futuro, después de la muerte, gracias a una nueva intervención de Dios.
Desde un nivel de conciencia transpersonal y desde un modelo no-dual de cognición, se nos hace evidente esta afirmación: Todo es Ahora. Ahora es la Vida, Ahora es la “resurrección”…, aunque todavía no lo hayamos descubierto. Pero basta acallar la mente para, al menos, atisbar que Todo es.
La mente se queda en las “formas”, y hace una lectura en la que se espera un futuro mejor. Pero ya somos conscientes también de que el único que desea el futuro es el ego, por una doble razón: porque en el presente desaparece y porque, vacío como es, sueña con un futuro imaginado en el que poder saciar finalmente su inherente insatisfacción.
El ego corre, como los discípulos, pensando que en el futuro se sentirá mejor. Con frecuencia, corre tan deprisa que no repara en ninguna otra cosa que no sea su propia expectativa (o su propia creencia). En ocasiones, parece recibir la gracia de poder ver “las vendas” y de ver a través de ellas.
En realidad, para quien está atento, todo son “vendas”, signos, señales, aberturas, resquicios, ranuras, grietas por donde se cuela la Vida. Todo puede ser oportunidad para ir despertando a quienes realmente somos y reconocernos conectados a la Vida.
Pero, por lo general, para poder ver el significado que las “vendas” contienen, se requiere atención. Una atención que nos hace estar en el momento presente y acalla el parloteo mental. En ese Silencio, podrá desvelarse ante nuestros ojos la Presencia y reconocernos como la Consciencia que somos y que se despliega momentáneamente a través de lo que llamamos “nuestras historias personales”.
Sea cual la sea la historia o el “papel” que se nos haya asignado, la clave radica en abrirnos a nuestra verdadera identidad transmental y permanecer conectados conscientemente a ella y a la Vida. Eso es vivir resucitados.
Enrique Martinez
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