Jesús dijo: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”, es decir, los que tienen la conciencia limpia. La palabra “puro” significa “sin mancha, sin mezcla de lo malo, sin malas intenciones”. San Juan Bosco vio en una visión a un alma limpia, en gracia, y exclamó: “Si supieras lo inmensamente hermosa que es un alma sin pecados, preferirías mil muertes antes que manchar tu alma con un pecado”.
Cuando Jesús decía: “Vosotros sois la sal de la tierra”, sus oyentes entendían sal por “pureza”, por exigencia de no corrupción. Hay que ser personas que brillan por la honestidad de sus costumbres. El que sigue a Jesús no puede permitirse chistes de doble sentido, o ver o escuchar programas escabrosos, o leer o divulgar lecturas inmorales, o aceptar trampas en los negocios, o comprar lo robado.
Todo esto huele a podrido, y excluye el ser sal de la tierra.Qué grave sería dejar de ser sal que “preserva” para convertirse en “veneno” que destruye.
Todos estamos llamados a vivir una vida limpia, sincera, alegre. Para eso hay que evitar los malos pensamientos y las malas compañías. Para vivir la pureza hay que hacer oración, es decir, hay que hablar con Dios como se habla con un amigo, y procurar las buenas lecturas.
Los padres de familia han de estar atentos pues, actualmente, algunas clases de educación sexual destrozan la modestia natural de los adolescentes, y minan sus barreras protectoras contra lo obsceno.
La pureza como virtud exige un cuerpo limpio y un alma pura. No podemos ver todo, mirar todo, no podemos oír todo. Lo que miramos influye en nuestro mundo interior. Aprender a mirar es también aprender a no mirar. No conviene mirar lo indecente. Hay que dominar la curiosidad que no es sana. Hay que guardar los ojos para ver las maravillas que Dios nos tiene preparadas en el Cielo y las que hay en la tierra.
Y junto con la limpieza de vida es fácil fomentar la alegría, porque somos caminantes que van rumbo a su felicidad terrena y eterna, sino, algunos nos podrán reprochar que dónde está nuestra fe, como el filósofo Nietzsche, que decía: “Dice que les espera un paraíso de felicidad en el cielo, pero viven tan tristes y de mal genio como si fueran caminando hacia el infierno”.
Quien pierde su alegría, optimismo y jovialidad, está dejando de ser “sal” en su ambiente.Jesús dijo en la Última Cena: Y Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar (Juan 16, 22). La tristeza tiene una íntima relación con la tibieza, con el egoísmo y la soledad.
El Señor nos pide el esfuerzo para desechar un gesto adusto o una palabra destemplada para atraer muchas almas hacia Él, con nuestra sonrisa y paz interior, con garbo y buen humor.
Si hemos perdido la alegría, la recuperamos con la oración, con la Confesión y el servicio a los demás.
El ser humano tiene una capacidad grande de recapacitar y regenerarse. Los psiquiatras se quedan estupefactos de lo que una buena confesión puede ayudar a una persona.
La alegría verdadera, la que perdura por encima de las contradicciones y del dolor, es la de quienes se encontraron con Dios por medio de Cristo.
Y, entre todas, la alegría de María: Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu está transportado de alegría en Dios, salvador mío (Lucas 1, 46-47).
La alegría es la consecuencia inmediata de cierta plenitud de vida. Y para la persona, esta plenitud consiste ante todo en la sabiduría y en el amor. Dios nos ama y se preocupa de nosotros mucho más que de los pájaros.
2 comentarios:
... lo que una buena confesión puede ayudar a una persona. Pero ¿a qué hora, en qué iglesia se puede hacer "sin prisas"?
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