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Es muy posible que, en la convivencia de todos los días, alguien nos ofenda, que se porte con nosotros de forma poco noble, que incluso con sus palabras, sus actos u omisiones nos perjudique. Y esto de forma habitual. ¿He de perdonar siempre?. Conocemos la respuesta que da Cristo a Pedro, y a nosotros: "no te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Es decir, siempre. Cristo pide a sus discípulos, a quines le siguen, una postura de perdón y de disculpa ilimitadas. A los suyos Cristo les pide un corazón noble y grande.
Nuestro perdón ha de ser sincero, de corazón. Hemos de intentar hacer como Cristo, que perdona todo y a todos.
El perdón ha de ser lo más rápido posible, sin dejar que el rencor nazca en nuestro corazón. Sin humillar a la otra parte, sin adoptar gestos teatrales haciéndonos la víctima. Muchas veces es suficiente con sonreír y seguir la conversación interrumpida.
En muchas ocasiones nos puede costar el perdón. En lo grande o en lo pequeño. Hemos de comprender que el perdón real tiene su origen en la humildad y en el amor.
El amor ensancha el corazón para que quepan en él todos los hombres incluso aquellos que no nos comprenden o no corresponden a nuestro amor.
Hemos de aprender a no juzgar las intenciones íntimas de las personas. Solemos cometer muchos errores porque a veces nos dejamos llevar por sospechas temerarias ya que la soberbia es como esos espejos curvos que deforman la realidad.
Tan sólo el humilde es objetivo y capaz de comprender las faltas de los demás y desde la comprensión puede perdonar.
Es muy difícil la convivencia en paz y armonía para quienes no han desarrollado la capacidad de perdonar desde la comprensión.
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