martes, 16 de febrero de 2010
NUESTRO NUEVO LIBRO
http://www.lulu.com/content/e-book/meditacion-sobre-el-padre-nuestro-y-las-bienaventuranzas/8357729
Libro de espiritualidad aborda la mejor comprensión del PADRE NUESTRO y de las BIENAVENTURANZAS.
SON FRASES PARA MEDITAR.
Fruto de la experiencia de los autores. De lecturas y de talleres a los que han asistido.
FRATERNIDAD EN LA IGLESIA
La Iglesia es la fraternidad de los creyentes. A
muchos creyentes, a veces, nos cuesta aceptarla o
identificarnos con su imagen o con algunos de sus
mensajes. Pero, a pesar de todo, es nuestra Iglesia.
Los no creyentes, frecuentemente, ni siquiera llegan
a entenderla.
Cuando nos sentimos lejos, acercarnos al modo en
que se acercó Francisco de Asís a la Iglesia de su
tiempo puede ayudarnos. Él supo ver lo esencial de
la Iglesia: ser portadora de la Buena Noticia del
Evangelio y de Jesús. Supo distinguir la Iglesia como
don de Dios y como reflejo de la limitación humana.
Para él no se podía vivir el Evangelio sino en la Iglesia,
era su hogar, el ámbito donde se nutría su camino
espiritual. Su vocación de ser menor también le situó
en obediencia. Pero al mismo tiempo, se mantuvo fiel
a su vocación, que no era aceptada por buena parte
de las instancias jerárquicas de la Iglesia. Francisco
no fue ni desobediente ni sumiso ingenuo, fue, antes
que nada, discípulo de Jesús.
A nosotros, también nos toca hacer la síntesis y el
equilibrio entre fraternidad y libertad. No podemos
justificar lo injustificable, pero podemos mirar más
hondo: el tesoro oculto de la fe de la Iglesia y
agradecerlo. Nuestra fe se enraíza en la fe de la Iglesia.
Cuando dudo y me rebelo, su fe me sostiene. Los
grandes testigos de Dios, a lo largo de la historia, me
ayudan a recordarlo. Es muy fácil alejarnos e inventar
una fe a nuestra medida, por eso la importancia del
corazón de la Iglesia, con todas sus contradicciones.
Cuando vemos la realidad de esta institución, no
podemos olvidar que Jesús escogió a Pedro como jefe
de los discípulos, el que le negó tres veces. Cuando
Jesús nos dice que somos la sal de la tierra y la luz
del mundo, nos escandalizamos porque nos sentimos
poca cosa, pero tal y como somos nosotros es la Iglesia.
Si, como dice Pablo, somos colaboradores de Dios,
tenemos que agradecer el tesoro de la Iglesia: la fe
que recibimos; y trabajar para la Iglesia que queremos:
fraterna, pobre, igualitaria, en diálogo con el mundo
y pegada a Jesús y su Evangelio. Tenemos que trabajar
firme y fielmente para que en nuestra mirada a la
Iglesia puedan integrarse fraternidad, agradecimiento,
sentido crítico y colaboración.
lunes, 15 de febrero de 2010
EL EMBRUJO DE LO EXOTICO
No necesariamente son negativas, todo depende de las intenciones con las que sean impartidas o recogidas.
Lo que sí se hace necesario es conocer a fondo en qué consisten, para tener un criterio sólido
España es tradicionalmente católica; nuestra cultura ha bebido de la tradición judeocristiana, y no hay prácticamente culto, fiesta o celebración de pueblos o ciudades que no tenga un origen cristiano. Sin embargo, lo exótico, lo diferente o novedoso, se cuela por las rendijas que se van quedando abiertas en nuestra sociedad, cada vez más descreída pero, también, más crédula. Parece que hemos perdido la fe de nuestros antepasados, y recuperamos esa necesidad de trascendencia recopilando tradiciones de pueblos con los que nunca antes habíamos tenido contacto.
¿Cómo explicar, si no, el éxito de pitonisas, la cartomancia, publicaciones New Age, tiendas de santería, terapias..., que prometen una solución a los problemas personales, el bienestar personal, el éxito en el trabajo, en el amor, en la familia? Ya no se trata sólo de sectas, en cuyas redes nadie quiere caer; hablamos de cambios de mentalidad que se van asumiendo, con el transcurso de los últimos años; hablamos de aquellas terapias orientales que, con buena voluntad en la mayor parte de los casos, se van implantando en nuestros gimnasios, hospitales, asociaciones, polideportivos...; hablamos de las innumerables páginas web donde se enseña a decorar nuestro hogar para atrapar la suerte, conjurar lo negativo y favorecer la armonía (el famoso feng shui, ¿les suena?); hablamos de cursos de meditación trascendental, vacaciones para niños y adultos a lugares sagrados como Findhorn, Stonehenge, Avalon, o el bosque de Merlín; hablamos de conciertos de músicas ceremoniales; hablamos de tantos y tantos aspectos, unos más peculiares, otros más inocentes, que conviven con nuestras costumbres y que es necesario reconocer, pero que, por lo general, provienen del movimiento cultural tan heterogéneo que conocemos como la New Age.
Creemos, con frecuencia, que nuestra época es la época de la incredulidad, del laicismo, de la secularización, del relativismo, de la nada, del aquí y ahora. Sin embargo, no es así.
Según el documento vaticano Jesucristo, portador del agua de la vida, que publicó, en 2003, el Consejo Pontificio de la Cultura sobre la Nueva Era, ésta es, en gran parte, «una reacción frente a la cultura contemporánea». No se trata de un nuevo movimiento religioso, ni es lo que normalmente se entiende como culto o secta. Se trata, en el fondo de «una cultura sincretista que incorpora muchos elementos diversos y que permite compartir intereses o vínculos en grados distintos y con niveles de compromiso muy variados». Entre las tradiciones que ha adoptado, el documento señala «las antiguas prácticas ocultas de Egipto, la cábala, el gnosticisimo cristiano primitivo, el sufismo, las tradiciones de los druidas, la alquimia medieval, el hermetismo renacentista, el budismo zen, el yoga, etc.»
Hoy, en la Nueva Era, ya no tienen la importancia de antes las drogas psicodélicas, ni es tan evidente la vinculación política de sus adeptos. «Las tendencias espirituales y místicas -explica el documento- que antes se limitaban a la contracultura, hoy día forman parte arraigada de la cultura dominante, y afectan a facetas distintas de la vida como la Medicina, la ciencia, el arte y la religión». En concreto, la Nueva Era siente fascinación por los sucesos paranormales, las manifestaciones extraordinarias, los ángeles..., aunque no reconoce ninguna autoridad espiritual, más allá de la experiencia personal interior. Y es que en la New Age no se hace distinción entre el bien y el mal. «Las acciones humanas -describe la Santa Sede- serían entonces fruto de la iluminación o la ignorancia. De aquí que no se pueda condenar a nadie, y que nadie tenga necesidad de perdón. Creer en la existencia del mal sólo podría crear negatividad y temor. La respuesta a la negatividad es el amor. Pero no del tipo que tiene que traducirse en acciones; es más una cuestión de actitudes de la mente. El amor sería una energía, una vibración de alta frecuencia; y el secreto de la felicidad y de la salud consistiría en sintonizar con la gran cadena del ser».
Todas estas creencias, con todo lo amplias que son, concretadas y divididas a su vez en innumerables grupúsculos y asociaciones, no dejan inmune a la persona que se acerca a ellas. Para el sacerdote don Luis Santamaría, «por un lado, la New Age podría tener cierto carácter positivo, al tener a la persona vinculada a algo que la trasciende; está ahí recordándonos la dimensión religiosa del hombre. Pero, a la vez, hace daño a la persona: intenta llenar su necesidad religiosa con algo, pero hace falta mucho más. Por eso, muchas personas a lo mejor se quedan simplemente en unas meras prácticas personales, una espiritualidad peculiar que se configuran ellos mismos, pero otras pueden necesitar más, pueden necesitar un ámbito grupal y ahí es donde entran las sectas, la manipulación psicológica... Las personas depositan en estos grupos lo mejor de sí mismas, y están siendo engañadas; si logran salir, se sienten, más tarde, violadas espiritual y psicológicamente. Yo comparo la New Age con la Coca Cola, que realmente es muy refrescante, pero no quita la sed, sino que te llama a beber más y más».
Que la ecología y el respeto y cuidado por nuestro planeta es importante, lo ha puesto de relieve el propio Benedicto XVI en su mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz, que lleva por título Si quieres promover la paz, protege la creación, donde se encuentran fundamentos más sólidos que los del ecologismo radical para defender la naturaleza, y, en primer lugar, a la persona.
«Los que piensan que la fe cristiana no ofrece lo que ellos necesitan -afirma el profesor Juan Alonso-, no están en lo cierto. Pero muchas veces no saben exactamente qué buscan; y generalmente desconocen lo que la Iglesia ha recibido de Dios para dárselo a los hombres».
¿Qué tiene el cristianismo que ofrecer entonces en este mundo? «El cristianismo -afirma el profesor Alonso- tiene la suerte de poder relacionarse personalmente con un Dios que tiene rostro, que ha entrado en la Historia, que es cercano; el cristiano no tiene la esperanza puesta en sí mismo y en sus esfuerzos de autosalvación, sino en Dios. El cristiano confía en la eficacia sobrenatural de unos medios concretos que Dios ha puesto a su alcance: la oración, los sacramentos. El cristiano tiene la compañía de la Iglesia, la enseñanza de sus pastores... El cristiano sabe, en definitiva, que sólo en el Dios de Jesucristo se colma un deseo insaciable que habita en el corazón humano. El reto de la evangelización es precisamente mostrar, con el testimonio de la propia vida, la belleza de la fe».
viernes, 12 de febrero de 2010
SUPERAR LA ADVERSIDAD
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Tapa blanda, 15.0 x 23.0 cms, 256 páginas
ESPASA HOY
ISBN: 9788467032598
Autor: Luis Rojas Marcos
En épocas de dificultades y en las que la vida te da la espalda, necesitamos mecanismos para resistir. Sobrevivir es la regla, y el ser humano tiene un instrumento natural para combatirlo: la resiliencia, la cualidad que nos permite recobrar el estado en el que nos encontrábamos antes del golpe. Y quién mejor que Luis Rojas Marcos para mostrarnos ese camino con un mensaje esperanzador, en el que la autoestima, el autocontrol, el optimismo y el pensamiento positivo, son los pilares de la resiliencia.
17.50 £
lunes, 8 de febrero de 2010
LOS LIMITES DEL PERDON
LOS LIMITES DEL PERDON
Editorial: Paidós Contextos
Año: 2008
Pags.:203
El perdón es uno de los clamores evangélicos que más nos cuestionan y remueven por dentro. Esta obra, impresionante en su sencillez y claridad, nos hace entrar de lleno en una realidad antropológica que conecta y desborda a la vez religiones, fronteras y esquemas. Un día, mientras estaba recluido en un campo de concentración alemán, Simon Wiesenthal fue conducido desde su puesto de trabajo hasta el lecho de un miembro de las SS que estaba a punto de morir. Atormentado por los crímenes en los que había participado, el soldado quería “confesarse” y obtener la absolución precisamente de manos de un judío. Este extraño encuentro en medio de las condiciones de inframundo de un lager nazi y el dilema moral que produjo a Wiesenthal nos son narrados en la primera parte del libro, que se titula “El girasol”. Veinticinco años después, el superviviente Wiesenthal preguntó a un grupo de famosos intelectuales qué hubieran hecho en su lugar, lo que desencadenó una excepcional serie de respuestas sobre la posibilidad y los límites del perdón: ¿podemos y debemos perdonar al criminal arrepentido? ¿Podemos perdonar los crímenes cometidos contra los demás? ¿Cuál es la deuda que tenemos con las víctimas? La segunda parte del libro, “el Simposio”, incluye 46 respuestas aportadas por teólogos, líderes políticos, escritores, juristas, psiquiatras, activistas pro derechos humanos, supervivientes del Holocausto y testigos de los genocidios de Bosnia, Camboya, China y Tibet. Sus respuestas reflejan a la perfección sus diferentes doctrinas (judía, católica, budista, musulmana, secular y agnóstica) y nos recuerdan que la pregunta que Wiesenthal les planteó nunca podrá limitarse a los acontecimientos del pasado. “Me mantuve en silencio mientras un joven nazi, en su lecho de muerte, me pidió que fuera su confesor. Y luego, cuando conocí a su madre, de nuevo preferí guardar silencio a desilusionarla respecto a la bondad natural de su hijo ¿Cuántos de ellos mantuvieron silencio mientras veían pasar a hombres, mujeres y niños judíos camino de los mataderos que infestaban Europa? […] El meollo del asunto es, por supuesto la cuestión del perdón. El olvido es algo que sólo depende del tiempo, pero el perdón es un acto de volición, y sólo el que ha sufrido está cualificado para tomar esa decisión”.
viernes, 5 de febrero de 2010
SOS POR LA IGLESIA DE HOY
HENRY BOULAR S.J.
Aunque Redes Cristianas se hizo eco de esta noticia y la publicamos el 10 de Diciembre de 2009, según información de la Vanguardia, la publicación hoy en Atrio del documento íntegro del texto, merece la pena ser difundida de nuevo con este estilo valiente y profético del jesuita egipciolibanés, con cuyo contenido seguro que muchísimos cristianos estamos de acuerdo. (Redacción de R. C.)
El autor de este grito tiene 78 años. Hace tres años escribió una carta personal al papa, abriéndole su corazón sangrante. Ante la falta de respuesta, la ha hecho pública y circula ahora por todo el mundo. Ha hecho bien, porque su análisis es muy certero y debe ser compartido.
Nosotros la publicamos ahora -aunque Oriol Domingo hace dos meses que dio noticia de ella en La Vanguardia- , una vez que hemos podido disponer de la traducción íntegra del texto. No para ahondar la herida sino para urgir remedio.
CARTA PERSONAL de Henri BOULAD SJ AL PAPA BENEDICTO XVI .
Santo Padre:
Me atrevo a dirigirme directamente a Usted, pues mi corazón sangra al ver el abismo en el que se está precipitando nuestra Iglesia. Sabrá disculpar mi franqueza filial, inspirada a la vez por “la libertad de los hijos de Dios” a la que nos invita San Pablo, y por mi amor apasionado por la Iglesia.
Le agradeceré también sepa disculpar el tono alarmista de esta carta, pues creo que “son menos cinco” y que la situación no puede esperar más.
Permítame en primer lugar presentarme. Jesuita egipciolibanés de rito melquita, pronto cumpliré 76 años. Desde hace tres años soy rector del colegio de los jesuitas en El Cairo, tras haber desempeñado los siguientes cargos: superior de los jesuitas en Alejandría, superior regional de los jesuitas de Egipto, profesor de teología en El Cairo, director de Caritas-Egipto y vicepresidente de Caritas Internationalis para Oriente Medio y África del Norte.
Conozco muy bien a la jerarquía católica de Egipto por haber participado durante muchos años en sus reuniones como Presidente de los superiores religiosos de institutos en Egipto. Tengo relaciones muy cercanas con cada uno de ellos, algunos de los cuales son antiguos alumnos míos. Por otra parte, conozco personalmente al Papa Chenouda III, al que veía con frecuencia. En cuanto a la jerarquía católica de Europa, tuve ocasión de encontrarme personalmente muchas veces con alguno de sus miembros, como el cardenal Koening, el cardenal Schönborn, el cardenal Martini, el cardenal Daneels, el Arzobispo Kothgasser, los obispos diocesanos Kapellari y Küng, los demás obispos austríacos y otros obispos de otros países europeos.
Estos encuentros se producen con ocasión de mis viajes anuales para dar conferencias por Europa: Austria, Alemania, Suiza, Hungría, Francia Bélgica… En estos recorridos me dirijo a auditorios muy diversos y a los media (periódicos, radios, televisiones…). Lo mismo hago en Egipto y en Oriente Próximo.
He visitado unos cincuenta países en los cuatro continentes y he publicado unos treinta libros en unas quince lenguas, sobre todo en francés, árabe, húngaro y alemán. De los trece libros en esta lengua, quizá haya leído Usted “Gottessöhne, Gottestöchter” [Hijos, hijas de Dios], que le hizo llegar su amigo el P. Erich Fink de Baviera.
No digo esto para presumir, sino para decirle sencillamente que mis intenciones se fundan en un conocimiento real de la Iglesia universal y de su situación actual, en 2007.
Vuelvo al motivo de esta carta, intentaré ser lo más breve, claro y objetivo posible. En primer lugar, unas cuantas constataciones (la lista no es exhaustiva):
1. La práctica religiosa está en constante declive. Un número cada vez más reducido de personas de la tercera edad, que desaparecerán enseguida, son las que frecuentan las iglesias de Europa y de Canadá. No quedará más remedio que cerrar dichas iglesias o transformarlas en museos, en mezquitas, en clubs o en bibliotecas municipales, como ya se hace. Lo que me sorprende es que muchas de ellas están siendo completamente renovadas y modernizadas mediante grandes gastos con idea de atraer a los fieles. Pero no es esto lo que frenará el éxodo.
2. Seminarios y noviciados se vacían al mismo ritmo, y las vocaciones caen en picado. El futuro es más bien sombrío y uno se pregunta quién tomará el relevo. Cada vez más parroquias europeas están a cargo de sacerdotes de Asia o de África.
3. Muchos sacerdotes abandonan el sacerdocio y los pocos que lo ejercen aún –cuya edad media sobrepasa a menudo la de la jubilación– tienen que encargarse de muchas parroquias, de modo expeditivo y administrativo. Muchos de ellos, tanto en Europa como en el Tercer Mundo, viven en concubinato a la vista de sus fieles, que normalmente los aceptan, y de su obispo, que no puede aceptarlo, pero teniendo en cuenta la escasez de sacerdotes.
4. El lenguaje de la Iglesia es obsoleto, anacrónico, aburrido, repetitivo, moralizante, totalmente inadaptado a nuestra época. No se trata en absoluto de acomodarse ni de hacer demagogia, pues el mensaje del Evangelio debe presentarse en toda su crudeza y exigencia. Se necesitaría más bien proceder a esa “nueva evangelización” a la que nos invitaba Juan Pablo II. Pero ésta, a diferencia de lo que muchos piensan, no consiste en absoluto en repetir la antigua, que ya no dice nada, sino en innovar, inventar un nuevo lenguaje que exprese la fe de modo apropiado y que tenga significado para el hombre de hoy.
5. Esto no podrá hacerse más que mediante una renovación en profundidad de la teología y de la catequética, que deberían repensarse y reformularse totalmente. Un sacerdote y religioso alemán que encontré recientemente me decía que la palabra “mística” no estaba mencionada ni una sola vez en “El nuevo Catecismo”. No lo podía creer. Hemos de constatar que nuestra fe es muy cerebral, abstracta, dogmática y se dirige muy poco al corazón y al cuerpo.
6. En consecuencia, un gran número de cristianos se vuelven hacia las religiones de Asia, las sectas, la new-age, las iglesias evangélicas, el ocultismo, etcétera. No es de extrañar. Van a buscar en otra parte el alimento que no encuentran en casa, tienen la impresión de que les damos piedras como si fuera pan. La fe cristiana que en otro tiempo otorgaba sentido a la vida de la gente, resulta para ellos hoy un enigma, restos de un pasado acabado.
7. En el plano moral y ético, los dictámenes del Magisterio, repetidos a la saciedad, sobre el matrimonio, la contracepción, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, el matrimonio de los sacerdotes, los divorciados vueltos a casar, etcétera, no afectan ya a nadie y sólo producen dejadez e indiferencia. Todos estos problemas morales y pastorales merecen algo más que declaraciones categóricas. Necesitan un tratamiento pastoral, sociológico, psicológico, humano… en una línea más evangélica.
8. La Iglesia católica, que ha sido la gran educadora de Europa durante siglos, parece olvidar que esta Europa ha llegado a la madurez. Nuestra Europa adulta no quiere ser tratada como menor de edad. El estilo paternalista de una Iglesia “Mater et Magistra” está definitivamente desfasado y ya no sirve hoy. Los cristianos han aprendido a pensar por sí mismos y no están dispuestos a tragarse cualquier cosa.
9. Las naciones más católicas de antes –Francia, “primogénita de la Iglesia” o el Canadá francés ultracatólico– han dado un giro de 180º y han caído en el ateísmo, el anticlericalismo, el agnosticismo, la indiferencia. En el caso de otras naciones europeas, el proceso está en marcha. Se puede constatar que cuanto más dominado y protegido por la Iglesia ha estado un pueblo en el pasado, más fuerte es la reacción contra ella.
10. El diálogo con las demás iglesias y religiones está en preocupante retroceso hoy. Los grandes progresos realizados desde hace medio siglo están en entredicho en este momento.
Frente a esta constatación casi demoledora, la reacción de la iglesia es doble:
– Tiende a minimizar la gravedad de la situación y a consolarse constatando cierto repunte en su facción más tradicional y en los países del tercer mundo.
– Apela a la confianza en el Señor, que la ha sostenido durante veinte siglos y será muy capaz de ayudarla a superar esta nueva crisis, como lo ha hecho con las precedentes. ¿Acaso no tiene promesas de vida eterna?
A esto respondo:
– No es apoyándose en el pasado ni recogiendo sus migajas como se resolverán los problemas de hoy y de mañana.
– La aparente vitalidad de las Iglesias del tercer mundo es equívoca. Según parece, estas nuevas Iglesias atravesarán pronto o tarde por las mismas crisis que ha conocido la vieja cristiandad europea.
– La Modernidad es irreversible y por haberlo olvidado es por lo que la Iglesia se encuentra hoy en semejante crisis. El Vaticano II intentó recuperar cuatro siglos de retraso, pero se tiene la impresión que la Iglesia está cerrando lentamente las puertas que se abrieron entonces, y tentada de volverse hacia Trento y Vaticano I, más que hacia Vaticano III. Recordemos la declaración de Juan Pablo II tantas veces repetida: “No hay alternativa al Vaticano II”.
– ¿Hasta cuándo seguiremos jugando a la política del avestruz y a esconder la cabeza en la arena? ¿Hasta cuándo evitaremos mirar las cosas de frente? ¿Hasta cuándo seguiremos dando la espalda, crispándonos contra toda crítica, en lugar de ver ahí una oportunidad de renovación? ¿Hasta cuándo continuaremos posponiendo ad calendas graecas una reforma que se impone y que se ha abandonado demasiado tiempo?
– Sólo mirando decididamente hacia delante y no hacia atrás la Iglesia cumplirá su misión de ser ”luz del mundo, sal de la tierra, levadura en la pasta”. Sin embargo, o que constatamos desgraciadamente hoy es que la Iglesia está en la cola de nuestra época, después de haber sido la locomotora durante siglos.
– Repito lo que decía al principio de esta carta: “¡SON MENOS CINCO!” –¡fünf vor zwölf!– La Historia no espera, sobre todo en nuestra época, en que el ritmo se embala y se acelera?
– Toda operación comercial que constata un déficit o disfunción se reconsidera inmediatamente, se reúne a expertos, intenta recuperarse, se movilizan todas sus energías para superar la crisis.
– ¿Por qué la Iglesia no hace otro tanto? ¿Por qué no moviliza a todas sus fuerzas vivas para un aggiornamento radical? ¿Por qué?
– ¿Por pereza, dejadez, orgullo, falta de imaginación, de creatividad, quietismo culpable, en la esperanza de que el Señor se las arreglará y que la Iglesia ha conocido otras crisis en el pasado?
– Cristo, en el Evangelio, nos pone en guardia: “Los hijos de las tinieblas gestionan mucho mejor sus asuntos que los hijos de la luz…”
ENTONCES, QUÉ HACER?…
La Iglesia tiene hoy una necesidad imperiosa y urgente de una TRIPLE REFORMA:
1. Una reforma teológica y catequética para repensar la fe y reformularla de modo coherente para nuestros contemporáneos.
Una fe que ya no significa nada, que no da sentido a la existencia, no es más que un adorno, una superestructura inútil que cae de sí misma. Es el caso actual.
2. Una reforma pastoral para repensar de cabo a rabo las estructuras heredadas del pasado.
3. Una reforma espiritual para revitalizar la mística y repensar los sacramentos con vistas a darles una dimensión existencial, a articularlos con la vida.
Tendría mucho que decir sobre esto. La Iglesia de hoy es demasiado formal, demasiado formalista. Se tiene la impresión de que la institución asfixia el carisma y que lo que finalmente cuenta es una estabilidad puramente exterior, una honestidad superficial, cierta fachada. ¿No corremos el riesgo de que un día Jesús nos trate de “sepulcros blanqueados”?
Para terminar, sugiero la convocatoria de un sínodo general a nivel de la iglesia universal, en el que participaran todos los cristianos –católicos y otros– para examinar con toda franqueza y claridad los puntos señalados más arriba y los que se propusieran. Tal sínodo, que duraría tres años, se terminaría con una asamblea general –evitemos el término “concilio”– que sintetizara los resultados de esta investigación y sacara de ahí las conclusiones.
Termino, Santo Padre, pidiéndole perdón por mi franqueza y audacia y solicito vuestra paternal bendición. Permítame también decirle que vivo estos días en su compañía, gracias a su extraordinario libro “Jesús de Nazareth”, que es objeto de mi lectura espiritual y de meditación cotidiana.
Suyo afectísimo en el Señor,
P. Henri Boulad, s.j.
henriboulad@yahoo.com
Graz, 18 de julio de 2007
martes, 2 de febrero de 2010
REALISMO Y VIDA ESPIRITUAL
NOTAS PARA UNA MÍSTICA DEL REALISMO
En la vida espiritual no existe desastre mayor que el estar sumergido en la irrrealidad, pues en cada uno la vida es preservada y nutrida por nuestra vital relación con realidades fuera y por encima de nosotros. Cuando nuestra vida se alimenta con la irrealidad, se vuelve famélica. Y por consiguiente, muere... La muerte mediante la cual entramos a la vida no es fuga de la realidad sino una entrega completa de nosotros mismos que involucra un compromiso total con la realidad. Comienza al renunciar a la ilusoria realidad que las cosas creadas cuando son vistas sólo en relación con nuestros intereses egoístas.
Antes de poder ver que las cosas creadas (especialmente las materiales) son irreales, debemos ver claramente que son reales. Pues la "irrealidad" de las cosas materiales es sólo relativa a la realidad mayor de las cosas espirituales...
Sólo podemos ver las cosas en perspectiva si cesamos de abrazarlas a nuestro seno. Cuando las soltamos, comenzamos a apreciarlas como realmente son. Solamente entonces podremos comenzar a ver a Dios en ellas. Sólo cuando lo encontremos en ellas, podremos iniciar el sendero de la contemplación oscura en cuyo final nos será posible encontrarlas en Él.
Desierto interior
Los antiguos monjes del Desierto creían que el páramo había sido creado como supremamente valioso ante los ojos de Dios precisamente porque carecía de valor para los hombres... El desierto fue creado para ser simplemente él mismo, no para ser transformado por los hombres en alguna otra cosa. Lo mismo ocurrió con la montaña y el mar. Por lo tanto, el desierto es la morada lógica del hombre que no busca más que ser él mismo...
Pero el hombre que vaga por los desiertos para ser él mismo debe tener cuidado de no enloquecer y volverse un sirviente del demonio que mora allí, en un estéril paraíso de vacuidad, aislamiento y furia...
Cuando el hombre con su dinero y sus máquinas se muda al desierto interior, y habita allí sin hacer frente a las mentiras y trampas del demonio como lo hizo Jesús, sino creyendo en sus promesas de poder y riqueza... entonces el desierto se traslada a todas partes. Mas en todas partes hay una soledad donde el hombre puede penar y combatir al adversario interior y purificar su propio corazón en la gracia de Dios...
Ante todo "vida"
No debemos olvidar que la vida espiritual ante todo es vida. No consiste simplemente en algo para conocer y estudiar: es para ser vivida! Como toda vida, se enferma y muere cuando es desarraigada de su propio elemento. La luz divina está inserta en nuestra naturaleza, y el hombre íntegro está santificado por la presencia y acción del Espíritu Santo. Por lo tanto, la vida espiritual no es reductivamente una vida desarraigada de la condición del hombre y trasplantada utópicamente a la región de los ángeles.
Vivimos como hombres y mujeres espirituales cuando vivimos como seres que buscan a Dios. Si vamos a ser espirituales, debemos seguir siendo humanos... el propio misterio de la encarnación del Hijo de Dios es prueba de ello. ¿Porqué Dios se hizo hombre sino para dar la salud espiritual a los hombres uniéndolos místicamente con Él mediante su propia carne sagrada? Jesús vivió la vida corriente de los hombres de su tiempo, para santificar las vidas corrientes de los hombres de todos los tiempos. Entonces, si queremos ser espirituales, ante todo vivamos en serio nuestras propias vidas. Abracemos la realidad y encontrémonos así inmersos en la luz divina que nos envuelve por doquier.
Primero, asegurémonos de saber lo que estamos haciendo... Tropezamos y caemos constantemente incluso cuando estamos más iluminados. Pero cuando estamos en la verdadera oscuridad ni siquiera sabemos que hemos caído. Para mantenernos espiritualmente vivos debemos renovar nuestra confianza, nuestra fe. Somos pilotos de buques en neblina, que escudriñamos la tiniebla frente a nosotros, escuchamos los sonidos de otros barcos, y sólo podemos llegar a nuestro puerto si nos mantenemos alerta. Por esta razón la vida espiritual es ante todo una cuestión de mantenerse despiertos...
El ojo que se abre a la luz y es capaz de advertir la suave y sutil presencia de Dios está en el mismo centro de nuestra humildad, en el propio corazón de nuestra libertad, en las profundidades de nuestra propia naturaleza espiritual. La contemplación es la apertura de este ojo...
Riqueza en la pobreza
Hay una etapa en la vida espiritual en la que hallamos a Dios en nosotros mismos... Cuando llega el momento justo en que debemos aprender otras cosas, Dios parece esconderse para fortalecer así nuestra fe. Quiere decir, entonces, cuando esto sucede, que ha llegado el momento de emerger de nosotros y sobre nosotros para encontrarlo fuera de nosotros...
¿De qué sirve conocer nuestra debilidad y límites si no nos ponemos en sus manos amorosas para que nos sustente con su poder?...
El valor de nuestra fragilidad y pobreza son la tierra donde Dios planta la semilla del deseo. Y no importa lo abandonado que creamos estar, el deseo confiado de amar auténticamente a pesar de nuestra abyecta miseria, es signo de su presencia y de nuestra salvación.
Thomas Merton
lunes, 1 de febrero de 2010
LA RED CARITATIVA DE LA IGLESIA
Por otro lado, a lo largo de dos mil años de Historia, de la Iglesia han surgido Congregaciones religiosas como los franciscanos, los jesuitas, los dominicos o los salesianos, que también son expertos en la atención al que más lo necesita, e instituciones como la Confederación Internacional de la Sociedad de San Vicente de Paúl, Ayuda a la Iglesia Necesitada o la Orden de Malta. Se trata de redes particularmente presentes en Haití, después de décadas de catástrofes naturales y de desastres políticos y sociales. De hecho, la misma Cruz Roja Internacional ha utilizado sus informaciones y servicios, con espíritu de fecunda colaboración.
Estos ejércitos de la caridad, para mejorar su eficacia, cuentan con la coordinación mundial del Consejo Pontificio Cor Unum, institución de la Santa Sede que, en estos momentos, preside el cardenal alemán Paul Josef Cordes. Gracias a su trabajo, las diversas agencias y organizaciones católicas han podido responder, de forma directa, a las necesidades más urgentes, con importantes apoyos logísticos como los de la Nunciatura Apostólica en Puerto Príncipe, o también la de Santo Domingo, capital del país vecino, República Dominicana.
El mismo cardenal Cordes ha contado cómo se ha organizado la reacción caritativa católica con Haití desde los primeros instantes. El purpurado explica que, ya en las primeras horas del desastre, se comprendió que la red de Cáritas de Haití, afectada por el flagelo del terremoto, no podría, por sí sola, coordinar las ayudas. Por este motivo, la primera decisión que tomó el Consejo vaticano fue aceptar la propuesta de la Cáritas de los Estados Unidos, los Catholic Relief Services, de coordinar las operaciones de ayuda de la Iglesia, pues ya antes del terremoto contaban con 300 miembros en Haití, donde están presentes desde hace 50 años
A las pocas horas, Benedicto XVI con un llamamiento público, pronunciado en la audiencia general del miércoles, lanzó la movilización de toda la Iglesia católica a favor de Haití. Poco después -informa el cardenal Cordes-, llegaron propuestas «de Iglesias alejadas, en Rusia, en Corea y Taiwán, y de organizaciones eclesiales, que proponían enviar voluntarios y ayuda». Con estos datos -añade el purpurado-, «tuvieron lugar inmediatamente las primeras reuniones de los obispos de Haití con el nuncio apostólico, monseñor Bernardito Auza, y con las diferentes agencias caritativas católicas extranjeras presentes en Puerto Príncipe, para seguir constantemente la situación y actuar con objetivos concretos. Inmediatamente se crearon doce puntos de distribución de las ayudas. Mientras que el personal voluntario y las ayudas en especie se canalizaron a través, sobre todo, de Santo Domingo». El nuncio explicó qué ayudas hay disponibles en esos momentos, sobre todo para distribuir medicinas, agua y comida. Pero el cardenal añade: «Además, nos dijo que hace falta restituir esperanza a esta gente».
Para el 21 de enero, Cáritas ya había recibido compromisos de ayuda por parte de las Cáritas nacionales por un valor de 23,5 millones de euros, y espera alcanzar pronto los 30 millones. El objetivo es atender de manera estable las necesidades básicas de doscientos mil supervivientes. Otras instituciones católicas, según su propio carisma, también han logrado una movilización sin precedentes. Por ejemplo, Ayuda a la Iglesia Necesitada se convirtió en la primera agencia en enviar dinero en metálico a la Nunciatura Apostólica para atender a necesidades a las que nadie está respondiendo, por ejemplo, el seminario, que contaba antes del terremoto con 250 seminaristas. Si bien al cierre de esta edición no había datos definitivos, se había constatado la muerte de treinta seminaristas religiosos y diocesanos. Los supervivientes lo han perdido todo, y sus obispos necesitaban ayuda para pagarles medicinas o ropa. Las ayudas de Ayuda a la Iglesia Necesitada han sido un paliativo.
Además, como explica a Alfa y Omega don Xavier Legorreta, responsable de las ayudas para Iberoamérica de Ayuda a la Iglesia Necesitada, prácticamente las 80 parroquias de la archidiócesis de Puerto Príncipe y sus capillas (unas cuatro por parroquia) han quedado destruidas. «¡Estamos hablando de unas 320 capillas!», explica, para dar una idea de la enorme tarea que ahora tiene por delante la Iglesia local, que ha perdido al arzobispo de Puerto Príncipe y a su Vicario General.
Y añade: «Dado el elevado porcentaje de la población católica (el 80% de los haitianos es católico), la fe y la concreta presencia-testimonio de la Iglesia tendrá un papel muy importante en la tragedia actual. Sin fe, esta tragedia se convertiría en un desastre completo. Por este motivo, para nuestros hermanos y hermanas, será esencial rezar juntos; experimentar que los cristianos de todo el mundo comparten su peso como miembros de la familia divina; experimentar la compasión de nuestro Santo Padre. Se trata de motivos de esperanza y de energía».
El cardenal Cordes ilustra esto con lo que le dijo el director de los Catholic Relief Services al ofrecer su disponibilidad para que esta institución coordine las ayudas católicas mundiales: «Estamos comprometidos y dispuestos a informar y coordinar la respuesta de la Iglesia, de todas las formas posibles, para que esta respuesta pueda ser un signo eficaz del amor de Dios».