Sin ilusión no se puede vivir:
de ilusión tampoco (AOO).
ANDRES ORTIZ OSES. Filósofo. Catedrático
emérito de la Universidad de Deusto
El creyente ostenta la ilusión positiva de
Dios, afirmativa y afirmadora, mientras que el increyente ostenta la ilusión
negativa de Dios, puesto que considera a este una ilusión falsa. El famoso
libro de Richard Dawkins “El espejismo de Dios” (The God Delusion) critica la
ilusión del creyente en Dios, caracterizándola y caricaturizándola como una
dilusión o espejismo. El autor representa a los que han pasado de la ilusión a
la desilusión de Dios, así como a los que han apostado o apostatado en favor de
su disolución.
La posición de Dawkins revela un
materialismo naturalista, el cual se opone a toda trascendencia, a todo Dios
presuntamente creador de un universo que, en su opinión, no necesita del Dios
porque se concrea a sí mismo. El propio Einstein no creía en un Dios personal,
sino en una divinidad impersonal, asumiendo una especie de religiosidad
cósmica. Pero es sobre todo contra el Dios controlador o fundamentalista,
contra el que carga Dawkins en su alegato ateo, el cual paradójicamente
desemboca en un fundamentalismo científico.
El problema radica en que Dawkins recoge
la idea fundamentalista de Dios para atacarla a su vez de modo fundamentalista,
al tiempo que recoge la idea de la religión dogmática y literal para atacarla
dogmática y literalmente. De esta manera, su crítica a la religión dogmática
tiene su validez, pero al precio de recaer en un dogmatismo científico anclado
en la cerrazón, la cual resulta incapaz de abrirse y sobrepasar su razón
materialista. Olvida nuestro científico que la ciencia se ancla en lo
empírico-racional, mientras que la religión es un simbolismo axiológico y
relacional, el cual trasciende el significado empírico en nombre de la apertura
simbólica al sentido radical (que trasciende a las cosas radicadas).
Es verdad que Einstein desechaba todo Dios
reducido o antropomórfico, y pensaba que la religión sin ciencia es ciega; pero
también afirmaba que la ciencia sin religión resulta coja, sin duda porque
junto a la razón se ubica el corazón como “co-razón” de nuestra propia razón.
Fue otro judío, el mismísimo Marx, quien en su juventud romántica calificó la
religión como el corazón de un mundo sin corazón, mientras que a su vez el
respetable y respetado científico S.J. Gould, entre otros como nuestro F. J.
Ayala, respeta la especificidad de la religión como búsqueda del significado no
meramente dado empíricamente sino esencial, así pues el sentido existencial de
lo real.
El auténtico homo religiosus no es un
creyente al uso y abuso, sino un hombre religioso que no cree en ídolos, pero
que deja abierta la puerta a la trascendencia para no recaer en cerrazón
dogmática. Si tomamos tan en serio la evolución, parece un contrasentido no
tomar tan en serio su apertura no sólo inmanente sino trascendente, ya que la
evolución de la materia al hombre es ya trascendente.
Habría que cambiar la visión tradicional
del Dios inmóvil, recogida por Dawkins del fundamentalismo religioso, y
proyectar un Dios móvil e interior al mundo, a modo de interioridad de la
exterioridad. Un tal Dios no dice verdad dogmática, sino sentido vital, no dice
razón sino co-razón, no dice explicación abstracta sino implicación
existencial.
Resulta intrigante que Dawkins hable
finalmente de que hay que reconocer que, tanto el universo cósmico como nuestro
mundo humano resultan “amigables”, amigabilidad que ha supuesto nada menos que
el surgimiento de la vida (humana). Y bien, esa amigabilidad es un término que
trasciende lo meramente empírico para expresar lo amable o amoroso, y es el
propio Dawkins quien pone en correlación el instinto religioso con el instinto
amoroso. En lo cual estamos de acuerdo, ya que proyectamos a Dios a través de
nuestra experiencia de lo divino, simbolizado por el amor. En efecto, a través
de la vivencia cuasi sagrada del amor experimentamos lo divino y lo
personificamos en Dios, así como personificamos al antiamor en la figura o
figuración del diablo. Se trata de símbolos radicales de nuestra experiencia
humana del mundo, cuyo sentido resulta irreductible.
El libro de Dawkins asesta un duro golpe
al dogmatismo religioso y a la creencia tradicional del Dios fundamentalista,
pero por desgracia el autor recae a su vez en el dogmatismo científico y en un
fundamentalismo antirreligioso. El gran fallo del libro está en caer en la
trampa del literalismo religioso de la creencia en Dios, ignorando el
simbolismo propio del lenguaje religioso. En este sentido, el empirismo de
nuestro autor le juega una mala pasada, ya que parte del empirismo de la
religión –su exterioridad-, sin enterarse de su auténtico sentido interior.